Por Redacción Marcha y Contrahegemonía
En el Dossier “Bicentenario: la Independencia en debate”, relevamos a las figuras importantes de aquella Independencia y traemos su legado hasta hoy, para pensar este presente en el espejo de la historia. Hoy, José Gervasio Artigas y su lucha por la libertad, la igualdad y la tierra.
19 de junio de 1764, Doña Francisca Antonia Arnal y Don Martín José Artigas daban a luz a su tercer hijo. Lo nombraron José Gervasio. La Historia, luego, lo bautizaría como el Protector de los Pueblos Libres.
José, hijo de una de las primeras familias acaudaladas en poblar Montevideo, recibió la mejor educación que la época podía brindar en el colegio franciscano de San Bernardino. Pero su espíritu e interés se encontraba en el campo. Mezclarse entre gauchos, quienes luego serían sus principales abanderados. Aprender de ellos. A los 12 años se trasladó definitivamente al campo.
Don José era un muchacho travieso e inquieto y propuesto a sólo usar de su voluntad. Su primer contacto con el mundo exterior se dio cuando comenzó a arriar ganado a tierras portuguesas por lo que obtenía mercancías que contrabandeaba en las estancias orientales, práctica habitual de la época para combatir el monopolio comercial español. En esa etapa conoce profundamente a la campaña oriental y sus clases populares, estableciendo vínculos que serán decisivos en el futuro.
En 1797 ingresó en el regimiento de Blandengues, su segundo contacto estrecho en su vida con gauchos e indios.
Cuando todo nacía
En febrero de 1811, el antiguo Gobernador español de Montevideo, Javier de Elío, nombrado ahora Virrey del Río de la Plata, le declaró la guerra a la Junta revolucionaria creada en Buenos Aires en mayo de 1810. El entonces capitán Artigas desertó y se puso a disposición del gobierno porteño, que le dio el grado de teniente coronel, 150 hombres y 200 pesos para iniciar el levantamiento de la Banda Oriental contra el poder español.
José formaría un verdadero ejército popular formado por gauchos orientales, peones rurales, arrieros, indígenas, negros esclavos y libres, con el cual, el 18 de mayo ese mismo año derrotaría a los realistas en el combate de las Piedras poniendo fin al sitio a Montevideo. Pero el Primer Triunvirato lo traicionaría entregando la banda oriental nuevamente al ex Gobernador Español.
Disgustado, se retiraría hacia Entre Ríos para reorganizar la lucha. Pero no sólo. Miles de campesinos lo seguirían en lo que luego se denominaría como el éxodo del pueblo oriental.
José Artigas fue el primero en plantear claramente en el Río de la Plata las ideas del federalismo. Así se lo contó él mismo al general Paz: “Tomando por modelo a los Estados Unidos yo quería la autonomía de las provincias, dándole a cada estado un gobierno propio, su constitución, su bandera y el derecho de elegir a sus representantes, a sus jueces y a sus gobernadores entre los ciudadanos naturales de cada estado. Esto es lo que yo había pretendido para mi provincia y para las que me habían proclamado su protector. Hacerlo así habría sido darle a cada uno lo suyo”.
Para 1814, la popularidad de Artigas se había extendido a varias de las actuales provincias argentinas, afectadas, al igual que la Banda Oriental, por la política de libre comercio y puerto único, promovida por Buenos Aires. Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Misiones y Córdoba se unieron a los orientales, formando la Liga de los Pueblos Libres. Como Protector de la Liga, Artigas luchó junto con los jefes litoraleños contra el centralismo del Directorio.
En 1815 el movimiento revolucionario oriental recuperó Montevideo, ocupada hasta entonces por las tropas porteñas, y se convocó en Concepción del Uruguay el 29 de Junio de 1815 al Congreso de los Pueblos Libres. Allí estaban los diputados por la Banda Oriental, Corrientes, Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos y Misiones. Sus primeros actos fueron jurar la independencia de España, izar la bandera tricolor.
El Reglamento Provisorio de Tierras
Sin duda la medida más relevante tomada durante el apogeo del artiguismo fue la elaboración del Reglamento Provisorio para el fomento de la campaña y seguridad de sus hacendados, impulsado en 1815, que establecía el reparto de tierras y ganado entre los más pobres de la campaña.
La puesta en marcha del Reglamento generó enormes expectativas de las clases populares, que en muchos departamentos se lanzaron directamente a repartir tierras de connotados terratenientes, así como el terror de las clases propietarias orientales, en particular de aquellas que manejaban el Cabildo de Montevideo. Éstas hicieron todo lo posible por trabar la aplicación del reparto de tierras y ganado. Cuando descubrieron que no había marcha atrás en la decisión y que Artigas avalaba las ocupaciones realizadas por los gauchos pobres de la campaña conspiraron activamente a favor de la invasión portuguesa y recibieron alborozados la toma de Montevideo por los invasores en enero de 1817.
Sergio Nicanoff en su ensayo “El artiguismo: una experiencia de lucha por la libertad, la igualdad y la tierra” brinda un panorama ampliado del reglamento, su efectos y consecuencias…
“El artículo 13 incluye los terrenos que se hayan vendido o donado por el gobierno de Montevideo desde 1810 a 1815, es decir el período tanto de ocupación española como porteña de la ciudad, hasta su recuperación por los orientales. Ese artículo afecta directamente a las principales familias de Montevideo que han realizado un conjunto de negociados con las distintas ocupaciones de la ciudad. Esos negociados abarcan apropiación de tierras por medio de transferencias falsas, control de propiedades por medio de testaferros, protección a familias peninsulares afectadas por la política de expropiación de la revolución intentando mantener sus bienes a salvo de toda división, el abastecimiento por medio de sobreprecios de las distintas fuerzas militares, entre otras acciones que han enriquecido a los más grandes ganaderos y comerciantes orientales mientras las clases populares se han empobrecido aún más durante la guerra revolucionaria.
Enfrente de esa trama de poder se levanta la enorme expectativa de los desposeídos de la campaña. Son “los más infelices que serán los más privilegiados”. Los Negros, zambos, pardos, indígenas, gauchos pobres, las viudas de los que han muerto en la guerra revolucionaria. El Reglamento les asegura una legua de frente y dos de fondo con aguada con el requisito de formar un rancho con dos corrales en el plazo máximo de dos meses, ya que si no perderán la propiedad después de un proceso de intimación. La necesidad de restablecer el trabajo y el stock ganadero en la campaña no admite dilación. Otro artículo pone otro límite decisivo, quienes reciban esas estancias no las pueden enajenar ni vender “hasta el arreglo formal de la provincia”. Esa disposición impide que por diversas presiones la tierra termine en manos de las terratenientes orientales, sea por ventas bajo presión o por medio de testaferros, como sucederá en la Provincia de Buenos Aires poco más tarde con la ley de enfiteusis de Rivadavia. Sólo ciñéndose a la letra del Reglamento queda clara la importancia de la transformación que se quiere llevar adelante. De todas formas, limitarse a la letra de lo escrito lleva a un análisis absolutamente erróneo. El punto es entender cómo interpretan el Reglamento “los más infelices”. Como sucederá casi un siglo mas tarde en otras geografías, por ejemplo con los campesinos zapatistas en la revolución mexicana de 1910, los humildes no esperan. Hacen caso omiso de las demoras, trabas y trampas que lanza el Cabildo de Montevideo. Se lanzan a repartir las tierras por sí mismos y en muchos departamentos se trata de tierra de terratenientes orientales que supuestamente forman parte del bando artiguista.
La guerra, la dinámica de la revolución radicaliza a las clases populares y a su jefe. Ese proceso hace que en el imaginario popular se construya una identificación del enemigo que incluye a la totalidad de las clases propietarias, sean orientales o no, mientras que los patriotas verdaderos son los más pobres, los excluidos, un “nosotros” popular, plebeyo, de abajo, que se opone a un “ellos” de arriba. La coalición social que era el artiguismo sufre un nuevo proceso de disgregación y la mayoría de los grandes propietarios la abandonan. Conspiran jugando a esa altura una sola carta: la invasión portuguesa, a la que recibirán con los brazos abiertos.
Fin y leyenda
El 9 de julio de 1816 se declaró en el Congreso de Tucumán la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, pero en el mismo, con excepción de Córdoba, no fueron representadas las provincias pertenecientes a la Liga de los Pueblos Libres.
El constante crecimiento de influencia y prestigio de la Liga Federal atemorizó tanto a los unitarios de Buenos Aires y Montevideo como al Reino Unido de Portugal y Brasil. En agosto de 1816 numerosas tropas Portuguesas y brasileras invadieron la Provincia Oriental, ocupando Montevideo el 20 de enero de 1817.
Indignado por la pasividad de los unitarios instalados en Buenos Aires, Artigas les declaró la guerra, al tiempo que enfrentó junto a su ejército libre a las tropas portugesas. La guerra, tras tres años y medio de resistencia, concluía en la batalla de Tacuarembó, en enero de 1820. La misma significó la derrota definitiva de Artigas, que debió abandonar el territorio oriental, al que ya no volvería.
Comenzaría así la leyenda del Protector de los Pueblos Libre. Máximo procer del Uruguay, honrado por Latinoamérica entera.
El Adiós
El autor Eduardo Galeano le dedicaría en su libro “Memorias del fuego II, Las caras y las máscaras” las siguientes palabras:
Usted. Sin volver la cabeza, usted se hunde en el exilio. Lo veo, lo estoy viendo: se desliza el Paraná con perezas de lagarto y allá se aleja flameando su poncho rotoso, al trote del caballo, y se pierde en la fronda.
Usted no dice adiós a su tierra. Ella no se lo creería. O quizás usted no sabe, todavía, que se va para siempre.
Se agrisa el paisaje. Usted se va, vencido, y su tierra se queda sin aliento. ¿Le devolverán la respiración los hijos que le nazcan, los amantes que le lleguen?
Quienes de esa tierra broten, quienes en ella entren, ¿Se harán dignos de tristeza tan honda?
Su tierra. Nuestra tierra del sur. Usted le será muy necesario, don José. Cada vez que los codiciosos la lastimen y la humillen, cada vez que los tontos la crean muda o estéril, usted le hará falta. Porque usted, don José Artigas, general de los sencillos, es la mejor palabra que ella ha dicho.