Por Francisco J. Cantamutto | Foto de Emergentes
El triunfo de Jair Bolsonaro en el país vecino no sólo es regresivo en materia de derechos humanos: también implica un fuerte retroceso en las relaciones económicas de la región. Aquí, un análisis sobre el efecto del programa económico del próximo presidente del Brasil.
En las elecciones del domingo se impuso el triunfo en segunda vuelta de Jair Bolsonaro. La victoria del próximo presidente del Brasil nos trae malas noticias desde diversos ángulos. Por un lado, el conocido rasgo conservador, racista y homofóbico de este candidato que de alguna manera promueve, no sólo en su país sino en toda la región, una ola de intolerancia muy fuerte que pretende cuestionar a los gobiernos de la década anterior. No por sus errores, sino por las decisiones positivas que tomaron, como una cierta redistribución de la riqueza o la conquista de algunos derechos.
Frente a esto, Bolsonaro hace una vieja combinación, típica en la región, que tiene que ver con incluir al mismo tiempo un fuerte conservadurismo en lo moral y lo político y un liberalismo fuerte en lo económico. Este liberalismo se expresa en distintos puntos que son muy claramente representados por su candidato a ministro de economía, Paulo Guedes.
El programa que promovieron, y que fue votado este domingo, es claramente en favor del Capital, y tiene que ver con varios puntos bien específicos. Uno de ellos es abrir negocios en dos grandes áreas: las privatizaciones, que en Brasil aún quedan muchas remanentes, y concesiones de servicios; y por otro lado pasar una reforma provisional donde se pase a un sistema de capitalización semejante a lo que en Argentina fueron las AFJP. Este sistema de capitalización lo que hace es promover la desigualdad individual entre las personas que están jubiladas y pensionadas, en lugar de promover un sistema universalista que trate de homogeneizar en lo horizontal. Se trata de dos gigantescas oportunidades de negocios para el Capital.
Al mismo tiempo se promueve, y siempre dentro de este discurso liberal, una fuerte rebaja de impuestos que, se supone, es para evitar la elusión y la evasión. Esto siempre suena bien pero en los hechos termina ocurriendo que se reducen los impuestos a los que más ganan -los redistributivos- y se aumentan los de base generalizada y de fácil cobranza -del estilo del IVA-, lo cual promueve la regresividad del sistema impositivo.
De conjunto, las reformas pretenden poner al servicio de los negocios distintas áreas del Estado y retraerlo en aquellas que permite redistribuir o cuestionar esta distribución. El ministro de economía, de hecho, dijo que deberían unificar los ministerios ligados a la producción y la economía en uno solo. Esto implica, por ejemplo, eliminar el Ministerio de Agricultura Familiar, ganado por el MST en Brasil. Que además generaría un fuerte impulso contra las ocupaciones de tierra que hace este movimiento social, en favor del gran capital agropecuario en Brasil. Se quiere declarar la “invasión de propiedad privada” como una “acción terrorista” para, de esta manera, poder perseguirla bajo leyes internacionales.
El apoyo conservador de parte de las iglesias y del agro en relación a estos negocios hacen que en todo el programa no figure ni una sola vez mencionadas las palabras “medio ambiente” o “cambio climático”, a pesar de que dicen que se van a seguir rigiendo por los términos del acuerdo de París.
En este sentido, hay un último punto relevante del programa económico que tiene que ver con que, al igual que Trump habla de “América primero”, Bolsonaro habla de “Brasil por encima de todo”. Esto significa que el país grande impone sus propias ventajas, como gran economía en la negociación, echando a un lado las negociaciones multilaterales. ¿Qué significa? Brasil va a imponer todo su peso en las negociaciones y quiere abandonar relativamente el giro hacia el bilateralismo y los espacios comunes -en concreto, el Mercosur-.
A pesar de que en las declaraciones no lo cuestionan, lo cierto es que quieren retrotraer el Mercosur a un área de libre comercio, que no impliquen integraciones políticas, culturales o de contemplación de asimetría. No en vano tanto Macri como Piñera saludaron al nuevo presidente de Brasil, sabiendo que se empalma con sus propios proyectos, que tienen que ver con esta especie de convergencia regulatoria del Mercosur hacia la Alianza del Pacífico, donde se liberen no solamente el comercio sino los negocios en favor de las grandes corporaciones y en contra del Estado.
En los hechos, este programa puede llegar a impulsar una recuperación del Brasil, algo que muchas consultoras dan por descontado, pero de ese incremento de la actividad económica en el Brasil el año que viene no se puede esperar que repercuta positivamente en la Argentina, porque justamente Brasil se va a des-integrar relativamente del Mercosur. El intercambio con el Mercosur no tiene que ver con bienes primarios sino centralmente con la cadena automotriz de algunos intercambios industriales. Si de por sí, bajo las actuales reglas, Argentina está siendo desplazada por la competencia de China, y países de Asia, con este formato de área de libre comercio el desastre sería aún mayor.
Entre otras cosas, por ejemplo, destrabaría la negociación que se quiere sostener con la Unión Europea, donde justamente se va hacia una convergencia regulatoria laxa, que favorecería a las grandes multinacionales. En este ámbito, para la Argentina, no solamente no repercutiría con gran demanda la reactivación -si la hubiera- en el Brasil, sino que además significaría una retracción de la industria, pérdidas de empleo, y desintegración en términos de contemplación de asimetrías.
En los demás rubros, las reformas que promueven el gran capital ponen a la Argentina a competir a la baja en las condiciones sociales por el mismo capital que el Brasil. Esto significa avanzar en peores reformas, como fue el caso de la reforma laboral en Brasil, que está forzando a promover convenios a la baja en Argentina. No solamente el problema es el autoritarismo de Bolsonaro, sino el programa económico que va a repercutir dentro de la región para mal.
Está la duda de cuánto va a poder llevar delante de ese programa. Por un lado, porque tiene todo el contrapeso del poder militar que acompaña a través de la vicepresidencia a Bolsonaro y que en Brasil está ligado a cierto industrialismo. Por otro lado, es la segunda minoría en el Congreso, no le alcanzan los votos para llevar adelante su programa por cuenta propia. En este sentido, puede ser que a pesar de su programa regresivo no pueda llevarlo a cabo a la velocidad que querría y caiga obligadamente en un gradualismo en vez de una política de shock como él preferiría.