Por Pablo Tano
Argentina jugó el partido ideal y pasó a la final luego de eliminar a Estados Unidos por 4 a 0. El cronista se ilusiona y sueña, luego del mejor encuentro de la Selección en muchos años.
Cortita y al pie. Una delicia. Una pincelada cuasi artística ofreció la Selección Argentina al golear por 4 a 0 a Estados Unidos y así acceder, por tercera vez consecutiva en dos años,
a la final de un torneo. Este parece ser el momento. Este parece ser el instante justo. La hora señalada. Parece… Todo parece tan lindo, tan bello. Y hoy parece más que nunca que una postergada y merecida consagración está, ahora sí, más cerca que hace… ¡23 años en Guayaquil! Ojalá que en esta ocasión pueda serlo…
Hay una canción popular evangélica que reza en su estribillo algo así como “cada cosa en la vida tiene su justo lugar, cada cosa tiene un tiempo para hacerse realidad”. Y encaja justo con esta generación de futbolistas que desde 2014 viene logrando y captando elogios y merecimientos para alcanzar la tan ansiada gloria deportiva. Porque evangelizan con fútbol. Predican el buen juego. Pero siempre falta un paso, el decisivo, el más trascendente, porque, de lo contrario, será un nuevo fracaso, principalmente para la prensa. Y creo que a esta altura ya también lo será para la mayoría de la gente.
Es que contemplar a la Selección dirigida por Tata Martino como lo hizo anoche en Houston, en un estadio imponente, con aire acondicionado y techo rebatible, donde cerca de 70 mil personas fueron testigos de otra función sublime de Lionel Messi y compañía, la obra de arte se lució en su máxima expresión. Con ese poema de tiro libre que se coló en el ángulo superior izquierdo del arco americano, justo ahí, con esa precisión quirúrgica que sólo los iluminados como el rosarino pueden concretarlo. El arquero no dio más que un paso hacia su derecha cuando el crack argentino advirtió ese quiebre y tomó la determinación de impactar la pelota hacia ese lado. La parábola que dibujó el balón fue tan repentino y fugaz que pareció teledirigida.
Una producción colectiva sin fisuras. Alto rendimiento en la presión, en la elaboración y en la ejecución. Una efectividad implacable. El ideal que pretende el entrenador. Las tres líneas jugaron su partido ideal, con grandes despliegues, tanto colectivos como individuales, y una capacidad para manejar los tiempos y el desgaste que resultaron imponentes: marcaban los ritmos, aceleraban cuando había que hacerlo, tocaban (si hubiera sido una cancha argentina, el “ole” no se hubiera hecho esperar. Una celebración con récords incluidos: el delantero del Barcelona se convirtió, con 55 goles, en el histórico artillero de la Albiceleste al superar a Gabriel Batistuta (54). La ecuación cierra perfecto: el mejor del mundo hace años se transformó en el mayor artillero.
Ahora será el turno de esperar al ganador de Chile-Colombia que, según Martino en conferencia de prensa, “hay que ver si estamos a la altura, de pasar Chile, Selección a la que yo vengo elogiando hace ocho años, que presiona y elabora juego mejor que nosotros”. Frontal y generoso como siempre, el técnico rosarino a la hora de realizar un análisis de lo que vendrá.
Pinceladas de talento y clase desplegaron los artistas argentinos en el césped del NYG. Si hasta un fanático de La Pulga ingresó al campo de juego, durante el entretiempo, y le hizo una reverencia. Se rindió ante sus mágicos pies. Messi le acarició la cabeza casi en un gesto fraternal, tomó el fibrón que le dio el hincha y le firmó la camiseta. Ojalá que también haya firmado una vuelta olímpica que, con certeza, ellos anhelan más que ningún mortal. Y porque hambre les sobra. Aunque anoche todos terminamos pipones después de un banquete de alto vuelo.