Por Nadia Fink – @nadia_fink
Autor de El partido, el periodista deportivo Andrés Burgo investigó durante cuatro años para relatar ese encuentro del que se cumplieron 30 ayer. En esta charla, nos cuenta de la génesis del libro, su recuerdo del Mundial y el rompecabezas que armó a partir de una pregunta.
“En un párrafo perdido de un diario amarillento, conservado en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional, hiberna una frase del personaje más secundario de la selección argentina de fútbol que ganó el Mundial de México en 1986. ‘Nos contó Mariani, el ayudante de Carlos Bilardo, que Maradona ese día, el domingo 22, se levantó más temprano que nunca y que su buen humor lo desparramó por todos los rincones de la habitación’”.
Así empieza el libro El partido, con el rescate de un personaje poco visitado de esta historia. Encontrar a Mariani fue el primer disparador para que Andrés Burgo empezara a investigar y a tejer palabras, declaraciones y situaciones que lo llevaron a pensar en un libro dividido en tres partes: “Antes, durante y después”. Y también fue la primera pregunta que le hicimos: ¿Por qué elegir comenzar el libro hablando de Mariani, casi el antihéroe de la historia? ¿Por qué elegir contar desde pequeños lugares?
-Una respuesta es porque soy tímido y no tengo acceso a los protagonistas. En el caso de Maradona, yo sabía que iba a hacer su propio libro (Mi mundial, mi verdad), entonces tenía que encontrarle otra vuelta de tuerca. Y me parece bueno hacerlo con personajes secundarios, me parece que es darle voz a los que eventualmente no la tienen: en el fútbol siempre está esta cuestión de los héroes y es como una exageración, hay un montón de tipos atrás. Mi aporte al periodismo es desde ese lado: buscar relatos que en general no están y que me generan, además, más empatía: yo nunca voy a poder ser como Maradona, a lo que puedo aspirar es a ser el utilero, el hincha que estaba ahí, el periodista…
-¿Sos un poco el Fontanarrosa del periodismo?
Fontanarrosa tiene cuentos que son maravillosos, pero para mí no me gusta la ficcionalización en el fútbol. Si a este partido lo hicieras ficción te dirían: “No, lo re inventaste”. Porque es demasiado para ser ficción. Me parece que el fútbol y el deporte en general te dan demasiados elementos inverosímiles como para encima inventar.
Un partido y un amor
Y así se va armando el relato. A partir de los detalles, de la simpleza del que quizá fue “el último Mundial romántico”, donde los viáticos eran bajos, los jugadores no dudaban en dejar todo por ir a la Selección, o las camisetas eran compradas en una casa de deportes (porque las originales eran calurosas) y los números, cosidos a mano. Allí aparece otra vez Mariani, que cuenta: “En un momento, Diego dijo: ‘tengo unas ganas de comerme un sánguche de mortadela’”. El que por la tarde haría el mejor gol de todos los tiempos, deseaba un sánguche de mortadela en la víspera.
Un Mundial que encontraba a la Selección Argentina como punto, con un gobierno que resistía a Bilardo, con un líder que pasó de ser el correcto Passarella al ruidoso Maradona (así había dicho el técnico antes de que tomaran el avión hacia México: “Muchachos, en la valija pongan un traje y una sábana. El traje lo usamos cuando bajemos del avión con la Copa. La sábana por si perdemos y tenemos que ir a vivir a Arabia”), ese partido y el campeonato subieron a la cima a Maradona, al equipo, y al mismo Bilardo.
“Si hubiera que rescatar de un naufragio a un puñado de partidos de la historia universal –tres, cuatro, cinco partidos de cualquier época del deporte más popular del planeta–, el 2 a 1 contra los ingleses debería quedar a salvo. Es el paraíso del fútbol argentino. Hubo cientos, miles de tardes y noches con más goles y con mayor belleza colectiva, pero ninguna con esa carga simbólica. Ese partido es un aleph del fútbol que lo tuvo todo, y todo lo que tuvo nos favoreció. El macho alfa de los goles y el más ilegítimo, la deificación de un futbolista en un puñado de minutos, el trasfondo de las llagas de una guerra todavía abiertas, y el contexto deportivo perfecto: los cuartos de final de una Copa del Mundo”, se puede leer en un pasaje. Pero Burgo también tuvo su partido: “El Mundial de México 1986, el mío, aún no terminó: lo sigo jugando en la memoria”, escribió.
-¿Escribir este libro parte de ese partido en la historia pero también de tu propio partido, el del pibe Andrés?
Era un partido al que siempre volvía, no sólo yo, sino todos los argentinos… Por los goles, la cuestión de las Malvinas… deber ser el partido al que más se vuelve en la historia. Y yo en el fondo elegí un poco escribir este libro porque me obligaba a mí a volver a algo que había olvidado. Este partido lo tenía borrado: me acuerdo de un montón de cosas del 86 pero no de este partido en particular: sólo que mi viejo volvió de comprar una pizza a la noche. Un poco especulé con eso. También ya había escrito un libro de River (club del que soy hincha) y me había gustado escribirlo en primera persona, que contara algo de mí también. Y no porque me sienta importante, sino porque yo sé que si cuento algo de mí, voy a estar contando un montón de cosas de gente de mi generación. El periodismo deportivo suele darle mucha bola a la opinión de los protagonistas, para mí los hinchas también son protagonistas. Desde ese punto de vista, me permití interpelar a la generación.
La cuestión Malvinas es inevitable en la charla. Burgo detalla lo que sucedió en los días previos al partido: Algunos diputados pidieron a Julio Grondona (el omnipresente presidente de la AFA) que se hiciera un minuto de silencio antes del partido, otros querían que jugaran con el dibujo de las Islas Malvinas sobre el pecho en la camiseta, e incluso ocho senadores del Partido Justicialista pidieron que la Selección no se presente a jugar.
-¿Qué pudiste ver como influencia de la cuestión de Malvinas concretamente en tu investigación?
En cuanto empecé a vislumbrar que era una historia para llevar a un libro, una de las cosas era Malvinas. Me parecía que siempre aparecían los goles, los jugadores, e imágenes fundidas de soldados, obviamente anónimos, cagados de hambre, cagados de frío, en la guerra. Y fundían imágenes de la guerra con la de los jugadores. Entonces me pregunté quiénes son estos pibes, y vinculándolo al fútbol pensé: voy a tratar de encontrar todos los futbolistas que hayan estado allá. Y muchos me dijeron que no, que había sido un partido más, que les tenían más bronca a los militares argentinos, que a los ingleses, y otros que sí, que había sido como una revancha, como me dijo el ex combatiente Héctor Rebasti, que había sido como oxígeno, que se permitió mirar a los ojos a un montón de gente.
Un libro para devorarse: mezcla de película en partes con novela en tomos, Burgo sabe contarnos la historia de un partido y, sobre todo, dos goles que vimos un millón de veces. Sabe rescatar a los personajes secundarios que construyen en silencio las grandes historias, y nos recuperó el niño o la niña que éramos ese 1986 las y los de su generación. Más o menos, como él mismo dice:
“Esta es la crónica de aquel partido, protagonizado por un solo jugador, pero es también la crónica de una tesis colectiva: por su propia cuenta, en solitario y sin un tejido deportivo y social que lo rodeara –si hubiera sido tenista, si hubiera sido apátrida–, Maradona no habría construido su leyenda en ese partido contra Inglaterra. Esta es, también, la crónica de los actores secundarios que confluyeron para edificar la mitología de ese partido”.