Un hincha de River reflexiona sobre el descenso cuando ve el fracaso en rodeo ajeno. ¿Se puede volver a vivir después de descender?
Por Santiago Núñez para Lástima a Nadie, Maestro
“La satisfacción de ganar son momentos pequeños y fugaces”. La frase podría sonar en tinte filosófico, pero la dice un entrenador de futbol. Marcelo Gallardo describiendo la victoria es como si Alfred Hitchcock hablara sobre el suspenso cinematográfico o como si Jorge Luis Borges diera una charla sobre Literatura.
Pero la idea no termina allí, quizás porque en realidad no termina nunca. “El mejor antídoto para la victoria es la derrota”. Casi con fascinación sobre los desafíos, Gallardo define lo imposible: Ganar es lindo pero a la vez efímero porque uno siempre puede perder. Implícitamente, el mejor técnico de la Historia de River describía su carta mágica, la razón por la cual un ganador es un ganador: no tenerle miedo a perder.
Pero aquella visión del mundo no es sencilla. Siempre pensé que Gallardo no solamente es un ser superlativo del paladar y el elenco millonario, sino que, además, es producto de un hecho histórico, o, mejor dicho, de un proceso.
La relación victoria/derrota se tergiversó hace un par de años en River y, por inercia, para mí. Más precisamente, eso ocurrió a las 16: 21 del 26 de junio del 2011. Desde ese instante y hasta este momento y en algún punto para siempre, formamos parte de ese espectro amplio de aquellos que se fueron “a la Be”. La vida, desde ese momento, se ve distinta.
Sin que suena a un consuelo ridículo, la derrota se vive con un nivel menor de potencial escándalo y la victoria, eso que en algún momento apareció tan lejano, aparece no solamente como el dulce sabor de lo ganado sino como el contraste histórico de aquel fracaso rutilante: la final de la Copa Libertadores ganada por River contra Boca es más histórica de lo que habría sido si no hubiesen pasado solamente 6 años y medio después de haber jugado en la B Nacional. Gallardo es ladero de la victoria que es producto del fracaso.
Pero por más que a esta altura no parezca, esta nota no se trata ni de Gallardo ni de River (o quizás sí, pero sin haberme dado cuenta). La derrota, en tanto tal, tiene la diferencia de que, en algún punto dura para siempre. Pero eso no quiere decir que sea malo. Quizás simplemente es un cambio en la manera en la que uno puede ver la vida. Ni nada más ni nada menos que eso. A veces me pregunto, entonces, si en realidad el descenso no fue nada más que eso: una nueva forma de ver el fútbol y la vida.
Hace unas semanas vi descender un equipo: Tigre. Las imágenes sobrevolaban mi mente y, estoy seguro, no estaba solo. Ver a Cachete Morales jugar con la categoría de un crack a ritmo de grande y observar la mezcla exacta entre el temor a “jugar en la B” y el orgullo eterno de poder evitarlo y que eso se grite como una Copa Libertadores me hizo recordar esa magia maligna, aquella que nos ata a una pasión inexplicable.
Al mismo tiempo, Sebastián Bértoli salvaba (literalmente al mismo tiempo porque se jugaba en los mismos minutos y también literalmente “salvaba” porque un potencial gol condenaba al equipo entrerriano a una final para no descender) una vez más a su Patronato querido. A mano cambiada un centro desde el costado. “Como aquella vez”, pensé, porque el fin de semana estaba lleno de recuerdos imborrables que quizás hubiesen merecido ser borrados. Y la referencia era a aquel penal en el que el Chori Domínguez pateó alto y fuerte al medio y que Bértoli despejó para dejar a River en serias posibilidades de no volver a primera, para encima después mirar llorando a una cámara y decir que es hincha de River de toda la vida. El arquero se retiró salvando al equipo del cual fue y será siempre profeta del descenso.
Ver a Belgrano descender y a Quilmes y a Olimpo jugar para no irse a la tercera categoría ya fue demasiado. Como si la B se reencarnara en una memoria infalible, o como si lo imposible de olvidar estuviese, siempre, a la vuelta de la esquina.
¿Qué es el descenso? Nunca pude responder al interrogante. Fracaso, tristeza, derrumbe, tragedia, catástrofe son solo palabras que alguna vez me aproximaron a un concepto difícil de definir y de digerir. Pero todas ellas se encuentran del lado negativo del asunto. ¿Es solamente eso?
Quizás, para responder, conviene cambiar la pregunta. ¿Si pudieras cambiarlo, hubieses preferido no irte al descenso? Sin miedo pero con muchas chances de ser repudiado, la respuesta es no. Es cierto que quizás es más sencillo luego de dos Copas Libertadores (una de ellas con final con Boca incluida), una Copa Sudamericana y dos Recopas, pero no todo pasa por ganar o perder.
El descenso no es el fracaso de nada. Al menos para mí, fue la forma de afrontar mejor los problemas de la vida deportiva. De terminar de entender que siempre hay que aplaudir, de saber que el futbol está muy lejos de ser solamente un resultado. Saber y comprender que se puede perder es fundamental. Ganar es efímero. Perder es fugaz. Todo se mueve y lo único que queda es una pasión eterna. Ojalá los hinchas de Tigre, Belgrano y Olimpo puedan tomar ese camino.