Por Hernan Ouviña*
Hace 81 años fallecía Antonio Gramsci, militante marxista y pensador insurgente. Compartimos a modo de homenaje un fragmento del texto que es parte del libro “Revolución. Escuela de un sueño eterno”, compilado por Antonella Alvarez y Juan Manuel Ciucci.
Preguntando caminamos
Hace 81 años, el militante y marxista italiano Antonio Gramsci fallecía en un total aislamiento afectivo y político, tras cumplir una condena de más de 10 años de encierro en las mazmorras del régimen fascista. Corría el año 1937 y Mussolini gobernaba Italia, al igual que lo hacía Hitler en la Alemania nazi. En Rusia los soviets brillaban por su ausencia, y Stalin ejercía con mano de hierro una dictadura que en nada se asemejaba al clima de participación popular experimentado durante los primeros años de la revolución rusa. Las resistencias y luchas anticapitalistas en los Estados Unidos también habían menguado hasta casi desaparecer, al calor de la implementación del fordismo y el “nuevo trato” estatal de Roosevelt.
¿Qué había acontecido en esos y otros territorios donde, poco tiempo atrás, las clases subalternas osaron cuestionar al poder hegemónico y ensayar formas embrionarias de autogobierno en calles, cuarteles, campos, escuelas y fábricas? ¿Cómo fue posible tamaña derrota? ¿Por qué a la ola de descontento y al ciclo de revoluciones de las primeras décadas del siglo XX, no le sucedieron triunfos de las fuerzas populares, sino regímenes profundamente regresivos -en algunos casos, incluso, con indudable apoyo de masas- y una relativa estabilización del capitalismo? ¿De qué forma podía revertirse una relación de fuerzas tan desfavorable, sin repetir esquemas y estrategias perimidas?
A intentar responder estos y otros interrogantes igualmente urgentes, dedicó Gramsci buena parte de sus notas carcelarias, no con un afán académico ni de mera erudición, sino en tanto revolucionario derrotado (aunque distante del derrotismo). Lejos de toda victimización y de cualquier aprovechamiento de la dramática situación que padecía, como intelectual orgánico seguía sintiéndose un militante comprometido, ya que toda su vida resultó ser la de un combatiente, en el sentido más amplio del término: combatir toda injusticia, desde ya, pero también cualquier tipo de dogmatismo, modorra intelectual, desapego a la historia viva de cada sociedad o anquilosamiento de la praxis; ese fue, sin duda, su faro utópico permanente. Un combatiente honesto e integral, que odiaba a las y los indiferentes.
Desde esta profunda convicción, en uno de sus apuntes de encierro supo lanzar una pregunta adicional que ofició de balance autocrítico para entender los motivos de la derrota sufrida en el fragor de la lucha de clases entre los años 1917 y 1921, y que a su vez hoy resulta de suma actualidad para revitalizar a la revolución como proyecto emancipatorio integral: “¿Cómo es posible pensar el presente, y un presente bien determinado, con un pensamiento trabajado por problemas de un pasado remoto y superado?”. Esta pregunta, creemos, nos interpela de manera radical a quienes seguimos empeñados/as en reivindicar al socialismo como alternativa civilizatoria frente a la barbarie que nos pretende imponer como modo de vida el sistema capitalista, en un contexto regional y mundial signado por una correlación de fuerzas por demás adversa, que involucra violentas transformaciones y crisis no menos intensas. ¿Qué herramientas teórico-prácticas resultan entonces vigentes para gestar nuevas apuestas militantes en la coyuntura actual? ¿Cómo combatir de manera certera al capitalismo, sin ser subsumidos/as por sus lógicas y entramados de domesticación?
En función de estos interrogantes, lo que siguen serán sólo algunas breves reflexiones a partir de los aportes que brinda Gramsci para repensar la revolución en nuestros días. La hipótesis que nos orienta es que la concepción que esboza tanto en su período juvenil como durante sus años de encierro, implica concebirla de manera más compleja e integral, partiendo de la construcción ya desde ahora de los gérmenes o embriones de la sociedad futura, por lo que resulta -ejercicio de traducción mediante- una referencia ineludible en la actualidad y brinda pistas para reinventar los proyectos emancipatorios en pleno siglo XXI. En última instancia, nos guía una similar obsesión gramsciana: “¿Cómo soldar el presente al futuro, satisfaciendo a la vez las necesidades del presente y desarrollando una labor positiva encaminada a crear y anticipar el porvenir?”.
Apostar por la revolución
Antonio Gramsci es sin duda uno de los marxistas más distantes de las interpretaciones dogmáticas y economicistas que supieron ser hegemónicas al interior de las tradiciones políticas de izquierda durante el siglo XX. Para él, las posibilidades de una revolución victoriosa no se emparentaban en nada a un “cálculo matemático” y siempre supo defender una lectura del devenir histórico contraria a la inevitabilidad y al evolucionismo etapista. No había, de acuerdo a su caracterización, garantía del triunfo revolucionario, ni “leyes naturales” que llevasen al capitalismo a su colapso o derrumbe, sino a lo sumo una apuesta militante y consciente por trascenderlo. En esto, Gramsci retoma curiosamente al filósofo religioso Blaise Pascal, quien en sus Pensamientos lanza una hipótesis tan original como subversiva: la creencia en Dios se asemeja a un juego de lotería. Azar, esperanza y apuesta van, por tanto, de la mano. No cabe, pues, certidumbre plena ni futuro asegurado.
El planteo pascaliano es el siguiente: no sabemos si efectivamente Dios existe, pero estamos “embarcados” en este juego y debemos tomar partido. Desde ya, él nos sugiere apostar por la positiva, ya que, si acertamos, transitamos por la vida de manera decorosa y nos aseguramos a eternidad el reino de los cielos. Y si no es así, no perdemos demasiado de todas maneras, aun habiendo apostado. Pero si optamos por la negativa y finalmente existe, nos pudriremos de manera ineludible en el infierno. Más allá de esta disyuntiva, lo interesante es que se nos presenta un dilema frente al cual no podemos quedarnos de brazos cruzados (ya que la indiferencia para Gramsci es la peor manera de hacer política), pero tampoco tener plena certeza del resultado. En sus notas carcelarias retoma esta sugerente hipótesis precisamente para reinventar a la praxis política como apuesta, es decir, en tanto compromiso militante que implica sí o sí una toma de partido, un jugarse a pleno por la revolución, más allá de que en esta elección no hay garantía alguna de triunfo.
“Nada de automático y mucho menos de inminente”, sentencia Gramsci en otro fragmento de encierro. Desde ya, este carácter contingente de la praxis política -que no reniega de la actualidad de la revolución como apuesta, aunque sí toma distancia de aquello que denuncia como “superstición economicista”- no equivale para él a caer en la pura arbitrariedad. Sin duda existen un conjunto de condiciones concretas, determinados marcos y estructuras materiales, que exceden a la voluntad de los sujetos y que limitan nuestras posibilidades de acción, si bien ellos nunca operan de manera absoluta, tal como pregonan los amantes del estructuralismo.
Por ello, lo que podríamos llamar “objetividad”, no se emparenta jamás con aquella concepción a la que apelan las ciencias naturales, ya que para Gramsci “objetivo significa siempre ‘humanamente objetivo’, lo que puede corresponder exactamente a ‘históricamente subjetivo’, o sea que objetivo significaría ‘universal subjetivo’. (…) Nosotros conocemos la realidad sólo en relación al hombre, y puesto que el hombre es devenir histórico, también el conocimiento y la realidad son un devenir, también la objetividad es un devenir”. De ahí que, de acuerdo a su original interpretación, “se puede prever ‘científicamente’ sólo la lucha, pero no los momentos concretos de ésta, que no pueden sino ser resultado de fuerzas contrastantes en continuo movimiento, no reductibles nunca a cantidades fijas”. No hay, en suma, desenlace garantizado de antemano, sino siempre una inestable apuesta en favor del futuro endeble por el que se lucha: “Realmente se ‘prevé’ en la medida en que se actúa, en que se aplica un esfuerzo voluntario y con ello se contribuye concretamente a crear el resultado ‘previsto’”, remata Gramsci.
*El texto completo se encuentra en el blog Relámpagos y forma parte de los textos del libro Revolución. Escuela de un sueño eterno