Por Pablo Potenza
El Ansia, revista de literatura argentina, parte de la escritura y la lectura para llegar, ya no a la pregunta básica “¿Qué es un autor?” sino también al quién, cómo y por qué. Pero hay más: entre la forma y el contenido se marca una postura ideológica y una posición política. Radiografía de una novedosa y original forma de acercamiento al ejercicio de quemar pestañas.
Si no fuera porque es el número dos de esta revista anual, la estructura general también gozaría de una particular coincidencia, pero eso seguramente ocurrirá en el próximo número de El Ansia, esta antología que, casi como en un juego cabalístico, se recuesta sobre el número tres: tres escritores elegidos en cada edición y tres criterios de abordaje que forman secciones paralelas de composición. Las “Versiones”, “Lecturas” y “Escrituras” que se ofrecen de cada uno de ellos –Edgardo Cozarinsky, Gustavo Ferreyra y Luis Chitarroni en este número; Marcelo Cohen, Hernán Ronsino y Alberto Laiseca en el anterior– parecen verticales intentando darle forma a un todo, posibles separatas triangulando un perfil cubista.
Es que al tomar las dos funciones tan básicas como fundamentales de la literatura y de la crítica –esto es, leer y escribir–, la revista El Ansia interviene sobre el campo cultural y formula una operación crítica fuerte en el actual contexto de publicación. Entre la ya madura pregunta de Foucault y las recientes efervescencias de la llamada auto-ficción, aquí el autor adquiere un poder legítimo y contundente, para dar respuesta ya no al qué (“¿Qué es un autor?”) sino también al quién, cómo y por qué. Los tres segmentos que dan forma a cada uno de los tres perfiles son intentos de abarcar al escritor en su totalidad. Locercan y lo exprimen con entradas diversas y extensas, pero tanto se dice de él que, paradójicamente, la saturación evidencia que ese objetivo es imposible. La entrega, por lo tanto, fragmentaria, provoca que la lectura nunca se agote y que el escritor y su obra no lleguen a convertirse en monumentos, sino que terminen siendo siempre escurridizos.
¿Se trata entonces de biografías intelectuales? Sí y no, porque, como lo que interesa es la categoría de autor y la categoría de obra para, de algún modo, reconstruirlos, se arriba a ese perfil conjunto como si fuera un bloque, sin la intervención del tiempo, sin la exhibición de una trayectoria.
Ese resultado, que tanto evidencia al objeto –el escritor– como al sujeto –el crítico–que delimitó unos contornos y no otros, tal vez sea una de las razones de su periodicidad anual: se requiere un extenso lapsopara obtener una escritura y otro largo intervalo para su posterior lectura. Embeberse, impregnarse, incorporar, no solo tiene que ver –para El Ansia– con pensar y analizar una obra, sino también con acercarse al autor tanto como para tratarlo, acompañarlo, vivir sus costumbres y cotidianeidad, caminar sus recorridos, probar sus sabores predilectos, regentear la familia si es posible, reescribirlo, leer con él y descubrir sus textos. De esta forma, las “Versiones” son textos críticos escritos en géneros variados que al querer interpretarlo también lo están reescribiendo. Las “Lecturas” presentan fragmentos de obras ajenas que el propio autor elige para la ocasión. Las “Escrituras” son la obra en sí diagramada para dar muestras de lo que contiene, manifiesta y constata. No se trata, entonces, solo de una selección arbitraria, sino de una forma particular de sostener esa elección utilizando una multiplicidad de variables que le dan espesor a la entidad presentada. De alguna manera, la actualidad insoslayable de las llamadas “escrituras del yo”, o la popularidad contemporánea de la crónica, se ven aquí resignificadas y revalorizadas. En El Ansia, el autor es un personaje que está vivo.
Los tres escritores de El Ansia poseen otros tres críticos –algunos de los miembros del grupo que le da vida a la publicación: Lucas Adur, Mariana Lerner y Lara Segade, en este caso– que se les incorporan como sombras para seguirlos durante meses. El resultado es la crónica de apertura que inaugura cada perfil. Allí, la mayor o menor cercanía que se llega a establecer se constituye en un eje que abre diferencias y traza sentidos luego desparramados en el resto de los trabajos. ¿Quién abre la puerta de su casa y nos deja pasar y quién no? Cozarinsky atiende en un bar del que es habitué y oficia de guía por la noche porteña, es el dandy; Ferreyra espera con su esposa en la casa de ambos, pero también deambula por una manifestación pública, es el que asigna horarios a la escritura y a la participación política; Chitarroni abre su lugar de trabajo, la editorial, y juega actuaciones en un ciclo de lectura, es el modelo excéntrico de la digresión y creatividad. La privacidad es la verdadera frontera, impone distancia o familiaridad, y la revista El Ansia encuentra en ese confín la medida de la intimidad de la obra; esa orilla parece ser signo de secretos intrigantes, de enlaces inesperados, o de juegos extravagantes, pero en todos los casos son destellos que abren las entradas a los extremos de la pura literatura.
¿Qué debe hacer el lector de esta revista? ¿Cómo debería leer? ¿Se encuentra finalmente condicionado por la figura del autor? Digamos que, antes que condiciones, el lector más bien encuentra un contexto, un marco que abre puertas ignoradas, listas para atravesar o cerrar; pero esas son puertas individuales, porque El Ansia no construye una ley, sino que presenta y señala la riqueza de algo que se escapa todo el tiempo, en tanto siempre admite más versiones, más lecturas y más escrituras.
Estamos frente a una revista diferente. Su periodización es distinguible, no es diaria, ni semanal, no se recuesta en trimestres ni en estaciones: el año la define. Además, es una revista y es un libro. ¿Es una revista o es un libro? Son dos cualidades que el título responde: ¿cómo se conjuga el ansia por escribir con el ansia por publicar? Entre la forma y el contenido se marca una postura ideológica y una posición política: el ansia por expresar contrasta con la paciencia para decidir cómo y cuándo hacerlo, porque lo que importa es lo que se dice y no solo el acto de decir. La palabra de El Ansia, múltiple y abundante, no es volátil, tiene densidad. Hay que esperarla y sostenerla. De esa forma, enfrentada a la condición efímera y a la contaminación de voces ininteligibles del presente, aspira a la permanencia.
Dos observaciones más para concluir. No hay ninguna información de quienes escriben El Ansia, salvo pequeñas citas entre ellos mismos llamándose por el nombre. El lector curioso, entrando en el juego del código interno, interrumpe y hurga en los datos del staff para reponer los apellidos; ésa es la única operación que desvía algo el foco del autor que se está tratando –un mínimo de atención que se pone en juego–. La otra salvedad se relaciona con el director de la publicación, José María Brindisi: salvo un breve prólogo, no escribe ningún artículo. Esa ausencia marca una generosidad extrema y al mismo tiempo una presencia que lo inunda todo, se lo percibe, se lo presume, está allí.
En las condiciones actuales de producción editorial, una revista que todavía se resiste a la publicación “on line”, que suma y suma páginas, que entrega un tipo de papel especial, que agrega imágenes elegidas y un diseño particularmente pensado, es por lo menos inesperada. Tal vez esta cualidad haya sido, la mayor de las veces, el contexto en el que siempre surgieron las revistas literarias. En ese sentido, El Ansia se inscribe en una extensa y rica tradición argentina.