En este nuevo ida y vuelta con el ex DT Ángel Cappa, charlamos sobre los alcances de la pandemia, pero sobre todo de fútbol y de la Selección Argentina. La preocupación de Cappa: la formación de jugadores mecanizados en desmedro de la creación.
Por Gabriel Casas
Hola, Ángel.
¿Cómo estás, después de tanto tiempo sin comunicarnos por esta vía?
Esta pandemia nos ha tomado de sorpresa a todas y todos, y uno la va llevando como puede sin arriesgarse, cuidándose y cuidando a los seres queridos. Solo me permito salidas los fines de semana para ir a visitar a mi hija y a mi hijo. Por suerte, sigo dando clases virtuales para Éter de periodismo deportivo y eso hace que pueda estar mejor que una gran mayoría de las personas de nuestra querida Argentina. Con sólo ver las cifras alarmantes de pobreza, indigencia y desocupación, es un dolor mayor y el máximo es el de la cantidad de personas que mueren por el Covid-19 y el dolor inmenso de sus familias, amigos, etc.
Bueno, no me quiero extender con el tema de la pandemia porque en Marcha, otras compañeras y otros compañeros llevan la información al día y en especial haciendo hincapié en los y las más necesitados. Sólo agregar que, como docente, me parece una locura que se insista mucho desde el gobierno de CABA con el regreso de las clases presenciales. Dieron ejemplos de cómo podía ser, algunos insólitos o irrisorios. Sé lo que implica dar clases y la responsabilidad que llevan las mismas. Además, que l@s docentes siguieron dando clases virtuales. Que tuvieron que aprender otras herramientas. Que no entiendan que l@s docentes somos l@s que más queremos volver a las clases presenciales. Pero con una propuesta y protocolo en serio, cuidando a toda la comunidad educativa. Y en especial, a las y los alumnos. No con mensajes para la tribuna, haciendo política con la educación.
Bueno, ya me descargué, y quisiera que cambiemos opiniones sobre lo que más nos apasiona. El fútbol. Y la importancia de que en este tiempo aciago, nos distrae apenas un poco de la realidad diaria.
Al volver las eliminatorias sudamericanas, me surgió inmediatamente analizar algo sobre la Selección Argentina como equipo en esta renovación que ya llegó para quedarse y que ya tiene sobre el lomo una Copa América. Y si bien, ante Ecuador, lo único para rescatar fue el resultado, tengo deseos con esta nueva generación y su ayuda a Messi.
Deseo que la Selección juegue bien al fútbol. Deseo ver que busque los caminos hacia el triunfo por ambición ofensiva, por sociedades entre sus jugadores más talentosos, por presionar para recuperar la pelota (cuando no la tenga, obvio) y que después se la entreguen al pie siempre a un compañero. Deseo que en el mediocampo, además de tocar, en algún momento salga ese pase puñalada que desarme a la defensa rival. Deseo ver a un equipo veloz, pero no apurado. Deseo ver a una defensa que intente salir jugando, pero sin irse al extremo al respecto. Porque eso, le dará chances al rival ante el mínimo error. Deseo que no haya pelotazos sin sentidos. Deseo que los futbolistas sepan jugar con y sin pelota. Sepan leer el juego y los momentos para herir a su oponente.
Deseo que la Argentina siga ganando, pero no de cualquiera manera. La idea y la forma para llegar al triunfo deberían ser innegociables para una camiseta con tanta historia. Hay una identidad futbolística que la tienen en el gen la mayoría de los argentinos. Hay que respetarla y hacer que los rivales de turno también la respeten. Guapo es el que juega, pide siempre la pelota, gambetea, usa el engaño para su habilidad e inventa. No lo es el que pega, grita, se tira al suelo a raspar o se hace el malo. Eso es tribunear.
Y deseo también ver lo más cercano a la mejor versión de Messi. Pero deseo ver a un equipo que juegue sin sentirse dependiente de Messi. Es difícil abstraerse a su imán, pero si sus compañeros entienden que eso es lo mejor para el equipo, el propio Messi estará contento con ellos.
Un equipo, no un solo nombre por más crack que sea. “Orden para la aventura”, como decía el Flaco Menotti a sus dirigidos.
El abrazo de siempre,
Gabriel.
Me alegro, Gabriel, de poder reencontrarnos para dialogar, aunque sea brevemente, sobre las cuestiones que nos preocupan.
Empiezo por la pandemia. Este virus ha puesto en evidencia algunas cosas importantes para reflexionar. La primera que se me ocurre es el porqué de la aparición de estos virus y pandemias, y según he leído en informes de científicos, médicos y ecologistas, se trata de una consecuencia del capitalismo actual que no repara en destruir la naturaleza y el medio ambiente para seguir acumulando riquezas. Y eso alteró el ritmo propio de la naturaleza, generando traslados y movimientos de animales hacia lugares inapropiados e inhabituales, portadores de virus que transmiten a los humanos. Es decir, no es una fatalidad del destino. Acordate de que George Bush, cuando fue consultado sobre por qué Estados Unidos no había firmado el tratado de Kioto para reducir la emisión de gases contaminantes, dijo que no lo había hecho porque “no se puede parar la economía”. O sea, se puede destruir el planeta y causar enfermedades y muertes pero no se puede “parar la economía”.
Ese, por otra parte, es el pensamiento motor del liberalismo económico. Según leí y no hay por qué dudar, Macri le dijo a Alberto Fernández que “se mueran los que tienen que morir”, pero la economía debe seguir adelante.
Y este es otro tema para recapacitar. Ya lo sabemos, pero ahora es tan evidente que no creo que haya alguien que lo dude: para el capitalismo, es más importante la ganancia que la salud.
A propósito, lo que resulta llamativo por lo insólito es que haya gente que se manifieste contra el uso de barbijos, contra los confinamientos y, en general, contra las únicas medidas posibles para evitar los contagios.
O que haya en Argentina manifestaciones con gente gritando: “viva la propiedad privada” en defensa de una empresa tan depredadora y tramposa como Vicentín, que le robó al Estado miles de millones según revelaciones del mismo presidente del Banco de la Nación, Claudio Lozano.
Acá en Madrid ocurre más o menos lo mismo, por lo que puede sospecharse que hay cierta coordinación del neofascismo internacional. El otro día, en una manifestación por la calle Serrano, donde viven los gorilas más refinados y agresivos, hubo gritos como “Viva Hitler, mueran los demócratas”. No ya una agresión contra los comunistas o los izquierdistas, como es habitual, sino directamente contra los demócratas.
Esto conduce a una nueva reflexión: ¿Qué pasa con las izquierdas? Pasa que han abandonado, hemos, el trabajo de base. Se han convertido en partidos políticos dedicados exclusivamente al aspecto electoral. Y cuando están en el gobierno, toman medidas destinadas mucho más a no enojar a los dueños del circo que a favorecer a la clase trabajadora. Por lo tanto, contribuyen activamente al abandono de las bases.
Yo creo que no es cuestión de ponerse en el lugar de los opositores a los gobiernos progresistas (aunque sean, como son, tan tibios y leves que no hay por dónde apoyarlos). Me parece que no tenemos otro remedio que apoyar lo menos malo, porque de lo contrario aparecería el neofascismo con toda su furia de clase y sería mucho peor. Pero tampoco se trata de ser incondicional, sino de ser crítico y de exigir que se anime a dar pasos en favor de las clases populares. Se trata de organizar las bases para tomar conciencia colectiva de la situación y luchar por los derechos que quieren arrebatarnos. Llenar las calles exigiendo justicia. Somos muchos más que esas minorías fascistoides que no soportan la democracia y, mucho menos, que el pueblo asuma el protagonismo que le corresponde.
Esto da para mucho más, Gabriel, pero paso al fútbol.
Argentina no jugó bien, pero ganó bien frente a Ecuador. Con un fútbol de poca imaginación y creatividad. Mucha lucha, mucha voluntad, que es importante como complemento, pero lejos de lo que aspiramos de nuestra Selección. Hay atenuantes y muy importantes. No se puede jugar con un solo entrenamiento y pensar en un equipo armónico con un funcionamiento definido.
Y lo que a mí me resulta más preocupante es el nivel de nuestros jugadores. No son malos jugadores, por supuesto, pero si pensamos en algunos de los que integraban la selección en tiempos no muy lejanos, nos damos cuenta de la gran diferencia. Te pregunto qué jugador de los actuales, salvo Messi, por supuesto, jugaría en la Selección del 78, en la del 86, en la del Coco del mundial de Estados Unidos, ¿en el juvenil del 79? Ya sé la respuesta: ninguno.
No quiero faltarle el respeto a los muchachos que juegan actualmente en la Selección. Son buenos jugadores y demuestran un gran compromiso con el equipo. Lo que pretendo decir es que hay un déficit importante en la formación de los jugadores nuestros. Se abandonó la pelota como fundamento de este juego y de la preparación de los futbolistas, para darle lugar al cuidado de los músculos y de la mecanización en desmedro de la capacidad de decisión. Forman jugadores obedientes y tácticos, no los dejan pensar ni jugar. Entonces, poco a poco, han ido desapareciendo jugadores como Barbas, Ardiles, Jota Jota López, Kempes, Alonso, Bochini, Brindisi, Passarella, Burruchaga, el Negro Enrique, Redondo, Batista, Latorre, Olguín, Riquelme, Aimar, el Mago Capria y tantos otros representantes auténticos de nuestra cultura futbolística. Y, a su vez, quedó en el olvido el concepto básico más importante del fútbol (y de cualquier juego): el engaño. Todo o casi todo lo que se hace es previsible. A lo sumo, correcto.
Sin embargo, todavía quedan algunos jugadores de ese estilo. Por ejemplo, Lo Celso, Dybala, Martínez Quartas. A estos sería bueno cuidarlos y que sean el eje de la Selección, como creo que así son considerados. “No todo está perdido…”, como cantaba la Negra Sosa.
Bueno, Gabriel, para ser un reencuentro no estuvo tan mal, ¿no?
Un abrazo, cuidate, porque el capitalismo no lo hace ni lo hará. La seguimos cuando quieras,
Ángel Cappa.