Un nuevo intercambio con el ex DT y escritor Ángel Cappa. El cronista cumplió su promesa y el fútbol vuelve al centro de la escena en este diálogo. Tan central y desmesurada como se volvió la figura del entrenador en el fútbol argentino.
Por Gabriel Casas | Foto LA NACIÓN
Hola Ángel, ¿cómo estás por Madrid? Imagino que bien en este comienzo del otoño para ustedes.
Te prometí que íbamos a hablar puramente de fútbol en nuestro cruce anterior. La primavera y el calorcito llegaron para quedarse en la Argentina, aunque no alimentaron el buen juego. Estamos en el comienzo de una Superliga y ante la semifinal de otros superclásicos por la Copa Libertadores, y pareciera más importante el rol de los entrenadores que el de los propios futbolistas. Y cuando eso pasa, es porque las cosas están al revés. Los que juegan son los futbolistas, aunque sea irrisorio que haya que aclararlo.
Acá, por dar ejemplos, se cree que Gallardo tiene la garantía del éxito, como en su momento se la otorgaban a Bianchi. Los hinchas de River ovacionan más al Muñeco que a los jugadores, cuando el equipo tiene esos momentos de brillantez en precisión y verticalidad. Y les come el hígado a los rivales. Lo apodaron Napoleón y ya le están construyendo una estatua. No deja de ser el exitismo sobre el resultadismo a ultranza, aunque Gallardo apueste por armas nobles para que su equipo supere a sus rivales de turno. Demasiado intensas y casi sin pausas, para mí gusto. Pero cuando uno exige algo extra para el espectáculo en el fútbol, nos mandan al teatro o a un concierto de música. Como si no tuviéramos una historia que nos avale al respeto en el fútbol argentino y pretendamos la mera intención de que sea honrada.
Obvio que la idea de juego de los técnicos es muy importante. Que sus decisiones a favor o en contra en el armado de un equipo y de un plantel (esto con la ayuda de los dirigentes, economías y las ambiciones de los clubes) suelen ser fundamentales y que sus miradas para meter mano en el trascurso de los partidos, son vitales. Todo puede ser a favor o en contra. Vos con tu larga carrera como entrenador, aunque ahora hayas dejado, podes dar más precisiones certeras del grado de las influencias de los que se sientan a dar indicaciones (aunque ahora lo vivan parados y gesticulando) desde el banco.
Del otro lado está parado Alfaro, con números y estadísticas casi irreprochables, pero con un estilo que le impone a Boca que no convence ni a sus propios hinchas. Sin embargo, como manda el resultado, dejan los cuestionamientos al juego desplegado para el chamuyo de la semana. Y festejan cada victoria como si hubieran visto un espectáculo para aplaudir de pie en el Teatro Colón.
Se los ha puesto en un rol tan preponderante a los entrenadores, en especial a los más juveniles, que el ego desmesurado después conspira en contra de su siguiente club. Por ejemplo, Beccacece armó un equipo que jugaba bien y de manera ofensiva, como lo hacía Defensa y Justicia la temporada pasada, y ahora en Independiente no da pie con bola. Y que no nos mientan con eso de que se acabó el paladar negro de ciertas hinchadas de nuestro fútbol. El Rojo le ganó 1-0 de puro chiripa, precisamente a Defensa y Justicia, por la Copa Argentina, jugando de la peor manera que le vi en mucho tiempo. Se fue silbado. Claro, los hinchas mayores de 40 años vieron a Bochini, Burruchaga, Marangoni, Garnero, Rubén Insúa, Gustavo López, Rambert, etc. Y los menores de esa edad tuvieron el placer de ver al Kun Agüero, Gabriel Milito, el Pocho Insúa, el Rolfi Montenegro, el Cuqui Silvera. Entonces, cuando ven que a veces los que lucen esa camiseta no pueden acertar unos pases, hacer paredes, intentar lujos, asistencias y goles lindos, hacen tronar el escarmiento, como decía Perón.
Hay una obediencia debida, exagerada para mí, hacia las indicaciones y los pedidos de los entrenadores que, por lo general, no están en concordancia con la identidad o nuestro gen futbolero. Y el fútbol argentino necesita más desobedientes, en el buen sentido. El elogio de moda en el periodismo y en los protagonistas es que “es un equipo insoportable para sus rivales”. Respecto a la intensidad, a la verticalidad, a la marca, a la asfixia, y a “poner la patadita” cuando crean necesario. Y si pasa con River y Boca, los dos mejores planteles del país y hasta de Sudamérica, ¿qué se puede esperar del resto en lo doméstico?
“Orden para la aventura”, decía el Flaco Menotti. “Al jugador hay que respetarle la cuna”, decía Di Stéfano. “Pibe, el pase al pie, o sino dedicate a otra cosa”, le dijo el Mono Obberti a Valdano cuando debutó y se la dio mal. “El que no da bien un pase, es un mal compañero”, decía Pipo Rossi. Quizás sería bueno que en lugar de darle videos motivacionales de sus familiares a sus dirigidos antes de los partidos decisivos, o de dar esas espantosas arengas del resultado como una épica, que también la tienen instaladas los futbolistas, les pasaran otras filmaciones en blanco y negro y de protagonistas que engrandecieron al fútbol argentino, desde el lado del juego.
Espero tu respuesta. El abrazo de siempre,
Gabriel.
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Hola Gabriel.
Son muchos los frentes que abrís y muy buenos para la discusión, y que tienen la hoy rara virtud de hacer pensar. Empiezo por los entrenadores. Claro que son importantes y mucho más que antes porque ahora no hay muchos jugadores que sepan jugar. Se las rebuscan con lo que les dio la naturaleza: unos son hábiles, otros resistentes, o cabecean bien o le pegan bien a la pelota. Pero saber jugar es otra cosa. Entonces los entrenadores son decididamente importantes en ese aspecto. Y también en ayudarlos a que sepan decidir por su cuenta. No son importantes o mejor dicho tan importantes en la cuestión táctica, ya que si un jugador sabe jugar, la táctica la aprende en 5 minutos. Pero claro, el afán de ser más importantes que los jugadores hace que algunos se pasen todo el partido haciendo señas como el penado 14, sin que nadie les haga caso porque jugar y mirar al entrenador no se puede.
No todos prestan atención al otro aspecto del que te hablo: ayudar a los jugadores a que decidan ellos (que de todos modos harán porque los que entran a la cancha son ellos y no los DTs ni los pizarrones de la táctica). Decía Paulo Freire que el mejor maestro es aquél que finalmente pasa desapercibido. Es cuando el alumno no sabe si lo que aprendió lo descubrió él solo o se lo enseñó el maestro. O sea, ocupar un papel importantísimo pero no tan a la vista.
Me hablas de River y Boca. De Gallardo y Alfaro. Lo único que respeta nuestra sociedad (en fútbol también, por supuesto) es el éxito. Guardiola es respetado en todo el mundo no por cómo juegan sus equipos, sino porque gana seguido. Y sospecho que a Gallardo le pasa lo mismo y a Alfaro también. River tiene una propuesta a favor del buen juego y en cambio Boca a favor del resultado. Y aunque parezca que es lo mismo hay diferencias. Uno, River, busca el resultado tratando de ser mejor que el adversario. El otro, Boca, hace lo mismo pero tratando de que el adversario no pueda jugar. Yo, por supuesto, prefiero la propuesta de River porque para mí el juego tiene tanta importancia o más, quizás, que el resultado. Pero, como sabes, a mucha gente lo único que le importa es el resultado. Cada uno es cada cual, dice una canción de Serrat.
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Otro de los temas que tratás es el pase. Para mí el pase es lo más importante del juego. El pase y la recepción o el control. Para que un equipo sea rápido tiene que hacer circular la pelota con rapidez, y para eso el pase necesariamente tiene que ser fuerte. No sirven esos pases famélicos que tardan mucho en llegar a los compañeros. Y la pelota no puede ir ni muy alta, ni muy atrás ni muy adelante. Justa y a favor de la carrera del compañero o, si está quieto, para que pueda jugar de inmediato. No se logra la rapidez corriendo más ligero. Y el control, que siempre es orientado, tiene que ser preciso. A un jugador no se le puede ir la pelota a un metro cuando la recibe. Y me quedo con la frase de Pipo Rossi: “el que no da bien un pase es un mal compañero”.
Entrenar estos dos aspectos es muchísimo más importante que hablar de tácticas o del adversario, como acostumbran a hacer algunos entrenadores. No digo que no haya que tocar esos temas. Sino que si tenés un equipo con jugadores que sepan jugar, que tengan la técnica adecuada para pasar y recibir en las mejores condiciones, el adversario pasa a un segundo plano. No ignorarlo, pero tampoco preocuparse demasiado. Me acuerdo siempre de la respuesta que dio el entrenador del equipo de básquetbol de Yugoslavia, campeón mundial en Argentina. Le preguntaron cuál era el secreto de ese equipo y dijo: ” Muy fácil. Que todos mis jugadores, saben pasar, saben botar (picar) y saben tirar”.
La táctica es el orden, el principio desde el cual juego. Sin orden, sin disciplina, no puede haber arte, seguramente. Pero no es el orden el que gana los partidos, sino el talento, y el talento necesita desordenarse en algún momento. Lo que dice el Flaco Menotti es lo que debe hacer un equipo que quiera jugar bien: orden para la aventura. Con orden solo difícilmente se pueda ganar, salvo algún detalle. Porque no olvidemos que de todos modos esto es un juego y el azar también interviene. Y con aventura solamente, tampoco.
Una vez me dijo el gran Alfredo Di Stéfano: “El fútbol es muy difícil Ángel…hasta que aparece uno que juega bien y ya es un poco más fácil”. El otro día me enteré que eso decía también otro grande, Adolfo Pedernera. Es bueno, yo diría que imprescindible, escuchar a los grandes y ver jugar a los grandes equipos (hoy que hay tantos recursos tecnológicos) porque es la mejor forma de ir aprendiendo. Y no digo de aprender, porque uno nunca termina de aprender.
Bueno Gabriel, como decís aquí en España empezó el otoño y en Madrid es una época espléndida. La ciudad se llena de los distintos colores que presenta la vegetación antes de que las hojas se vayan cayendo. Y la temperatura es ideal. No tanto el fútbol, ya que ni el Madrid, ni el Barcelona, ni el Atlético de Madrid (los 3 más grandes de la Liga) juegan bien. Ni siquiera medianamente bien. Todo cambia, como cantaba la Negra Sosa. Esperemos que así sea y jueguen un poco mejor.
Un abrazo y hasta la próxima,
Ángel.
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