A 18 años de la masacre de Avellaneda, conversamos con Alberto Santillán, el papá de Darío. En diálogo con Marcha recuperó al Darío más humano, para, más allá de su muerte, mantener la memoria de su vida. También recordamos que los responsables políticos de los asesinatos, como Felipe Solá y Duhalde, continúan impunes y desempeñando cargos políticos.
Por Redaccción Marcha
Este 26 de junio fue atípico, sin la posibilidad de encontrarnos en el puente. Sin embargo, los homenajes estuvieron presentes, con el aporte de músicos como el Rally Barrionuevo y Jorge Fandermole, con los movimientos sociales y gran parte de la sociedad que continúa apoyando una lucha que se sostiene en el tiempo.
Conversamos sobre lo difícil de la ausencia de su hijo en el día a día, y la persistencia de una lucha a lo largo de tantos años. Gracias a la militancia, a las juventudes, a los y las familiares que acompañan y mantienen su memoria intacta.
Emerge la memoria de aquel 26 de junio de 2002: “No me olvido de Dari diciéndole a los compañeros que se vayan del puente porque los iban a matar a todos, de Dari con la mano levantada diciendo ‘el pibe se está muriendo, paren’ (en referencia a Maxi) y no me olvido cómo lo obligan a levantarse y cómo lo masacran”, recuerda Alberto. Y posteriormente, la circulación de discursos negando la responsabilidad de la policía, acusando a los piqueteros de que “se habían matado entre ellos”, las declaraciones públicas de Felipe Solá felicitando a Fanchiotti por la masacre.
La lucha contra la impunidad continúa vigente, más que nunca, nos cuenta Alberto. Y narra el encuentro con pibes y pibas que lo recuerdan y quieren conocerlo en distintas provincias a lo largo del país. Una lucha que se encarna con la de los desaparecidos de la última dictadura militar, con crímenes del estado en represiones, y casos de gatillo fácil. Surgen los nombres de Rafael Nahuel, de Santiago Maldonado, de Luciano arruga, de Luis Espinoza (asesinado por la policía recientemente en Tucumán). Y la pelea incesante por la justicia, en estos y tantos otros crímenes impunes.
A partir de su asesinato, la gente comenzó a saber quién era Darío, a conocer su historia de militancia. “No es únicamente verlo a Darío marchando, o preocupadísimo porque sus compañeros del barrio no tenían una vivienda digna, o su trabajo en la bloquera para que los vecinos tuvieran las viviendas que se merecen. Pero también hay una toma de consciencia al escucharlo a Darío. Después de 18 años, al escuchar sus palabras descubrimos que el reclamo es el mismo. Lo que ha dejado Darío es eso. Tiene una tremenda importancia escucharlo”.
Alberto nos devuelve la dimensión humana de su hijo. El recuerdo de su familia en una mesa, y en charlas con militantes, sacándolo de la bandera y del mito para devolverle la vida con la memoria. Darío, el pibe que leía, que estudiaba y miraba documentales para compartir con sus compañeros; el que andaba pendiente de las necesidades de su barrio; el pibe que, como tantos otros, tenía sus virtudes y sus defectos.
“La idea es no idealizarlo, sino ver que era un pibe con sus errores y sus alegrías, que se podía equivocar. Y también para mí sería muy triste que Darío terminara siendo un mural, una foto o una bandera. Sino, pareciera que Darío era perfecto, y no lo era. Él tenía una parte humana como todos tenemos.
Yo no quiero ver la muerte únicamente de mi hijo. Aunque no me olvido de lo que pasó en la estación. Pero hay una parte que es la más humana, la más viva, la del Darío vivo. El amigo, el hermano, el cuasi padre, el Darío de los abrazos, el de las embroncadas, el que buscaba perfeccionarse, leyendo, asimilando todo lo que podía. El que de repente, cuando yo venía de laburar, encontraba viendo documentales para mostrarles a sus compañeros. Yo me quedo con el lado humano, que se ve reflejado en tantas pequeñas anécdotas de Darío, siempre prestando el oído, el abrazo, o yendo a ver en bici a sus compañeros. Y eso es lo que me parece más valioso. No me quedo con la muerte, me quedo con la vida de mi hijo. Con todo lo que me dejó.”
En un diálogo entrañable y sincero, Alberto comentó también cómo vive la situación actual en medio de la pandemia como trabajador de salud. La falta de recursos, de herramientas, de cuidados, y lo desprotegidos que se encuentran hoy los y las trabajadores.
La impunidad persiste todavía, a 18 años de la masacre, no solo porque sus responsables políticos no fueron condenados, sino porque continúan ocupando cargos públicos, como Felipe Solá, quien actualmente es canciller.
Alberto, en diálogo con Nadia Fink e Ignacio Marchini, finaliza destacando la importancia de los movimientos sociales, que son los que hoy apagan las urgencias en los barrios para quienes no tienen un plato para comer. Nos señala el abandono del Estado en los barrios, situación que hoy se agudiza en contexto de pandemia. “Pareciera que los muertos siempre los ponemos nosotros”, nos comenta, en relación a los referentes sociales que murieron por el accionar de las fuerzas policiales o por la desidia del Estado frente al covid. “Únicamente con la revolución podemos terminar con esta clase de Estado”, nos recuerda, trayendo al presente una de las tantas reflexiones que nos dejó Darío.
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