Por Andrés Álvarez / Foto:Veinticuatro/Tres
El sol del mediodía
daba de lleno
en el puente Pueyrredon.
Otro 26 de Junio
caluroso y húmedo
culpa del famoso
veranito de San Juan.
Yo iba a seguir
con el tren
hasta Constitución
y de ahí al trabajo
pero no pude,
tenía que escucharlo.
Tenía la necesidad
de escuchar
a un padre.
A ese que me decía
“me hubiese gustado
estudiar
lo mismo que vos”.
Tenía la necesidad
de escuchar
a un padre orgulloso
de su hijo,
ese pibe de Claypole,
del barrio Don Orione
que un día
demostró como ninguno
lo que es poner el cuerpo
por un compañero
y pasó a ser
eterno.
Escuchar
a un padre orgulloso
de que su hijo
le haya quitado
el nombre.
La voz grave
viene del escenario,
cada palabra
es un recuerdo
un golpe.
Estábamos sentados
en el living
viendo por la tele
la represión del 20 de diciembre
“no vayas – me dijiste –
no te quiero ir a buscar
a una comisaria”
usabas bastón, después
silla de ruedas.
Agacho la cabeza
se me caen las lágrimas,
es decir, lloro
estoy de rodillas
y lloro,
levanto la cámara
para tomar una foto
pero también para tapar
no sé qué.
Pasaron 15 años
de muchas cosas
mi viejo, el cáncer
Darío, Maxi
el argentinazo.
No quiero que me vean.
Tenía la necesidad
de escuchar a un padre
y las palabras
de Alberto salen
las siente y salen
sin pensarlas llora
¿Siempre hay que pensarlas?
Hablás y llorás, Alberto
sin tener vergüenza
y ese llanto
que también es mío
que también es nuestro
que también es puño
es el nudo en la garganta
es tragar saliva
es que nos tiemble la pera
para no seguir llorando
es gritar ¡Presente! con el alma
cuando nos acordamos
de Darío
gritando de dolor
en ese charco de sangre
tirado en la estación
y yo me acuerdo
de mi viejo
delirando
mientras esperábamos
la ambulancia.
Miro a mis compañeros
a mis compañeras
también están llorando
y se tapan la cara
aunque no tienen cámara.
Quisiera saber
cuál es el llanto
que nos une.