Las feministas populares hemos vuelto al tejido clandestino de nuestras esperanzas. Es un llamado: ¿cómo estás?, ¿qué necesitás? Se trata de volver al origen de nuestro andar feminista, acompañar. Ampliar el socorrismo hacia todas las dimensiones de la vida. Porque ningún virus romperá los lazos políticos y culturales de la revolución feminista.
Por Claudia Korol / Foto: Analía Cid para cobertura 28S 2017
Las feministas nos hemos acostumbrado a encontrarnos en las calles, en las plazas, en danzas y cantos colectivos. Somos nietas de las brujas, de las ancestras, de las machis que no pudieron quemar, y también de las que ardieron en hogueras. Somos hijas de las Madres de la Plaza, de las Madres del Dolor. Somos hermanas de las compas detenidas desaparecidas, asesinadas, presas, en todas las dictaduras del Abya Yala. Con ellas hemos aprendido a caminar, a ejercer nuestros derechos, a saber quiénes somos y con quiénes somos manada.
El virus, la llamada pandemia, nos volvió bruscamente a las casas, con el carácter agobiante del encierro y el aislamiento no elegido. Como sabemos desde hace siglos esta tarea de cuidar, muy a regañadientes aceptamos la lógica obligada de la cuarentena. A regañadientes, porque el modelo que nos toca de amas de casa, es más duro aún que aquel frente al que algún día nos rebelamos. A regañadientes, porque aprendimos que confiar el cuidado en el Estado y en las fuerzas represivas, es una invitación a que la violencia institucional controle –aunque sea momentáneamente- la vida social. Eso significa que las y los más vulnerables queden desprotegidas, desprotegidos, especialmente las y los jóvenes, las y los ancianos, las y los habitantes de territorios empobrecidos por el sistema que jerarquiza y discrimina.
Sabemos que como resultado de este aislamiento, las mujeres que sufren violencia en las casas, pasarán los días más horrendos. Sabemos que las personas que sufren los ultrajes cotidianos del sistema carcelario, hoy están viviendo el mayor abandono y la más grande violencia. Sabemos que las trabajadores precarizadas jefas de hogar, hoy desesperan para alimentar a sus hijas e hijos. Sabemos que quienes realizan sus trabajos en las calles, no tienen cómo sobrevivir.
Al mismo tiempo, la fuerza de la lucha colectiva, de la marcha del 24, de los abrazos que hace años nos permiten recuperar energías, quedaron en suspenso.
¿Qué hacemos ahora que no nos ven?
Las feministas populares, hemos vuelto al tejido clandestino de nuestras esperanzas. Es un llamado. ¿Cómo estás? ¿Qué necesitás?… Y las redes empiezan a moverse de modo delirante para dar respuesta a la urgencia. Están las cooperativas textiles que cortan y cosen barbijos para los barrios donde la protección nunca llega, o para los hospitales donde el personal de salud se juega cada día en la primera línea. Están las compañeras de los comedores y merenderos que se las van arreglando para hacer llegar viandas de comida a quienes viven de ello. Están quienes ofrecen su apoyo como médicas o enfermeras más allá del horario de hospital, para que no se saturen los centros de salud. Hay quienes se ofrecen para hablar con las mujeres que sufren violencias, y ayudarlas a salir de ese lugar si hay riesgo de vida, o a contenerlas, si es posible. Escuchar, compartir una información necesaria, hacer llegar el mensaje fundamental: “no estás sola”.
Volver al origen de nuestro andar feminista, que es precisamente, acompañar. Ampliar el socorrismo, hacia todas las dimensiones de la vida.
Ahora que no nos ven, llenamos de pañuelos blancos nuestras casas el 24 de marzo. Ahora que no nos ven, cruzamos la línea de la soledad, para reinventar los mil modos de enamorarnos en la distancia. Ahora que no nos ven, denunciamos a la policía abusadora, a su desparramo de violencia. Ahora que no nos ven, respiramos, recuperamos fuerzas, pensamos colectivamente a través de distintas redes, no nos callamos. Ahora que no nos ven, creamos comunidad. En silencio. Sin grandes declaraciones públicas.
Ahora que no nos ven, anudamos la trama de nuestros feminismos con firmeza. Ningún virus romperá los lazos políticos y culturales de la revolución feminista. Desde la clandestinidad y el aislamiento, aprendemos a querernos, a sostenernos, y a cuidar nuestras rebeldías. En todas las casas, inauguramos y habitamos nuevas plazas.