Por Gloria Cosentino. En este agosto se cumplen 13 años de la muerte y 102 del nacimiento del novelista Jorge Amado, quien supo moldear, a la vez que reflejar, una Bahía que se convirtió en inspiración de casi toda su obra. Aquí repasamos su vida.
“Ayudar a cambiar el destino de los pobres…
Una voz que proviene del muelle,
del pecho de los estibadores,
de Joao de Adao, de su padre muriendo
durante un mitin, de los marineros de los barcos,
de los saveiristas y de los canoeros.
Una voz que llega del grupo que juega a la lucha de la capoeira,
que proviene de los golpes que asesta Querido-de-Deus.
Una voz que llega incluso del padre José Pedro,
cura pobre que mira espantado
el terrible destino de los Capitanes de la Arena.”
“Se va el escritor que llevó nuestra historia, la del pueblo bahiano, a todo el mundo”, dijo María Bethania, hermana de Caetano Veloso, el día de la muerte de Amado.
A fines del siglo XIX, principios del XX, el progreso económico producto de la exportación de tabaco y cacao en San Salvador de Bahía no se presentaba en forma sinónima en el pueblo bahiano.
Como dice Galeano en sus Venas Abiertas, la producción de cacao era fuertemente estimulada por los grandes consumidores europeos y norteamericanos. Junto con Venezuela, para mediados de siglo, San Salvador se había convertido en la capital del cacao.
Al sur de esa Bahía, en el municipio de Itabuna, el 10 de agosto de 1912, nacía Jorge Amado. Su padre era un pequeño productor. A sus 18 años escribió su primer libro El País del Carnaval, sucedido inmediatamente por Cacao, de un claro espíritu agitador.
Militante ácrata libertario en su juventud, luego afiliado en el Partido Comunista Brasileño del que fue dirigente hasta su partida durante la dictadura de Vargas, sus actividades revolucionarias le aseguraron el exilio desde 1942 en Argentina, Uruguay, Francia y Checoslovaquia.
Hablar de Amado es hablar de un cúmulo de reivindicaciones y denuncias que dialogan entre la conciencia de clase y las llanas desigualdades en las plantaciones de cacao, entre los exóticos morros y la tensión de una ruralidad que puja por rebelar a su campesinado.
La población de la Bahía de todos los Santos del Candomblé -junto con sus quilombos y su dialecto, prohibidos por la iglesia católica durante cientos de años-, con su ritmo entrañable y su manto de profundidad afrobrasileña, es traducida en mística popular inconfundible; lo sagrado y lo profano fundidos en un único y rebelde animismo.
En 1937 publicó Capitanes de la Arena que sería censurado en nombre del Estado Novo de Getúlio Vargas que tuvo su curso entre 1937 y 1945. Los ejemplares publicados hasta ese entonces fueron quemados en la plaza pública.
En 1958 escribió Gabriela Clavo y Canela, esa delicia del realismo mágico que antecede a García Márquez, la obra que disparó el reconocimiento de otros literatos que registrarán en ella un gran aporte a la literatura y a la narrativa latinoamericana e internacional. Fue traducida a 30 idiomas y supo ser el espejo de una bahía con olor a cacao y un sudor tropical que ya no se conformó con el reflejo de la miseria y la desazón y que, por el contrario, hizo de la literatura su arma más poderosa.
Desde entonces Amado es más que el libreto de su pueblo trabajador, es también la voz irónica a la vez que jocosa de desafortunados niños, la conversión de trabajadores campesinos, prostitutas, mulatas, analfabetos, expulsados todos por la hegemonía mercantil y racista; y convertidos en verdaderos héroes de la historia nuestroamericana.
Pero agosto, que se vistió de fiesta para ser invitado de lujo de su natalicio, tuvo que hacer también lo propio de luto, para verlo partir. Habiendo atravesado una diabetes que lo encegueció para prohibirle los dos más grandes placeres de su vida -leer y escribir- Jorge Amado vio llegar la muerte el 6 de agosto de 2001.
Algunos meses después del fallecimiento de Jorge Amado, en diciembre de 2001 -y casi paradójicamente- una tal Monsanto, que por lo visto no sabe de duelos y respeto a ningún honorable difunto, inauguró, en el Polo Petroquímico de Camaçari, en la Región Metropolitana de Bahía, la primera planta de la compañía dedicada a la producción de materias primas para el herbicida Roundup en Sudamérica, la más grande fuera de Estados Unidos.
Para continuar la triste historia que comienza con el oro, es sucedida por el cacao y le cede su lugar a la soja sin más, ansiamos algún amado que cuente la poderosa imagen de ese Brasil que, como en Cacao o Sudor, en el lenguaje del pueblo; algún que otro amado, querido, o al menos estimado, que retome la picardía popular, que convierta a nuestro pueblo trabajador en el protagonista y sobre todo héroe de esta pesadilla extractivista, que sepa al menos susurrar que “incluso entre la más espantosa miseria de las clases pobres, nace la flor de la poesía, porque la resistencia de la gente está más allá de toda imaginación. De esa gente bahiana viene el lírico misterio de la ciudad, el misterio que completa su belleza”. (Amado, Jorge, Bahía de todos los santos. Guía de calles y misterios).