Por Pablo Tano.
¿Por dónde empezar a despedirlo? Algunas palabras surgen presurosas para desandar el camino que recorrió en un ida y vuelta constante entre el fútbol y la literatura
Las venas abiertas de América Latina lloran más que nunca. El Fútbol a Sol y Sombra será, de aquí en adelante, una silueta oscura y lúgubre porque ha perdido a una de las personas que mejor lo veneraba, lo analizaba, lo interpretaba, lo criticaba, lo transmitía y lo plasmaba en la hoja en blanco. Murió el escritor uruguayo Eduardo Galeano a los 74 años y con él, la misma sensación que me provocara la partida de Roberto El Negro Fontanarrosa en 2007: pesadumbre y reflexión. Pero las obras nunca morirán.
En el comienzo mencioné la “hoja en blanco”, el bendito papel y que Eduardo repetía siempre: “El pánico de la hoja en blanco aún hoy es el mismo que a los 15 o 16 años cuando comencé a escribir”. Porque en su etapa como caricaturista también sentía la misma sensación entre lo que pensaba y lo que dibujaba.
En el Fútbol… como en todas sus obras, ensayos, cuentos, artículos y ponencias, logró con esa prosa sencilla, suave y a la vez profunda y reveladora, descubrir y recrear historias maravillosas e indignantes que hacían reflexionar, pensar y repensar cómo se movió y se mueve la maquinaria del fútbol, la industria más poderosa del mundo, según algunos jerarcas que se creen inmortales.
El autor de Los hijos de los días desmenuza con definiciones revolucionarias, llenas de creatividad e inventiva como aquella de “opio de los pueblos” porque era un “cazador de historias” como se autodefinía.
Del crack argentino Lionel Messi tenía una teoría que se la hizo llegar al rosarino. “Se la hice llegar a él a través del director técnico de la selección: así como Maradona lleva la pelota atada al pie, Messi lleva la pelota dentro del pie. Lo cual es un fenómeno físico [se ríe, sus propias carcajadas lo interrumpen]. Inverosímil. La frase le llegó. Y se ve que le gustó, porque me mandó una camiseta de regalo. Científicamente es imposible, ¡pero es la verdad!”, contaba en una entrevista al diario La Nación.
Una de los pensamientos que más me conmovió fue aquel cuando se refirió a los hinchas. “Una vez por semana, el hincha huye de su casa y asiste al estadio. (…) En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos, exhibe a sus divinidades. (…) Mientras dura la misa pagana, el hincha es muchos. Con miles de devotos comparte la certeza de que somos los mejores, todos los árbitros están vendidos, todos los rivales son tramposos”.
Acerca del gol, ese instante sublime y único, escribía: “El gol es el orgasmo del fútbol. Como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna. Hace medio siglo, era raro que un partido terminara sin goles: 0 a 0, dos bocas abiertas, dos bostezos. Ahora, los once jugadores se pasan todo el partido colgados del travesaño, dedicados a evitar los goles y sin tiempo para hacerlos. (…) El gol, aunque sea un golcito, resulta siempre gooooooooooooooooooooooool en la garganta de los relatores de radio, un do de pecho capaz de dejar a Caruso mudo para siempre”.
Y a la hora de denunciar las estructuras de poder de uno de los negocios más lucrativos del planeta, Galeano tenía también una mirada inquisidora en el capítulo La tecnocracia del deporte profesional. El autor escribe que “ha ido imponiendo un fútbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohíbe la osadía. Por suerte todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado carasucia que se sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad”.
Simplemente un genio de la palabra. Pero mejor que lo defina el reconocido escritor e historiador argentino Osvaldo Bayer, de la misma generación que Galeano, que ayer tenían acordado un encuentro en Buenos Aires. “Era el mejor de todos nosotros”, sentenció.