El programa electoral de Pacto Histórico representa una propuesta que pone a las mujeres, los pueblos, los territorios en el centro. Un programa político para la vida que, de concretarse, representa un faro para toda la región.
Ana María Vásquez Duplat/ Foto Federico Ríos IG: @historiassencillas
Diversos sectores políticos, tanto de derecha como de izquierda, concibieron como finalizado el ciclo progresista en América Latina. El pensamiento mayoritario entre les analistas aseguraba que nos enfrentábamos a una nueva etapa marcada por el avance de la derecha en el poder. El escenario regional hoy nos muestra un giro inesperado: el progresismo parece estar de nuevo vivo en la disputa por el poder político y se advierte un ciclo abierto y rico de movilización popular que está tejiendo agenda e iluminando con su reflejo los procesos de contienda electoral en distintos países. La consolidación de los feminismos y del ambientalismo como movimientos sociales, el levantamiento de masivas y sostenidas protestas populares en Chile, Perú, Ecuador y Colombia, entre otros, la persistencia de una(s) crisis que la pandemia empujó hacia el más profundo de los abismos, ha abierto la puerta a la región para la victoria de apuestas partidarias que se plantean, por lo menos, antineoliberales.
En este escenario emerge el Pacto Histórico en Colombia, una coalición que trae el acumulado político de la Colombia Humana, pero que supo ampliar su representatividad, aunando no solamente nuevas corrientes y figuras, sino también nuevas perspectivas. Su propuesta política, la construcción de la campaña para las presidenciales y el programa de gobierno que defienden, muestra renovados matices frente a las experiencias, esperanzadoras, pero también eclipsadas, de los gobiernos progresistas que irrumpieron en América Latina en el escenario político en los primeros años del siglo xxi. Haciendo eco de las reivindicaciones de los movimientos sociales más protagónicos de nuestros tiempos a nivel global, especialmente de los feminismos, Gustavo Petro y Francia Márquez parecen estar abriendo una nueva senda para que Colombia sea gobernada por un progresismo que decididamente, y sin extraviarse en posibilismos, ponga la vida en el centro.
La propuesta del Pacto Histórico: Colombia, potencia mundial para la vida
“Cambio por la vida” y “Vivir sabroso”, son las consignas más fuertes de la campaña del Pacto Histórico en la actual contienda electoral. La vida en el centro, pero no cualquier vida, sino una con dignidad. Un horizonte inaplazable en un país que aún sin dictaduras militares amasa el terrorismo de Estado más largo y con las peores cifras en cuanto a pérdidas de vida (muertes y desapariciones) y que profundiza niveles intolerables de desigualdad y pobreza. Este proyecto esperanza mucho al pueblo, al que tiene sed de paz y que entiende que, como diría el imprescindible Osvaldo Bayer, mientras existan niños con hambre no habrá democracia. Plasmadas así no más, estas consignas pueden parecer slogans bien pensados, acondicionados de manera adecuada a los tiempos y exigencias que corren; compartimientos estancos y vacíos. Sin embargo, hay una hoja de ruta, un proyecto que los sostiene, los amplifica y los llena de realidad.
“Colombia, potencia mundial para la vida” es el nombre del plan de gobierno de Petro y Francia. Este plan está integrado por un paquete de estrategias regionalizadas y un programa transversal con cuatro ejes estructurantes de gobierno: el cambio es con las mujeres, economía para la vida, sociedad para la vida y plan de tecnología para la vida. En el desarrollo de estos ejes aparecen líneas de acción que no solamente evidencian la incidencia de los movimientos sociales y el impacto de las demandas expuestas al fragor de las protestas populares recientes; sino que muestran claves diferenciales con los proyectos políticos de los gobiernos progresistas anteriores. Haciendo una síntesis apresurada, tal vez utilizando categorías no del todo precisas, se podría plantear que, si el ciclo anterior se enunciaba como el socialismo del siglo XXI, el proyecto del Pacto Histórico se mueve hacia un feminismo ecoterritorial del siglo XXI.
Algunas de las políticas que se presentan en el plan son las siguientes: paridad de género en todos los niveles y poderes del Estado, plan integral y de choque contra los femicidios, descarbonización de la economía, propiedad colectiva de la tierra y de los procesos productivos, ordenamiento territorial alrededor del agua, sistema nacional de cuidados, transición energética, democratización de la tierra fértil y el agua, ciudades humanas, paradigma de la reutilización de la ciudad construida, la policía como herramienta de carácter pedagógico, soberanía alimentaria, pacto con la economía popular, café de propiedad colectiva, educación pública, gratuita y de calidad; derecho fundamental a la salud pública, universal, preventiva y predictiva, participativa, descentralizada e intercultural.
Acompañando las propuestas programáticas, se plantean una serie de procesos encaminados a la redistribución del poder, la palabra y la toma de decisión en y sobre los territorios. Los cuales se sintetizan en esta perspectiva: “los hombres y mujeres campesinos, indígenas, afrodescendientes, negros, raizales, palenqueros y rrom, organizados en pueblos, resguardos y territorios colectivos en comunidades rurales y urbanas desde sus diversidades, sus cosmovisiones, leyes de origen, territorios, autoridades, modelos económicos, saberes ancestrales, proyectos educativos propios, idiomas, en fin, desde la interculturalidad con sus guardias campesinas, indígenas y cimarronas, gobernarán desde sus territorios y contribuirán orientando y definiendo el futuro de la nación y el planeta como sabios y sabias ancestrales, como fundamento de la economía productiva y la soberanía alimentaria y como guardianes de la vida, el territorio y la paz”.
Si efectivamente logran concretarse estas propuestas de acción, que son solo algunas de un mapa de políticas más amplio, y se avanza en la democratización de la política mediante el fortalecimiento de una democracia directa que reconozca ciudadanías y cuidadanías, estaremos frente a un proyecto de reformas revolucionarias para el país y un faro regional en clave de superación del neoliberalismo desde una perspectiva interseccional.
Realizar este proyecto no será tarea fácil. Construir gobernabilidad y avanzar en transformaciones estructurantes tendrá a su paso enemigos y limitaciones. Dos aspectos centrales aparecen como amenaza: por una parte, la violencia y el poder narcoparamilitar que se ha metido en las entrañas del Estado no dará el brazo a torcer, y es posible que una ola de recrudecimiento de la violencia pueda ejecutarse como respuesta al triunfo de un gobierno popular. De otro lado, reconocemos la amplitud de la alianza política que constituye la coalición del Pacto Histórico. Entre la izquierda y los sectores del liberalismo que la componen hay muchas visiones pero, por sobre todo, muchos y diversos intereses. El riesgo en este sentido, es que conservar esta alianza suponga un corrimiento hacia el centro y que después de una victoria se inicien procesos de continuidad más o menos encubierta del orden neoliberal.
Aún el triunfo de Petro y Francia no se ha alcanzado, pero se avecina. Puede parecer demasiado apresurado y especulativo adelantar, aunque sea simplificadamente, un panorama de futuro. No obstante, vale la pena atrevernos desde ya a marcar los peligros y las canchas; especialmente porque un progresismo renovado, requiere también de izquierdas y de un campo popular que se renueve, que no cometa los errores del pasado. Especialmente, requiere de un pueblo activo y en las calles que no caiga en posturas acríticas, sino que por el contario sepa exigir a sus gobernantes estar a la altura de los desafíos y de las propuestas con las que conquistaron sus votos. Necesitamos un pueblo que no se deje estafar; tanto como se hacen ineludibles izquierdas maduras, que sepan darle tiempo a los cambios y los procesos y que comprendan las complejidades de gobernar con la correlación de fuerzas internas y externas que predominan actualmente. El desafío es abrazar con fuerza y entre todes al primer gobierno popular de Colombia, y mientras damos ese abrazo hablarle con claridad e ímpetu al oído para que logremos no un paso de cuatro años por la presidencia, sino por lo menos un par de décadas de victoria del pueblo en el poder.