El 28 de mayo la Campaña presentará nuevamente el proyecto para debatir una ley de aborto, hecho político que adquiere mayor complejidad en año electoral. Para los partidos mayoritarios, una incomodidad ante la reacción conservadora. Para el movimiento, un constante aprendizaje.
Por Ana Paula Marangoni | Foto de Ayelen Rodríguez
El año pasado nos brindó la posibilidad histórica de vivenciar un debate que hasta ese momento venía resistiéndose en nuestra sociedad, con todas las marcas del tabú. El proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo fue aceptado para ser debatido en el Congreso por primera vez en nuestro país, luego de seis intentos desoídos.
Que el proyecto entrase al recinto, fue el resultado de más de diez años de visibilización desde la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito en el país, así como de debate y militancia a lo largo de la historia por mujeres e identidades disidentes, desde anarquistas como Virginia Bolten hasta los movimientos feministas de la actualidad, con referentes históricas de esta lucha como Dora Coledesky y Martha Rosenberg.
Esa sucesión de debates vivió su auge en medio de la vitalidad que experimenta el movimiento feminista desde hace unos años, manifestándose en el movimiento y asambleas de Ni una menos, grupas y colectivas feministas con múltiples identidades, y las masivas y emotivas movilizaciones en la calle como el 8M, día internacional de la mujer trabajadora, devenido Paro Internacional de mujeres e identidades disidentes.
Esta conjunción de factores dio al debate una importancia nunca antes vista y llegó a nichos insospechados como programas taquilleros de la pantalla grande. Por primera vez, el aborto se liberó de los velos de lo prohibido y se debatió en cada ámbito de la sociedad, público y privado.
La presencia masiva y desbordante de travestis, trans, lesbianas y mujeres en torno al Congreso en cada fecha de debate marcó un hito en la historia local (y mundial) del feminismo y de la ampliación de derechos. Los rituales, los cantos y los brillos exuberantes de la fiesta verde, sin embargo, no alcanzaron para quebrar la voluntad del recinto de senadores. Pero sí para poner en evidencia la voluntad de muchas y muchos de pensar el aborto sin perder de vista las marcas borradas de un sistema patriarcal en cuanto a decisiones, salud reproductiva, anticoncepción y crianza. Discursos que recaen una y otra vez sobre el cuerpo gestante y que esconden una desigualdad estructural, privilegiando a los varones. Discursos, no solo en los medios, o en la calle, sino también dentro del Congreso, que se permitieron avalar incluso la violación.
Y de esa experiencia desbordante resultó que el dolor de la ley no alcanzada se transformó en aprendizaje. El 28 de mayo de este año, fecha coincidente con el nacimiento de la Campaña, allá por el año 2005, se presentará un nuevo proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE), resultado de un debate que tuvo lugar en Córdoba en marzo de este año y que supo nutrirse de un trabajo transversal, federal y colectivo.
En su nueva versión incorpora entre otros aspectos: la mención de mujeres y cuerpos gestantes, explicitando a identidades trans o no binaries; la posibilidad de IVE hasta la semana 14; la incorporación de derechos expresados en la Ley de Educación Sexual Integral y la visibilidad del aborto como un derecho y no como una problemática; el respeto por la decisión de personas con discapacidad o capacidades restringidas, la no penalización de las personas que abortan; y la eliminación deliberada de la figura de “objeción de conciencia”, con cuya excusa se niega un derecho.
La presentación de un proyecto para debatir una ley de aborto adquiere mayor complejidad en un año electoral. Algo que al feminismo no le genera inhibiciones, aunque tampoco ignora. En medio de una incertidumbre inquieta acerca de quiénes serán los candidatos/ as y quién ganará la elección, pareciera que el mismo problema atraviesa a todas las fuerzas. Y es que ninguna puede darle las espaldas al feminismo, que logró transformar el sentido común de lo políticamente correcto. Y a la vez, ningún sector parece querer tomar íntegramente la bandera por la legalización del aborto.
Si la fuerza que lidera Cristina Fernández de Kirchner se disciplina bajo la voz de “celestes y verdes” y vitorean su apoyo desde Ofelia Fernández hasta peronistas católicos que responden a Jorge Bergoglio y líderes evangélicos; no es muy diferente que lo que ocurre en el universo PRO, que también teje sus alianzas con las nuevas iglesias -de matriz ortodoxa y conservadora al punto de superar en creces a los sectores mayoritarios del catolicismo-, tras ostentar en el Congreso uno de los mejores discursos en defensa de la legalización del aborto, el de la diputada Silvia Lospennato.
Yendo hacia las fuerzas de izquierda partidarias, es el caso del FIT acaso una excepción en ese aspecto, ya que expresa explícitamente su posicionamiento por la legalización del aborto. Al margen de que, al interior de la coalición de partidos de izquierda, no todos tienen un recorrido feminista propio, como es el caso de la agrupación feminista Pan y Rosas del PTS, entre otras. Distinto es el caso del PO que, si bien tiene una organización llamada Plenario de Trabajadoras, estas mantienen diferencias respecto del feminismo.
Los movimientos sociales (de izquierda, centro izquierda o de centro) que abiertamente apoyan a una candidata o candidato como alternativa para derrotar al macrismo, se encuentran en la situación de conformar alianzas amplias, con la iglesia como actor indispensable. Así conviven, como en el caso de la ex Patria Grande, referentes reconocidas del feminismo e históricas militantes por la legalización del aborto con el liderazgo mesiánico de Juan Grabois, quien en sus redes sociales solo sigue al Papa.
Pensar hoy en alternativas políticas feministas y anticlericales parece un sueño todavía lejano. El vínculo entre la Iglesia Católica y el Estado es de larga data e incluso parte de la conformación misma de los estados. Pero, salvando esta obviedad, ¿por qué las iglesias tienen hoy un rol protagónico en los armados electorales?
Por un lado, la asunción de Bergoglio como Papa marcó una transformación en los movimientos sociales del país. Es el caso específico de la creación de la Ctep y su marcha bautismal desde San Cayetano a Plaza de Mayo con el eje “tierra, techo y trabajo”, y la imagen de la virgen por delante. El surgimiento de los trabajadores de la economía popular condensa un viejo núcleo de sentido en nuestra historia, donde se amalgaman peronismo tercermundista, la impronta social de la iglesia católica (llamada por la iglesia “vocación por los pobres”) y los sectores populares. La concepción eclesiástica (aunque no sea algo totalmente explícito) de este actor social y la relevancia que mantuvo en los años de gobierno amarillo, permitieron una revitalización de la institución apostólica, que venía padeciendo un enorme desgaste a nivel global. Hacia ambas direcciones, reforzó un vínculo desgastado entre iglesia y feligrés, y recordó la importancia de la fe para los sectores populares, ya que el pan se gana marchando y rezando. La marcha y la procesión se transforman en una sola, reuniendo en la ocupación de las calles de una fuerza social, dos sentidos de larguísima tradición en América Latina.
Por otra parte, las iglesias evangélicas no solo prosperan, sino que se multiplican. Y llegan a cada esquina de una calle de barro y a cada pueblo donde ya no llegaba ni el cura ni el intendente. Con mayor rigor que el de los líderes apostólicos romanos, predican un paraíso palpable a partir de una instantánea transformación. En un mundo neoliberal cruel y carente de respuestas, la vida se reordena fácilmente. Su mundo, extremadamente simple, tiene solo dos lados: el bien y el mal; la salvación y el pecado. Quienes siguen a su pastor, abandonan sus vicios. Dejan cualquier hábito que una lectura literal de la Biblia catalogue como pecado. Pero, sobre todo, dejan enormes cantidades de dinero a quienes las manejan.
Su rápida propagación, implica también el resurgimiento de matrices de pensamiento fuertemente binarias y conservadoras, en las que no tiene lugar la expresión de igualdad de géneros ni la conquista de derechos de minorías. Y que subordina la mujer a su esposo, reduciéndola a los roles de esposa y madre.
Su impronta es, más allá de las diferencias, fuertemente conservadora, patriarcal y homofóbica. Y su influencia en los sectores populares es hoy innegable. La seductora idea de recurrir a estas iglesias para acceder a enorme cantidad de votantes encierra este doble juego de atraer para ganar, pero también de conceder. Además de acceder a financiaciones con mutuos beneficios, de las iglesias para financiar las campañas electorales, y de la fuerza política para favorecerlos en leyes, propiedades, quita de impuestos o incluso subvenciones.
¿Puede una fuerza ser de izquierda y a la vez, tejer alianzas con las instituciones responsables de la más feroz avanzada del pensamiento conservador? ¿Puede ser la reivindicación por el derecho al aborto minimizada a apreciaciones personales? Y por último, ¿se puede hoy ser de izquierda y no luchar por la legalización del aborto?
Parece ser que la reivindicación por el derecho al aborto de mujeres y cuerpos gestantes no encaja e incomoda a todas las fuerzas políticas, especialmente cuando se trata de conquistar votos. Lo que es seguro es que la ola verde, a pesar de su multiplicidad y de sus identidades diversas, coincide con unanimidad en algunas cosas. Una de ellas es que le fascina incomodar; y otra, que no retrocederá en sus reivindicaciones.