Por Ulises Bosia. El debate sobre qué posición tomar ante la expropiación de YPF reflotó las especulaciones sobre la política futura del radicalismo. Un actor central de la oposición burguesa que oscila entra la centroderecha y la centroizquierda.
A más de seis meses de las últimas elecciones nacionales, las distintas fuerzas políticas están empezando a trabajar con la mirada puesta en el 2013, cuando se dará la próxima ronda de comicios legislativos. En función de ese panorama, las aguas están bastante agitadas dentro de la Unión Cívica radical (UCR), presionada por su flojo desempeño electoral y por la estrella ascendente de las dos figuras triunfantes del 2012 por fuera del kirchnerismo en el escenario nacional: Binner y Macri. La ley que declaró la utilidad pública de la explotación de los hidrocarburos y la expropiación del 51% de las acciones de YPF reavivó la fuerte interna que vive la UCR, cuando tres diputados se retiraron del recinto a la hora de votar, uno no fue y otro votó en contra, desafiando a la conducción partidaria. La discusión interna se expresa en una oscilación permanente entre un acercamiento a estas dos figuras opositoras, en cualquiera de los dos casos de manera subordinada, es decir, sin liderar. De alguna manera el interior del radicalismo, por lejos el partido con una vida propia más compleja y diversificada de la oposición, se refleja el movimiento de conjunto de la oposición burguesa al kirchnerismo, que intenta encontrar el mejor perfil político para derrotarlo.
El ex gobernador socialista de la provincia de Santa Fé, mediante su segundo puesto en las elecciones presidenciales, logró afirmar a su fuerza política como la principal referencia de la centro izquierda no kirchnerista. Lo que no es poco decir para un partido centenario que hacía largas décadas que no lograba una figura con semejante nivel de referencia pública. Además este sector de la centroizquierda se construye como oposición sin entrar en un enfrentamiento tajante con el kirchnerismo, con la capacidad de apoyar parcialmente distintas iniciativas del oficialismo que considera adecuadas. El Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, por su parte, renunció a entablar batalla con la presidenta ante una muy probable derrota, y prefirió conservar el gobierno porteño, preparándose para el 2015. Este paso atrás, sin embargo, le permitió no desgastarse y permanecer perfilado como la más importante referencia de la centroderecha no kirchnerista a nivel nacional. Con el plus de haber logrado ganarle la elección al kirchnerismo de la Ciudad de Buenos Aires y de mantener a través de una estrategia mediática permanente ese lugar de “recién llegado” a la política que lo caracteriza y ese áurea de “nueva política” que seduce a ciertos votante de las clases medias. La centroderecha, en cambio, se posiciona como una oposición de combate y resistencia a la política kirchnerista. Con las referencias políticas de la centroizquierda y la centroderecha ocupadas, el radicalismo no encuentra su identidad, que históricamente se movió entre esos dos espacios.
Si por un lado Macri y Binner cuestionan la fortaleza del histórico bipartidismo de nuestro país, por otro lado sufren las consecuencias de no contar con estructuras nacionales organizadas que les permitan apuntalar su buen desempeño para soñar con una disputa seria de la presidencia de la Nación en el 2015. Ahí es donde entra en juego la UCR. Los intentos del PRO de abrirse paso en distintas provincias del país como Salta, Buenos Aires y Santa Fé, entre otras, no lograron resultados significativos, con la excepción de Santa Fé donde Miguel Del Sel fue la sorpresa de la elección. Por eso no llama la atención la estrategia explícita de acercarse a distintos referentes provinciales del radicalismo como los intendentes Mario Meoni (Junín), Héctor “Cachi” Rodríguez (Pergamino), Alfredo Cornejo (Godoy Cruz), Aída Ayala (Resistencia), u Horacio “Pechi” Quiroga (Neuquén), entre otros. Por el lado del Frente Amplio Progresista (FAP), la situación es similar porque ninguna de las fuerzas cuenta con una estructura nacional capaz de instalar a sus candidatos en todos los territorios del país. Con más razón teniendo en mente elecciones legislativas en las que los candidatos de cada distrito acumulan mucha menos referencia que un candidato presidencial. Por eso no sorprendieron las reiteradas declaraciones de Hermes Binner y de otros referentes del FAP como Humberto Tumini de Libres del Sur, quienes en su momento afirmaron que estaba en sus planes un posible acercamiento con el radicalismo, por ahora lejano.
El radicalismo posiblemente sea el espacio político que en menor medida fue sacudido por el crecimiento de la politización de la juventud de la última década. Por un lado la generación juvenil que entró a la política desde las calles resistiendo al neoliberalismo encontraba en el radicalismo a un enemigo del pueblo y fue la autora del final de su último gobierno. Por otro lado, la generación que se politizó desde el 2008 alrededor de los grandes conflictos que suscitó el kirchnerismo como el de la resolución 125 o la sanción de la Ley de Medios y al calor de la experiencia de los procesos de cambio más avanzados de América Latina como los de Bolivia y Venezuela, tampoco encontró en la UCR más que un viejo partido sin mayor atractivo ni puntos de contacto con las razones de su interés en la práctica política. Por el contrario, en general lo encontró alineado con las posturas más conservadoras y en la defensa de los intereses de las grandes corporaciones económicas.
El paso de los meses irá mostrando qué camino tomará la UCR. De cualquier manera, desde el punto de vista de las organizaciones y movimientos populares de nuestro país, ninguno de esas opciones genera algún tipo de expectativas. Las idas y vueltas de la oposición burguesa buscando efectividad para enfrentar al kirchnerismo mayormente ponen de manifiesto la ausencia de una alternativa política popular superadora.