Por Alicia Morón. Sobre Kryptonita de Leonardo Oyola (Mondadori, Buenos Aires, 2011).
¿Y si Superman hubiese sido recibido y criado por una familia del conurbano bonaerense? ¿Y si no sólo él sino toda la Liga de la Justica (Batman, Flash, la Mujer Maravilla, Linterna Verde, el Detective Marciano, la Mujer Halcón) fuesen, en vez de superhéroes, famosos delincuentes del hampa local? Ése es el juego con el que Leonardo Oyola trabaja en su última novela, Kryptonita.
La propuesta es llamativa y produce curiosidad. ¿Por qué Oyola acude a gran parte de la mitología de los superhéroes icónicos de la industria de la historieta norteamericana para contar una historia del conurbano, una historia de hospitales públicos, policías corruptos, barras bravas, pibes chorros, paredes de ladrillo hueco anaranjado sin revocar?
Después de un capítulo inicial bueno en el que un médico de guardia cuenta las horas para llegar a su casa y al fin adormecerse con pastillas, el drama que plantea Oyola emerge cuando un grupo de delincuentes superpoderosos se atrincheran en el Hospital Paroissien rogando y amenazando al doctor para que no deje morir a su líder, Nafta Súper, mientras afuera comienza a asediar la policía bonaerense. Durante tensas horas de espera y negociaciones, los distintos personajes así reunidos reconstruyen la historia de Nafta Súper y se preparan para la batalla definitiva.
Con el correr de la lectura se tiene la sensación de que Oyola escribe su relato haciendo más fuerza en el eje conurbanero que en el superheroico; se percibe que lo que Oyola tiene para decir, lo que pesa en el ritmo y la trama de sus palabras, es su intimidad con el crudo mundo de La Matanza. Sin embargo el otro eje, la reminiscencia constante al mundo de los superhéroes de DC Comics, también reclama protagonismo, como si Oyola precisase de ese componente para darle color a una historia (y una realidad) demasiado oscura. Tal vez, así como Borges sólo se sintió capaz de retratar el sur bonaerense cuando en vez de llamarlo Adrogué le puso Triste-le-Roy, Oyola necesitó un componente alienígena para hablar de algo tan cercano que reclamaba cierta distancia para ser visto. El problema, en el caso de Kryptonita, es que el componente de distancia que elige Oyola es tan brilloso que distrae. Nafta Súper nunca logra tener vuelo propio y siempre pesa más la referencia (a Superman) que el personaje en sí, que es poco consistente y en torno a quien gira toda la historia a pesar de que no la motoriza. Nafta Súper, mientras los demás personajes velan por él, simplemente convalece, sangra.
Quizás entonces ésa es la clave del cruce que propone Oyola: en lo áspero de Argentina, en el conurbano de los pobres y las mafias, ni los superhéroes pueden escapar a la opción que amenaza todos los días a todos los mortales: o morir ahí o escapar de ahí.
Oyola, precisamente, parece querer escribir fuera de esa alternativa: ni morir ni huir; ni hacer un relato de dolores ni un festival de héroes; ni hacer una novela costumbrista ni una mera fantasía. Pero en vez de buscar un camino alternativo, Oyola compensa uno con el otro: monta un collage donde se mezclan figuras que nunca se articulan bien, que por el contrario, en vez de realzarse una a la otra, se opacan. La reconstrucción del habla del conurbano parece artificial y suena como una imitación mala; el mundo superheroico parece mal comprendido y luce como el remedo de alguien que no conoce a los superhéroes. Es cierto que no se trata de ser fiel al habla conurbanera ni a los personajes de DC, porque en definitiva la literatura no se hace de fidelidades; de hecho, tal vez en Los Eucaliptos efectivamente se habla como hablan El Ráfaga y Lady Di; de hecho es posible que la transposición de los superhéroes a ese nuevo mundo sea muy exacta; el problema sin embargo no es lo que son, sino lo que parecen: y parecen pastiches. Ni un eje ni el otro tienen vida por sí mismos y cada uno parece estar reclamando esa vida al que pena a su lado.
Oyola, en definitiva, comete en Kryptonita uno de los peores errores en los que puede caer un narrador: no escribe como viven sus personajes; y mientras ellos se mueren o se van, Oyola quiere las dos cosas: quiere quedarse en el conurbano sin morir y quiere alejarse de él sin abandonarlo; pero él mismo nos lo dijo: ni los superhéroes salen de esa alternativa terrible. Oyola, al ponerse metas más altas que sus héroes, además de traicionarlos, falla, o al menos falla en una novela que por sobre todas las cosas habla de la amistad y la fidelidad, de los Superamigos.