Por Miguel Mirra*. Una reflexión sobre el presente y futuro del movimiento surgido hace 10 años en nuestro país, cuando “se puso de moda hacer y mirar documentales”. La necesidad de comenzar hacerse algunas preguntas para ir más allá de “un documentalismo silvestre, espontáneo e ingenuo”.
A partir del 2001 se puso de moda hacer y mirar documentales. También, organizarse los documentalistas en grupos, colectivos, asociaciones y movimientos. Sin embargo, a diez años, es hora de empezar a hacerse algunas preguntas. Preguntas que ya nos hacíamos allá por el 2002 en pleno auge de un documentalismo silvestre, espontáneo e ingenuo.
¿Para qué hacer documentales? ¿Para qué nuclearse, organizarse, relacionarse, expandirse y crecer? ¿Será para crear una institución corporativa, o el complemento de un proyecto político partidario, o el apéndice de una organización sindical, o una asociación subordinada a la administración estatal o gubernamental? No nos parecía en ese momento y no nos parece ahora.
En primer lugar, es imprescindible hacer caracterizaciones precisas, para fijar el rumbo. Por ejemplo, definir al estado argentino, algunas veces dependiente y casi siempre semicolonial, como un estado en proceso irreversible de transformación en un estado colonial (sui generis, porque la metrópolis imperial no realiza una anexión territorial plena, no utiliza un ejército propio de ocupación y no impone sus símbolos imperiales a la nueva colonia, todos estos aspectos secundarios).
Se trata también de caracterizar a todas las instituciones del estado como correas de transmisión de la estructura colonial vigente en el seno de un país que todavía no termina de asimilar su transformación en productor de comodities, y poco más. Así, los empresarios se transformaron en socios menores de las empresas imperiales, los funcionarios se convirtieron en gerentes regionales, las fuerzas armadas y se seguridad en gendarmes cipayos para mantener el orden colonial y los partidos políticos en plataforma de lanzamiento para la carrera de administrador colonial.
En este marco, la única salida que vislumbramos es el surgimiento de un movimiento de liberación que sólo podrá ser liderado por los explotados, los oprimidos y los excluidos. Pero todavía falta…
Ante este panorama ¿Qué hacer? No solo en el terreno del documentalismo, sino en el del movimiento cultural en general.
Y la respuesta es bastante simple: mantenerse independiente de todas las opciones sujetas a las reglas del poder económico y político colonial; escaparle a las declamaciones sobre la integración al poder del estado para minarlo desde adentro; trabajar con la mirada puesta en las bases y no en los medios porque los medios sirven estructuralmente al aparato de control colonial; rechazar las concepciones eurocéntricas e imperiales, no sólo en el discurso sino en las opciones concretas del lenguaje y la comunicación; repudiar los autoritarismos teóricos y metodológicos, porque provienen de los opositores de izquierda funcionales al sistema; negarse a generar golpes de efecto y a planificar provocaciones, porque el trabajo por delante no deja lugar para peligros gratuitos; no dejarse enceguecer por los fuegos de artificio generados por los burócratas culturales y menos aún por los que se dicen progresistas o aún clasistas. Establecer, por último, prioridades estratégicas sin perderse en la niebla de lo inmediato, porque las coyunturas, la mayoría de las veces, son manipuladas por el poder y sus sirvientes en las organizaciones y en los medios. Y no navegar a la deriva política.
Estamos convencidos de que sin un horizonte político claro, y de eso se trata, cualquier propuesta de movilización cultural, sea independiente, autónoma, alternativa o como se le quiera llamar, será absorbida inevitablemente, tarde o temprano, por el paradigma civilizatorio que impone el capitalismo en su fase globalizada de acumulación por desposesión. Y ese horizonte político no puede reducirse a la consigna a priori y abstracta de “por el socialismo”, porque después de la caída del Muro de Berlín, a nivel mundial, y del levantamiento del 2001, a nivel nacional, es justamente el significado profundo del socialismo uno de los temas sobre los que tenemos que empezar a debatir.
Tampoco nos alcanza con la apelación emocional a que nuestros valores son irrenunciables o que nuestra vocación es la de un pueblo que no se rinde ante sus opresores. No nos alcanzan las declaraciones carentes de propuestas políticas concretas sobre las cuáles reflexionar, debatir y sostener nuestra movilización como documentalistas y trabajadores de la cultura para ir por otra sociedad y otro país.
Mientras tanto, debemos mantenernos en los marcos de una política cultural independiente ligada a los movimientos sociales y populares en lucha, ya que “en la medida en que el dominio imperialista es la negación del proceso histórico de la sociedad dominada, también ha de ser por fuerza la negación de su proceso cultural. Por ello, y porque toda sociedad que se libera verdaderamente del yugo imperial reemprende las rutas ascendentes de su propia cultura, la lucha por la liberación es, ante todo, un acto cultural”, como decía Amilcar Cabral en plena guerra de liberación de Guinea y Cabo Verde.
*Documentalista, director de Darío Santillán, la dignidad rebelde, a estrenarse el próximo 27 de abril.