Por Ramiro Bringas. A nuestro cronista, confeso hincha de Independiente, le agarró la nostalgia. Recuerda la famosa doble visera, que está de cumpleaños, y se le pianta un lagrimón. Aquí las líneas que siguen, a puro sentimiento.
Llego un poco tarde a la oficina, pero los jefes no están. Prendo la computadora para leer las noticias. Entre ellas, veo una imagen familiar, que despierta mis sentidos. La Doble Visera. Vieja y querida Doble Visera. Hoy cumplís 87 pirulos. Porque aunque ya no esté presente estructuralmente, el corazón no olvida y la recuerda como si lo estuviese.
Empiezo a leer los comentarios de la gente. De esa que siente lo que siento yo. Del hincha de Independiente. Y cae una. Y caen dos. Y, aunque esté en la oficina, dejo que caigan todas. Las lágrimas, obvio. Porque mi mente empieza a recordar. Se olvida por un rato del quehacer y se va. Se remonta a años atrás. Años donde viví los mejores momentos. Porque dicen que la niñez es la mejor etapa de la vida. O la más feliz. Y en tus tribunas, en tu cemento, en esos escalones viejos, despintados, que se movían y parecían que se desplomarían, en esos, fui feliz. Feliz como no lo fui en ningún otro lado. Te lo juro por Dios. No, mejor te lo juro por el Diablo. El de Avellaneda. Tu fiel compañero de hazañas.
Se me vienen a la cabeza mil y un recuerdos. Mi primera vez ahí, en Alsina y Cordero por aquellos tiempos, hoy Bochini. Una derrota con Colón, que si mal no recuerdo, fue viernes. Una noche fría, donde descubrí lo que es el amor. Amor a primera vista. Mi primer gran amor. De esos que te estremecen el corazón. Que te marcan a fuego. Que no se olvidan nunca. Nunca jamás.
Me abriste las puertas infinitas veces. A mí y a tantos otros locos como yo. Claro que, para llegar hasta allí, antes tenía que transitar un largo pero hermoso camino. Llegaba el día y mi despertar era diferente porque sabía que te iba a visitar. El viejo me vestía de rojo, subíamos al auto y arrancábamos. Panamericana, Avenida 9 de Julio, Puente Pueyrredón hasta llegar a Avellaneda. Estacionar. Bajar del auto y respirar alegría, felicidad. Un aire diferente. De esos que te hacen cerrar los ojos y sentir. Sentir de verdad. Encontrarse con cientos de pibes como yo. Todos de rojo, flameando las banderas, acompañados del viejo, del hermano, del tío, del abuelo…Caminar por Díaz Vélez unas 4 o 5 cuadras, doblar en Alsina y luego en Cordero, para pasar el control e ingresar. Subir la escalera y encontrarse con el paraíso. Mi paraíso. Tu paraíso. Nuestro paraíso.
Qué difícil es seguir escribiendo. Juro que ya no puedo ocultar las lágrimas. Escucho voces que pasan por el pasillo, pienso que en cualquier momento alguien entra y me ve acá, llorando como un perejil. Pero no me importa.
Supiste albergar gloria como pocos. Copas Libertadores y campeonatos locales. Estrellas del extranjero como Cruyff y Pelé. Nacionales como Di Stéfano y Maradona. Propios como Bochini, Bertoni y otros tantos. Hubo victorias que te llenaban de alegría, como el baile que les pegamos a los vecinos una mañana de septiembre con Agüero como coreógrafo, o el gol de Pusineri a los bosteros sobre la hora. Derrotas durísimas que provocaban dolor como con el 1-2 con River, en 2002.
Pero lo más importante es lo que generaste en mí. Lo que me hiciste sentir. Y vivir. Porque fuiste el lugar donde pude compartir los mayores y mejores momentos con el viejo. Donde nos uníamos. Donde nos unía un mismo sentimiento. Una misma locura. Una herencia. El amor por los colores, por el escudo, por la pasión. Donde recibí los mejores abrazos del mundo. Porque cada uno de ellos significaba algo distinto. O no. No lo sé. Pero eran únicos. Irrepetibles, cada uno de ellos. Donde con el viejo compartimos infinitas cosas. Cosas que en casa no hacíamos, pero allí sí. Donde reímos y lloramos juntos. Donde gritamos y callamos. Donde vivimos. Haciendo énfasis en cada letra.
Pensé que nunca nos dejarías, Doble Visera querida. Que nunca te iban a demoler. O a renovar, como dicen por ahí que hicieron. Lo cierto es que un día llegó ese momento. El 8 de diciembre de 2005, en un partido cuyo resultado poco importa, nos dijiste adiós. Te dijimos adiós. Necesitabas descansar. Estabas grande, habías tenido una vida repleta de momentos insuperables, memorables. Habías recibido muchísima gente. Habías vivido demasiadas fiestas, te habías embriagado muchas veces con copas y copas. Y el final era necesario. Ese día, una parte de mí se fue con vos. Mi lugar en el mundo y el de tantos otros locos como yo dejaba de existir en el mapa y cambiaba su nombre, pero quedaba inmortalizado eternamente en mi alma.