A partir de los dichos de la presidenta el domingo pasado, unas líneas que advierten sobre cómo la re invención del mito del desarrollo capitalista en la periferia deja afuera las decisiones genuinas de todo un pueblo. Por Mariano Féliz*.
La naturaleza del proyecto hegemónico en la Argentina atravesó el debate de las organizaciones populares en la larga década neodesarrollista del kirchnerismo. En la apertura de sesiones del Congreso de 2015, último del actual gobierno de Cristina Fernández, pudimos presenciar el decálogo y la síntesis de lo que significa este proyecto, sus límites, su impronta, y la necesidad de superarlo radicalmente para poder construir otro, popular, socialista, de buen vivir.
El discurso fue la celebración de un proyecto de capitalismo periférico posible, liderado y dominado por las corporaciones transnacionales. Mientras desde las tribunas se coreaba en defensa del “proyecto nacional y popular”, la presidenta hacía referencia a diversos proyectos de inversión encarados por grandes capitales de orden transnacional con el apoyo y la promoción del Estado argentino. Defendía a capa y espada los acuerdos con Repsol en YPF y con China, que confirman una política de saqueo sistemático de nuestras riquezas naturales en favor de los intereses del gran capital y consagran una inaudita sesión de soberanía. En un discurso cargado de pragmatismo, dispensó unilateralmente la posibilidad de que existan opciones.
Cristina Fernández realizó una diatriba con una serie de mentiras, verdades a media e interpretaciones que pretenden crear un nuevo mito sobre el desarrollo. Antes lo llamaban de “crecimiento con inclusión social”, pero –desde hace tiempo con un crecimiento insuficiente y con un 2014 donde la inclusión se redujo al “mantenimiento” del empleo y a una caída en el salario y el consumo– ahora sólo se llama “modelo de valor agregado”.
Decir que “hemos desendeudado definitivamente a la República Argentina” es como mínimo una lectura sesgada de la realidad. La Argentina se ha convertido en un gran pagador de una deuda ilegal, ilegítima e injusta: se desembolsillaron más de 192 mil millones de dólares desde 2003 a la fecha. Sin embargo, el monto total de la deuda pública está hoy en 42,8% del PBI (equivalente al de mediados de los noventa) o 198 mil millones de dólares (un valor casi idéntico al de 2004). Todo lo pagado sólo sirvió para premiar a los especuladores y ni siquiera ha servido para recuperar su confianza. El gobierno sigue reconociendo deuda (con el club de París, con Repsol), pero el capital financiero internacional sigue sin prestarle. Por eso, cambiamos deuda externa por deuda interna (con el ANSES, con el Banco Central) y ahora con China, que le presta al Estado argentino a cambio de enormes concesiones en la soberanía territorial y económica del país (recientemente ratificadas y ampliadas en una serie de acuerdos aprobados por el Congreso).
La estrategia neodesarrollistay la suposición de un Pueblo como sujeto pasivo
La presidenta cree que el vínculo con China es tener relaciones “normales, comunes y diplomáticas, económicas y estratégicas con aquellos que nos vienen a ofrecer inversiones. No se puede ser tan estúpido, no se puede ser tan colonizado mentalmente, tan subordinado intelectualmente, tan chiquito de cabeza y de neurona. ¡Por favor! ¿Dónde van a venir los chinos, qué miedo les tienen?”. Parece que –al igual que en el neoliberalismo–, ahora no habría alternativas frente al neodesarrollismo.
Pero esas relaciones con las potencias imperiales y sub-imperiales reproducen –y de forma ampliada– la dependencia de nuestra nación. Los nuevos acuerdos multiplican la pérdida de control social sobre la actividad de las transnacionales en el país, hoy vigente a través de la ley de inversiones extranjeras (ratificada por el kirchnerismo en el gobierno). Estos acuerdo confirman el lugar del país como proveedor de materias primas, como base para la industrialización tipo “armaduría” o “maquila”, y como mercados de consumo de producción multinacional. Esto vale de manera creciente para los intercambios con China, pero también para aquellos con Brasil, la Unión Europea o los Estados Unidos. El intercambio desigual se expande: la mayor parte de nuestras exportaciones a China son productos primarios y agroindustriales, mientras importamos de manera creciente manufacturas industriales. Esa lógica se expresa en el extractivismo mineral y sojero, pero también en la producción de manufacturas en Tierra del Fuego, o la industria automotriz en el caso de nuestra relación con Brasil.
El neodesarrollismo, y la presidenta lo expresa bien, no ve en la inversión extranjera directa (IED) creciente y dominante un problema sino una solución. Se la concibe como un factor central para promover el crecimiento y sostener el empleo. La cuestión de la autonomía en la organización social de la producción (¿quién decide las inversiones, los volúmenes de producción, qué tecnología utilizar, etc.?) queda fuera de la discusión. En este contexto, la formación de técnicos y científicos sólo aporta a los procesos de explotación del trabajo y la naturaleza bajo el control transnacional, con poco o ningún lugar para las decisiones locales. Si la cuestión es “crear valor agregado” (crecer), ya no está en debate, o sólo lateralmente, cómo se distribuye ese valor. ¿Cuánto se llevan las transnacionales para sus negocios a escala global? ¿Cuánto cedemos como pueblo en términos de valor económico pero también en términos de bienes comunes, de riquezas naturales?
La estrategia neodesarrollista asume que el Pueblo es un sujeto pasivo, siempre convocado a acompañar pero nunca para ser participante activo. ¿Quiénes gestionarán a partir de ahora los ferrocarriles “nacionalizados”? ¿Sostenemos un modelo de gestión basado en FF.CC. sociedad anónima (aunque ahora en poder del Estado), con trabajo tercerizado y precarizado? ¿Tendrá lugar en la gestión el pueblo trabajador que usa el ferrocarril todos los días, y sus mismos trabajadores? Nada de esto está en la agenda neodesarrollista.
¿Y qué significa el desarrollo? ¿Consumir más Coca-Cola, como afirmaba un spot publicitario en el intervalo de Fútbol para Todos? ¿Dedicar cada vez más territorio a la producción sojera para la exportación a China? ¿Cambiar agua y territorio por trenes y chucherías?
La construcción del buenvivir y del poder popular son las grandes deudas pendientes de cualquier proyecto de desarrollo capitalista posible en la periferia. Más que deuda, límites pues el capitalismo dejará siempre a un costado todo aquello que contraríe a la ganancia o la participación real del pueblo en la gestión de la vida, la economía, la política.
* Profesor UNLP. Investigador CONICET. Militante del Frente Popular Darío Santillán – Corriente Nacional.