Por Sebastián Orrego desde Uruguay. En diálogo con Marcha, el escritor y periodista uruguayo Raul Zibechi analiza el panorama que se abre con el regreso de Tabaré Vázquez a la presidencia. Vaticina un mayor acercamiento a EEUU y el retroceso en ciertas políticas progresivas.
– ¿Cómo comienza a configurarse esta nueva etapa a partir de la asunción de Tabaré en contraste con lo que fue la gestión de Mujica?
– El gobierno del Pepe se puede caracterizar de dos maneras: por un lado, la figura del Pepe, que es una persona con un pasado militante, con un estilo de vida muy sencillo, un discurso a flor de piel, relacionado con la forma de hablar de los sectores populares, alguien que puede ser criticado por “pupalachero” pero es auténtico. Una personalidad que se manifiesta no sólo en su persona sino en muchas decisiones de gobierno. Siempre estuvo con las dos piernas afirmadas en la región, buenas relaciones con Dilma y buenos intentos de relacionamiento con Argentina a pesar de todas las dificultades que siempre existen entre los dos países.
Por otro lado, tenemos la política pura y dura de su gobierno, basada en un modelo extractivista, que se sostiene de la exportación de commodities, gran producción de soja y celulosa, intento de abrir la minería a cielo abierto en forma masiva, fuerte especulación inmobiliaria urbana (o sea extractivismo urbano). Y ahora viene Tabaré, un oncólogo claramente tecnócrata, un hombre muy volcado a una cultura clásica, un típico miembro de la masonería. Tiene además una personalidad muy distinta a la del Pepe, nunca fue militante, ni antes ni durante la dictadura militó ni tuvo presencia política en nada, recién dos años antes de ser intendente de Montevideo tuvo una participación política en el voto verde, esa fue su primer experiencia cuando ya tenía más de 50 años. Si hablamos de características personales diría que Tabaré es la contracara del Pepe. Y ya desde el primer momento aparecen figuras destacadísimas de su primer gabinete que prevén muchas continuidades: en la política extractivista, en la preocupación por la educación, en las políticas de la salud.
– ¿Dónde podemos visualizar sus principales diferencias?
– Probablemente habrá un par de inflexiones preocupantes. La que más me preocupa es que Uruguay modifique su alineamiento en política exterior, ya Tabaré en su primer mandato intentó un Tratado de Libre Comercio con EEUU, argumentando que era nuestro primer mercado (ya no lo es). Además, Rodolfo Nin Novoa, el nuevo canciller, un hombre de su confianza muy cuestionado en la izquierda, ya dijo que en materia de política exterior “se acabó la ideología, ahora viene el pragmatismo”. El pragmatismo aquí quiere decir pro-EEUU.
– ¿Qué rol ocupará Uruguay en la región?
– Creo que Uruguay puede pedir el ingreso formal a la Alianza del Pacífico, lo que generará un conflicto muy fuerte con Brasil en el Mercosur. Además, el escenario global y regional es muy distinto de cuando asumió por primera vez, en ese momento comenzaba a verse el declive de EEUU, hoy es patente, y la violencia de la política exterior norteamericana es indudable en todo el mundo. La Alianza del Pacífico es el proyecto estratégico de EEUU para enfrentar al Mercosur y creo que Uruguay dejará de alinearse con el gobierno de Venezuela, un viraje muy pesado y a mi modo de ver muy negativo.
Uruguay probablemente llegue a cumplir un rol de visagra entre estos dos grandes proyectos de la región. No nos olvidemos que Uruguay nació como país visagra hace dos siglos, de la mano del imperio británico con el objeto de ser el estabilizador entre la colonia española y la portuguesa. Lord John Ponsonby, quien escribió el tratado de Rio de Janeiro por el cual se crea el Uruguay, en su carta a Londres escribe: “Coloqué un algodón entre dos cristales”. Y este papel, geopolíticamente, sigue estando latente.
– ¿Es posible que el nuevo gobierno dé marcha atrás en algunas políticas y medidas progresivas implementadas durante el anterior mandato?
– Tabaré no tiene chance de oponerse a la despenalización del aborto, aunque en su anterior gobierno vetó lo votado por el Parlamento y el Frente Amplio (FA), tuvo un costo político para él, pero hoy el costo sería impensadamente mas elevado ya que está totalmente consolidado, la ley ya está en funcionamiento. Con respecto a la regulación de la marihuana, asumo que Tabaré está en contra pero va a tomar un camino más suave, va a optar porque el proyecto se muera. Si el gobierno no le mete fuerza, eso se muere, hay que impulsar la siembra, las cosechas, los circuitos de comercialización, y eso está todo en el aire. Tabaré puede llegar a dejar pasar un tiempo y, apoyado en organismos internacionales conservadores, dejar morir ese proyecto. Al menos la regulación del autocultivo (que sí ya comenzó) me parece positivo y realizable, pero que el Estado se encargue de producir y comercializar lo veo muy difícil. El gobierno de Tabaré se dedicará a realizar una fuerte campaña contra el alcohol, en similitud a la realizada en su pasada gestión contra el tabaco.
-¿Cómo analizas la campaña de Unidad Popular y de las fuerzas que están a la izquierda del FA?
– Hace un siglo aquí gobernaba el batllismo, un gobierno muy progresista bajo el cual nacieron los dos partidos que luego conformaron el FA, comunistas y socialistas. Hoy en día están acomodándose las dos fuerzas que serán en un futuro los relevos del FA, que son los que representan por un lado el programa fundacional del ´71 (Unidad Popular), y por otro los que representan los debes del extractivismo, o sea los ecologistas (Partido Ecologista Radical Intransigente), que estuvieron muy cerca de conseguir un diputado. Crecieron mucho las dos fuerzas, si sumamos los votos nulos o blancos hubieran conseguido hasta algún senador. Recordemos que Unidad Popular es un partido clásico, escisión del FA que recoge la gran cantidad de descontentos con el gobierno. Por primera vez hay un diputado a la izquierda del FA y están las condiciones para que crezcan mucho más, ya que el Frente está sufriendo una ruptura que con Tabaré se agudizará aún más.
El escenario político entonces se vuelve a conformar como un bipartidismo imperfecto. El FA por un lado y los blancos con buenos resultados a nivel municipal por el otro. En mi hipótesis, el Partido Colorado seguirá en decaimiento (recordemos que este partido gobernó nuestro país durante un siglo). Y el Partido Independiente se perfila a recolectar a los colorados progresistas. Los cambios se darán muy lentamente y a la uruguaya, o sea en el terreno electoral.
– ¿Qué pasa con los movimientos sociales en el Uruguay?
– Uruguay es la excepción en América latina. En la crisis de 2002, el sistema de partidos no quebró, no hubo tampoco quiebre institucional como sucedió en otros países. Hubo un relevo suave, el FA tenía antes de la crisis el 45% de los votos y luego de la crisis llegó al 51%. Uruguay es un país de un fuerte Estado y una fuerte institucionalidad, y es el único país en donde durante los últimos 60 años el principal movimiento social es el sindical. Ha sido, es y será el principal movimiento. Hay cooperativas de viviendas, algunas radios, pero no tenemos movimiento territoriales fuertes como en otros lugares de Latinoamérica. Habría que remontarse a la historia del país para ver porqué tenemos una cultura clasemediera tan potente y no una cultura popular y plebeya potente. En Uruguay, hasta el carnaval, que es una manifestación popular de la cultura, es sumamente clasemediero tanto en su público como en sus artistas. Pero esta es la realidad, experiencias como las de los movimientos piqueteros, los sin techo, sin tierra, indígenas, zapatistas, están muy alejadas de nuestra realidad. El movimiento sindical se ha fortalecido como nunca en los últimos diez años, y ha conseguido conquistas importantes para los trabajadores gracias a tener un gobierno afín.
– ¿La falta de conflictividad es lo que anula la posibilidad de conformar organizaciones que construyan poder popular?
– Seguramente la falta de conflictividad se debe a que el Estado funciona. Obviamente funciona porque somos tres millones, los niveles de pobreza y desafiliación social son crecientes (sobre todo en los servicios sanitarios y educativos) pero existen mecanismos de intermediación muy fuertes todavía aunque algunos se están deteriorando. Y en la historia política del Uruguay el conflicto no tiene buena prensa. No está bien vista la conflictividad ni siquiera en los sectores populares, enfrentarte y gritar no está bueno… Pero además funcionan otros mecanismos sustitutorios del conflicto, por eso el movimiento sindical es el hegemónico, por sus instancias de diálogos, y cuando hay conflictos no son destituyentes sino que son para reforzar esas políticas de diálogo. Esto se instaló de forma muy fuerte en nuestra cultura política y hoy por hoy no hay fuerzas sociales y políticas que la impugnen.
Es difícil entenderlo y podríamos discutir horas, pero muchos historiadores afirman que en Uruguay no ha existido oligarquía. Por diversas razones, como el poblamiento tardío, ser un país fronterizo que no logró consolidar la propiedad privada de los estancieros, débil presencia de la Iglesia, esa alianza que hubo en toda América Latina entre la espada la cruz y la tierra, en Uruguay no se ha dado. Además, el modelo extractivista fortalece a las derechas por ser altamente concentrador de riquezas, y esto nos dice que las relaciones de fuerza tiendan a favorecer a la derecha es producto de las elecciones tomadas por todos estos gobiernos. Crearon polarización, mucho desempleo y después de 12 años de gobierno no se puede echarle la culpa a la derecha, la derecha hace su juego, ¿y vos que hacés?
Creo que el progresismo tal como lo conocimos (gobiernos que desarrollaban algunas políticas favorables a los sectores populares pero sin redistribuir riquezas) ya se acabó, sobre todo por la baja en el precio de las commodities y por el cambio en el escenario mundial. Ahora, para seguir desarrollando esas políticas tenés que entrar en conflicto y no creo que ni Argentina ni Brasil estén en condiciones para entrar en conflicto. Esta transición hacia otro ciclo implicará tensiones muy fuertes, donde la última palabra la va a tener el pueblo, si la gente se moviliza se abrirán las puertas a algo nuevo. No sabemos qué vendrá pero será fundamental ver qué hace la gente en Venezuela, en Bolivia, en Argentina, en Brasil, en Uruguay y en toda América Latina. La última palabra no será de los gobiernos sino de la gente.