Aviones Mirage enviados por Perú a las Islas Malvinas en 1982
Por Ricardo Napurí. Un análisis de la compleja posición de la República del Perú ante el conflicto armado por las Islas Malvinas en el año 1982.
En diversos medios de prensa y eventos políticos, se ha destacado la solidaridad y apoyo de la mayoría de los países de la región (Mercosur, Alba, Celac, entre otros) ante la actual provocación militar y política del gobierno conservador de Inglaterra. A través de estos gestos solidarios queda denunciada la posición imperialista y colonialista de Gran Bretaña. Pero sobre todo se crea presión internacional en la vía de terminar, si es posible cuanto antes, con una situación colonial y que el archipiélago de Las Malvinas retorne a suelo patrio, es decir a la Argentina.
Se ha afirmado asimismo, que a diferencia de este actual apoyo regional, cuando se produjo la guerra en 1982, el apoyo de estos mismos países fue limitado y casi simbólico. Sea cierto o no, quiero destacar que esto no ocurrió con Perú.
Una serie de circunstancias históricas y coyunturales se conjugaron para que en el país de José Mariátegui y César Vallejo, se produjeran hechos inusitados y hasta cierto punto imprevistos. Más allá del vínculo histórico privilegiado entre Argentina y Perú, que nace desde la guerra de la Independencia de España y del protagonismo del General San Martín, entre otros muchos patriotas, este vínculo se afirmó en la modernidad por conocidas razones geopolíticas, que estrecharon este vínculo entre gobiernos y también entre las respectivas fuerzas armadas.
De ahí que los militares peruanos, una vez que se produjo el desembarco en abril de 1982, resolvieron apoyar material y concretamente a sus compañeros de armas argentinos. Eso sí, poniendo el acento en la solidaridad activa entre militares y no tanto en la legítima soberanía argentina sobre el territorio usurpado por Gran Bretaña, desde 1833.
Era presidente de la República el arquitecto Fernando Belaúnde Terry, que en elecciones democráticas sucedió al gobierno dictatorial del general Morales Bermúdez, en 1980. Pero como los altos mandos de las Fuerzas Armadas no habían sido reemplazados todavía, es decir que venían del pasado dictatorial, el Presidente se mostró cauteloso y hasta neutral ante el conflicto. Más aún porque la iniciativa del comando militar aparecía ante la visión de la ciudadanía como un acuerdo sospechoso entre militares de ambos países. Sin embargo, estos mandos conminaron –incluso con amenazas golpistas- al Presidente a que se ofreciera como mediador en el conflicto; lo que hizo con anuencia argentina, hasta casi antes del hundimiento del crucero Belgrano.
En otro gesto significativo, las FF.AA. concretaron el apoyo material enviando a la Argentina una calificada dotación de armamentos, algunos de ellos sofisticados, como misiles Exocets, aviones Mirage, etc. Además de instructores y la promesa de envío de combatientes civiles y militares.
La iniciativa militar, y ahora también del Gobierno de Belaúnde Terry, fue interpretado por los principales medios de prensa y por los partidos políticos del sistema, como “cancha libre” para otras iniciativas de adhesión y apoyo. Pero, ya en otro terreno. Esta es una de las razones por las que en Perú se produjeron movilizaciones multitudinarias en las principales ciudades, lo que no se dio en otros países de la región. Y con el singularismo de una suerte de “unidad de acción” entre diversos sectores sociales y políticos.
De mi lado, en tanto miembro de izquierda socialista y en mi condición de Senador de la República, consideré que era un enorme déficit político no dar una batalla, acompañado de muchos otros, encaminada a esclarecer por la vía del debate público, la diferencia cualitativa entre los perversos objetivos políticos de la dictadura argentina y la justa y soberana reivindicación de la Nación. Pero también hubo que darla entre los parlamentarios que retaceaban su solidaridad, temerosos de quedar “enganchados” con los propósitos e intereses de la dictadura militar del país del Plata.
En el Senado la prédica esclarecedora surtió efecto. Se logró la adhesión de los miembros del Cuerpo -60 senadores-, los que aprobaron un documento-moción del que fui autor. Por ese hecho fui nombrado su representante para la entrega del documento, en mano, a la Cancillería argentina en Buenos Aires.
Fui recibido por el vicecanciller y otros altos funcionarios, los que agradecieron vivamente este gesto de solidaridad. El vicecanciller, al noticiarse de que además de Senador era periodista y sobre todo ex-aviador militar, me propuso en nombre del Gobierno que viajara a Las Malvinas para comunicar en directo a los combatientes en armas, de esta solidaridad peruana militante.
Hasta hoy desconozco por qué no se llegó a concretar este viaje. Aunque sospecho que quizás se debió a las alternativas negativas que tomó la guerra.
Producida la derrota, el rechazo ciudadano en Perú a la dictadura militar argentina se manifestó como una gran confusión política. Con peligro de olvidar lo principal: la opresión de parte de un país imperialista sobre un país oprimido; y con ello la reafirmación del derecho soberano de la Argentina sobre las Islas Malvinas. Es decir, la lucha del pueblo argentino para recuperar su territorio y poner fin –con la solidaridad militante de los países de la región- al colonialismo de una vez y para siempre.
Aunque brevemente, he creído necesario recordar este episodio olvidado, como un aporte a la lucha por la verdad histórica.