Por Julieta Sbdar. Asado en el Larreta irrumpe en el museo y ensucia la casona señorial con las sobras de un banquete bestial. Una mirada sobre los restos, la descomposición y la construcción exagerada de la argentinidad en la obra del artista Marcos López.
En el suelo del comedor del Larreta, bajo una manta de flores que imita la contextura de la carne cruda, un cuerpo amorfo y sin rostro se contrae. Despojado de su valor simbólico, el cuerpo tapado se vuelve cadáver, carne, crudeza. Se trata de un linyera, como lo anuncia un libro posado sobre él, quien se sacrifica en pos de un asado brutal.
Emperifollado, revestido y elegantemente adornado, el comedor de la antigua casa de Enrique Larreta –hoy sala de museo- acoge una muestra que parece contradecir todos sus principios: se trata de la crudeza, una vez más, del asado de Marcos López, esta vez bajo la forma de una instalación que incluye la tan conocida fotografía “Asado en Mendiolaza”. La instalación –una típica mesa de asado, con una escenografía teatral que representa los restos, la mugre y el final de fiesta- sorprende desde un comienzo por su desubicación en el contexto: la sala, típicamente señorial, es el escenario de la tilinguería y lo “Crotto” (como señala la marca de Moscato presente en el asado). Este desajuste entre lo señorial y lo tilingo, sin embargo, no da cuenta de una apropiación pasiva del espacio, sino que revela una tensión conflictiva que funciona, a fin de cuentas, como principio de construcción.
La carne domina la escena. En la fotografía, los hombres-bestias devoran el asado; en la instalación, el sujeto desaparece, engullido, y sólo queda la carne, separada del cuerpo, asociada a un universo pre-verbal: “los hombres como bestias carnívoras y al mismo tiempo como niños” (Marcos López, Bola de nieve). Borrado el sujeto, este universo se retrae hacia lo Real, aquello que no puede ser sometido al lenguaje: la carne es el resto separado del cuerpo, lo abyecto, y también, siguiendo a Lacan, la deuda que debe pagarse para tapar el agujero del deseo. Al ingresar la carne -y, con ella, la tilinguería- desaparece el ropaje y, junto a él, la piel que contiene el cuerpo, tapa las vísceras, nombra el límite con el objeto.
El comedor del Larreta es puro adorno y revestimiento. Lámparas colgantes, paredes forradas en tela, cuadros de archiduques y muebles de roble componen una escena tipo –y también, por qué no, ficticia- de la aristocracia rioplatense. Este ropaje excesivo es el contrapunto directo de la tilinguería: si la carne aparece como la explosión de lo visceral y las pulsiones, la elegancia del museo toma la forma de un cuerpo inmerso en el lenguaje, simbólico, capaz de tapar la falta con el discurso.
“La Argentina son unos pastizales al Sur, sin alambrados, con el gauchaje en pedo riéndose a carcajadas de chistes que nunca entendí”, escribe Marcos López. La foto del asado, que cuelga por encima de la instalación, está teñida por el mismo empapelado que cubre la pared. Lo señorial avanza, portavoz de la Historia, suavizando la “textura del subdesarrollo”. Me pregunto si es posible narrar una historia sin alambrados y de qué manera avanzan las marcas, dónde encuentran, finalmente, su límite.
Entre la carne y el ropaje, el límite es la piel. La instalación de López está delimitada por una valla, una especie de manguera que circunda la obra y la aparta de la densidad del ornamento. Pero el cerco, a su vez, separa al asado de sus restos –las migas- y del linyera que debe sacrificar para narrar la Historia. Este límite casi grotesco, excesivo, borra la posibilidad de síntesis: ¿qué alcance tiene la piel? ¿Hasta dónde puede lacerarse?
En la obra de López, no hay tensión entre lo sugerido y lo verbalizado. Lejos de aparecer insinuados, todos los elementos que componen la instalación se verbalizan, se exponen hasta el límite de la exageración. “De algún modo la cultura urbana se ha convertido en una especie de patios de comida de shopping center escenográfico. Mi insistencia con las obras es asumir esa caricatura urbana y exagerarla”, escribe el artista. La argentinidad se postula en esta línea, anulando la sugerencia, poniendo toda la carne al asador; la imagen pretende bastarse a sí misma, cerrando todas las posibles salidas. Las marcas publicitarias (puestas en tensión con las marcas subjetivas), el prototipo del asado y el macho argentino, la cabeza de un chancho que es más una máscara que un corte, forman parte de una representación teatral cuya escenografía se revela artificial y exagerada. Por un lado, la exageración es el recurso propio del universo de las bestias-niños, que, lejos del lenguaje, acumulan y repiten, devoran, exponen la castración a ultranza, sin recatos. Pero también, la exageración elimina las mediaciones entre la obra y el espacio a medida que no hay distancia entre la palabra y el hecho: si todo aparece aumentado, acentuado e incrementado, se anulan los límites de género y se potencian, dentro de la obra, las tensiones discursivas.
“Asado en el Larreta” borra la palabra museo. El linyera permanece contraído, supervisado por el retrato de una señorita aristocrática, forrado en diarios y termidor, vuelto carne cruda. La obra, exagerada, conflictiva, parece suspendida en el tiempo: algo acaba de suceder, o está a punto de ocurrir. No es la última cena. La palabra museo desapareció, pero aún no es posible afirmar si se puede, realmente, borrar el referente; si la carne cruda se pudre, o si la supresión del alambrado permite, a fin de cuentas, el desmantelamiento de este gran teatro.
La muestra puede visitarse hasta el 15 de marzo en el Museo de Arte Español Enrique Larreta, Juramento 2291. De lunes a viernes de 13 a 19hs. Sábados y domingos de 10 a 20hs.