Por Andrea Sosa Alfonzo. El debate que se abrió tras el enfrentamiento Capitanich – Clarín, esconde los derroteros por los que transcurre la banalización de la política, la mediatización de los relatos y una realidad que sigue cargada de mentiras. Dónde se instala la violencia.
No basta con definir la crisis que atraviesa el periodismo y sus hacedores, los medios de comunicación masivos, diciendo que la noticia-mercancía traspasó todas las reglas e instauró una nueva práctica periodística, producto de los intereses de las empresas que juegan detrás. Hace muchas décadas que esto ya sucede. Así como tampoco alcanza con romper un diario en conferencia de prensa desde la Casa Rosada, para denunciar el accionar de estas lógicas de manipulación de los relatos y, en consecuencia, de la realidad. Porque, en el fondo, a ambos les es funcional confrontar con un enemigo.
La construcción de relatos perfomativos sobre el Otro, y sobre los hechos, sin ningún correlato referencial y viciado de intencionalidad, es la especialidad de los medios, pero también de los discursos políticos mediatizados. Ése discurso no sólo “hace la cosa”, sino que además se convierte en el acontecimiento. Y esto es algo que el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, pone en juego al momento de romper dos notas publicadas por el diario Clarín en plena conferencia de prensa: Generar un como si para desviar la atención sobre los hechos.
La distracción sobre el acontecimiento en sí forma parte de las estrategias discursivas de ambos lados, con sus propias especificidades y anclajes. Esto es, se realiza en un espacio donde ambos actores son necesarios unos de los otros.
Te cuento un cuentito
Los medios de comunicación, especialmente aquellos que integran el grupo de poder político-económico que emergió como “opositor” desde la consolidación del kirchnerismo, también saben hacer esta tarea desde que Noble y Mitre definieron construir la técnica que proveyó de “nuevas realidades”.
El lugar del acontecimiento hoy en día fue dislocado. En la actualidad, los relatos mediáticos refieren a los hechos desde la virtualidad, y los enuncian también desde un como si. Allí, es donde se produce la confusión de los contextos con las singularidades, del dominio técnico (el discurso mediatizado por la televisión o por un diario) sobre el acontecimiento, de la homogeneización de la realidad. La construcción binaria a la que acudieron tanto el kirchnerismo como la oposición mediática forma parte de este mismo problema, la función social de control y poder.
Pero qué sucede cuando los derroteros políticos se debaten entre la libertad de prensa/libertad de expresión –en el caso de Clarín, a sabiendas de utilizar hipócritamente un noble derecho que supieron ganar en democracia los trabajadores y trabajadoras de prensa– versus las “operaciones de prensa”. Se desdibuja el acontecimiento y en cambio, se visibilizan recortes de la realidad que jerarquizan el sentido de acuerdo no sólo a decisiones a priori, sino también y siempre en estos casos, a intereses particulares.
La violencia, esa fatal construcción que se impregna en nuestra sociedad en cada relato mediático, aparece también en los argumentos del medio más violento de la historia argentina, Clarín. En un comunicado emitido posteriormente a la imprudente decisión del jefe de Gabinete, definieron su accionar como una “profunda anomalía institucional”, cargada “de una violencia impropia” por parte de un “funcionario de la democracia”. Que un medio como Clarín utilice tales vestiduras y conmueva a parte de la opinión pública, que también integra a nuestro pueblo, sólo pudo ser posible de acuerdo al error más grande que pudo haber cometido el kirchnerismo.
Tiene razón el periodista Horacio Verbitsky cuando dijo “no rompan más los diarios” en su editorial del domingo pasado en el diario Página/12 calificando la medida de “estupidez brutal”. Ningún gobierno que levante la bandera de los derechos humanos, la democracia y la igualdad de género, por sólo mencionar algunos buenos pasos, podría haber cometido tan burdo error. Sin embargo, había que contar cuentitos.
El periodismo, la “verdad” y los símbolos de la agresión
El caso de la muerte del fiscal Alberto Nisman y previamente su acusación contra la presidenta, Cristina Fernández; abrieron una grieta en la política argentina y en las relaciones geopolíticas internacionales. Como consecuencia, la disolución de la ex Secretaria de Inteligencia y la presentación del proyecto de la nueva Agencia Federal de Investigaciones (AFI) –que sin debate alguno del conjunto de los senadores avanza sin prisa ni pausa–, abrió un nuevo escenario nacional que desemboca en una marcha (18F) organizada por fiscales señalados por el incumplimiento de sus funciones en causas de las más disímiles.
Este trasfondo, mediatizado por los medios de comunicación, generan la “actualidad” que en palabras de Derrida, está “producida, cribada, investida, performativamente interpretada por numerosos dispositivos ficticios o artificiales, jerarquizadores y selectivos, siempre al servicio de fuerzas e intereses que los sujetos y los agentes (…) nunca perciben lo suficiente”. Es decir, esta actualidad en la que se debaten los referentes de la política argentina, Capitanich con su ira, y la apelación a los valores democráticos de los diarios que integran el monopolio comunicacional que fue funcional a la dictadura, siempre serán un artificio disimulado de esos filtros, de lo que se elige “mostrar” y “decir”.
La cuestión que se le exige a este debate, por llamarlo de un modo sano, a este binarismo que propone un enfrentamiento en lógicas clausuradas, es la discusión de fondo. Las “deudas de la democracia” requieren de intercambio, reflexión, de definiciones políticas y de tiempo para la construcción colectiva de una patria soberana y popular. Porque, como dice el gran filósofo contemporáneo Carlos Solari, violencia es mentir.