Por Ricardo Frascara. Riquelme nos demostró que, contra lo que popularizó Gardel, 20 años es todo. Entre 1996 y 2015 Román cubrió de punta a punta una inmensa vida futbolística. Esta breve crónica recuerda la gestación de una de las figuras que los hados del fútbol tocaron con su varita.
“Yo adoro jugar a la pelota”. Ese fue el título que L’Equipe encontró ante la despedida de las canchas del astro Juan Román Riquelme. En coincidencia con el comentario de Simón Klemperer y a tono con la vida de un Jugador excepcional. El más grande, Zinedine Zidane, dijo “¡Gracias Román!” por lo que hizo el argentino en una cancha de fútbol. Entonces nos quedó esta herencia: poder seguir hablando de Román por años, porque como todos sabemos, la luz de una estrella no tiene fin. Riquelme (36) paseó su precisión por canchas de todo el mundo, sin alardes, sin explosiones, aunque sí provocándolas, en la Boca, por ejemplo. Su fútbol en todos lados dejó un sabor especial en el paladar, como las delicatessen.
Yo quiero recordar a aquel chico larguirucho, calladito, que quedó expuesto al público en 1996, en el sub-18 dirigido por José Pekerman campeón, en el verano, de la Copa Punta del Este. Fue el primer chispazo. Se convirtió en llama al año siguiente, con la camiseta del sub-20, campeón sudamericano en Chile. Para la estadística, Riquelme anotó tres goles en nueve partidos… para la historia, aparecía Román. Lo tengo grabado en mi mente; claramente lo vi como el eje del equipo, el “chico ese de los lujos”. Desconcertó al team brasileño y llevó a la victoria a la Argentina por 2-0, para conseguir el título continental sub-20. En el mismo año ’97, su gran año, al frente del seleccionado alzó la copa Mundial, en Malasia, esta vez tras vencer a Uruguay 2-1. Ya era el capitán del equipo y anotó 4 goles en 7 partidos. La llama había adquirido dimensión de fuego. Pasó otro año, y Pekerman lo llevó como capitán, abanderado, buque insignia, general de campo, pelotón de avanzada, elijan lo que quieran. Román, con un pie sobre la pelota, conquistó el torneo sub-21 de Jóvenes Esperanzas, en Toulon. Al finalizar el certamen, su figura tomó relieve en Europa y, con el seleccionado campeón, fue declarado Mejor Jugador del torneo. O sea, estaba en el firmamento con brillo propio. ¿Y todo por qué? Por pisarla, esconderla, mostrarla, decidir a qué compañero dejarle un gol servido, o patear exquisitos tiros libres.
Para mí, fue la estrella dominante de los últimos cinco años del Siglo XX. ¿Parece mucho? No lo creo así. Riquelme nos mostró, de jovencito, cómo se corporiza una ilusión. Nos abrió los ojos con el tratado de cómo nace un crack. ¡Brindo por el fútbol de Román!