Por Gonzalo Reartes. Segunda y última entrega de un recorrido por la vida y obra de uno de los máximos referentes de la Generación Beat: Jack Kerouac. Invitamos así a nuestros lectores a sumarse al camino de su literatura.
Toda la poesía de Kerouac gira alrededor del amor, está en todos y cada uno de sus libros. La existencia y la espiritualidad también laten en cada escrito, pero el eje fundacional es el amor y las relaciones tempestuosas, reflejo de aquellas que experimentó en su vida.
Esto es importante: toda su obra no es sino un reflejo de experiencias vividas, un relato de sus vivencias y toda la gente loca que lo rodeaba. Puede decirse que sus novelas son sumamente autobiográficas. Una y otra vez aparecen los mismos personajes con distintos nombres ficcionales. En el volumen publicado bajo el nombre de Cartas, donde se da a conocer su extensa correspondencia con Allen Ginsberg, Kerouac parafrasea a Shakespeare y afirma:“no es amor el que por un altercado cambia. Nuestros problemas de comunicación no son sino una especie de temor a ser comprendidos, o malinterpretados, con el amor por energía básica, pues ser comprendido completamente supone una especie de vacío. Si todo el mundo fuera verde, no existiría el color verde. Del mismo modo, los hombres no pueden saber lo que es estar juntos sin saber por otra parte lo que es estar separados. Si todo fuera amor, ¿cómo podría existir el amor? Por eso nos alejamos unos de otros en momentos de gran felicidad e íntima relación. ¿Cómo vamos a conocer la felicidad y la intimidad si no las contrastamos, como las luces?”.
En Kerouac amor y dolor son una misma cosa, están inevitablemente entrelazados, unidos, padres de la tristeza, y es desde la tristeza que el poeta encuentra la raíz, la harina de su pan, su alimento. En Los Subterráneos, una de sus mejores novelas, un libro lleno de dolor que se deja leer de un tirón, como algo que se arranca de la piel con rapidez, da cuenta de una relación turbulenta, fugaz, que deja una honda marca en su vida: “Siempre buscamos a los que realmente no nos buscan. Como si no hubiera padecido ya suficientes dolores de cabeza, como si otros amoríos anteriores no me hubieran enseñado su mensaje de dolor; seguía buscando, buscando de por vida…”. No es más que el reflejo (uno de tantos) del testimonio que da en En el Camino: “Todo se estaba entremezclando y todo se estaba yendo a la mierda, todo el asunto carecía de solución, aparte de que Lucille nunca me comprendía porque me gustan demasiadas cosas y me confundo y desconcierto corriendo detrás de una estrella fugaz tras otra hasta que me hundo. Así es la noche, y eso produce. No puedo ofrecer más que mi propia confusión.”
Este es el mensaje que nos da Kerouac: el amor no es felicidad, las relaciones no son sencillas, todo es fugaz, nuestro estado de ánimo condiciona nuestras relaciones y el deseo fluye más fuerte cuanto más desconocido. Debemos aprender obrando, experimentando y viviendo, por encima de todo mediante el amor y el dolor. Eliminar el amor del propio ser con objetivo de evitar el sufrimiento no es sino un sacrilegio comparable a la castración. Kerouac escribe a Ginsberg: “Te dieron la capacidad de amar para usarla, sin que importe el dolor que pueda causarte. Deseamos intensamente entregarnos a otros, aunque sea imposible… la cosa no tiene remedio”.No hay dirección en el vacío. El aprendizaje es a través del amor y el sufrimiento.
En resumen, aunque es imposible resumir ningún aspecto en la vida y obra de Kerouac, todo es complejo, todo es complicado, como un rompecabezas interminable con ráfagas de realidad poética de una honestidad incomparable y brillante, en resumen, decía, y a modo de conclusión, podemos afirmar que nadie ha llegado tan lejos como Jack Kerouac en la búsqueda literaria del propio ser, explorando los límites del deseo y del dolor. Un vagabundo, extranjero en todas partes, amigo de los excesos, de la gente loca, un poeta sin objetivos, que va a ninguna parte. El pensamiento kerouaciano puede ser revolucionario, contradictorio, complejo, oscuro, alegre, triste, pero nunca aburrido. En sus Cartas podemos hallar su síntesis literaria o hasta, si se quiere, su testamento poético: “Quiero que me dejen en paz. Quiero sentarme en la hierba. Quiero montar en mi caballo. Quiero follar con una mujer desnuda en la hierba del monte. Quiero pensar. Quiero rezar. Quiero dormir. Quiero mirar las estrellas. Quiero lo que quiero. Quiero prepararme mi propia comida, con mis propias manos, y vivir así. Quiero leer libros. Quiero escribir libros. Escribiré libros en los bosques. Thoreau tenía razón; Jesús tenía razón. Todo está mal, yo lo proclamo y que se vaya todo al infierno. No creo en esta sociedad; pero creo en el hombre. Así que, oye, arréglatelas con tus propios huesos”.
Primera entrega:
Kerouac y el arte de vagabundear (I)