Por Francisco J. Cantamutto. Según las estimaciones de la CEPAL, Argentina cierra el año con una leve recesión. Detrás de los datos duros, el ajuste llega a través de la reducción de puestos de trabajo y la inflación.
Cerró el 2014 y se hacen necesarios los balances. En vísperas de elecciones, el capital dio inicio a una clara estrategia de desgaste sobre el pueblo argentino para que contenga sus demandas, dificultándole la tarea de justificar “el modelo” al gobierno nacional. Dos fueron las vías principales para castigar a quienes vivimos de vender nuestra fuerza de trabajo: reducir el nivel de actividad e inducir aumentos de precios. Es decir, desaceleración de la economía e inflación. A pesar de los denodados esfuerzos del kirchnerismo por complacer al empresariado, éste se negó a invertir, atesorando sus ganancias.
De nuevo: los grandes empresarios obtienen ganancias que deciden guardarse de diferentes maneras, en lugar de ponerlas a producir. Una forma de hacerlo es fugarlas del sistema nacional cambiándolas por activos nominados en monedas fuertes. La fuga de capitales es un tema que ha estado en el tapete en los últimos meses, y sobre el que el gobierno ha hecho poco y nada. Otra forma es sencillamente guardar la producción sin venderla, como hicieron los empresarios agropecuarios con la soja, incluso al costo de perder cerca de US$ 14.000 millones. A fin de año el gobierno negoció con las grandes operadoras del mercado para que se vendiera esa soja, lo que significó una entrada de dólares al país.
Seamos claros: la estrategia de no invertir recursos en la producción, reduciendo los niveles de actividad económica y, en el extremo, provocando riesgos de desabastecimiento, no es nueva. Los capitalistas la aplican una y otra vez para forzar a los gobiernos a actuar en su favor, toda vez que estos gobiernos defiendan el capitalismo y no estén dispuestos a cuestionar los privilegios dominantes. En la Argentina –a diferencia de, por ejemplo, Venezuela– no se llegó al desabastecimiento, pero sí se produjo una desaceleración económica que marcó, según la Comisión Económica Para América Latina (CEPAL), una leve recesión del orden del 0,2%.
Aunque sería un exceso hablar de crisis por ello, no deja de producir duros efectos sobre la clase trabajadora. Las cifras oficiales señalan la pérdida de más de 300 mil puestos de trabajo en 2014, producto de la menor actividad, aunque otras estimaciones llevan el número hasta los 400 mil puestos. En cualquier caso, resulta una clara demostración de quién paga el pato de la boda. Los tres sectores de actividad que emplean mayor cantidad de personas son los que expulsaron trabajadores y trabajadoras: la industria, la construcción y el comercio. Debe llamarse la atención que los dos primeros sectores fueron las estrellas de la etapa 2003/07 en materia de inclusión laboral, pero vienen en recaída desde 2008: la industria apenas crea empleo y la construcción, simplemente, lo expulsa. Lo sucedido en 2014, entonces, no es una total novedad sino la forma más explícita de un proceso que lleva años.
Dentro de la industria, la menor ocupación fue particularmente notable en las ramas automotriz, de autopartes, carrocerías y tractores, y en menor medida, las de textiles y calzado. La menor demanda de Brasil y el enfriamiento del mercado interno impactan también en esta situación.
Las pérdidas de puestos de trabajo no fueron mayores gracias al aumento de ocupación en algunas otras ramas y el sector público. En el orden del capital, no debería llamar la atención que se haya expandido el empleo en los sectores que protagonizan el extractivismo (actividad agropecuaria y minería) y en la intermediación financiera, el sector de mayor expansión desde 2008 y de mayores ganancias desde 2009. Enseñanza y salud privada también aportó empleos. Claro está que estos sectores no son capaces de generar tanto empleo como la industria o la construcción. Dentro del sector público, que viene siendo una de las principales fuentes de trabajo desde 2008, se destaca en este último año el personal destinado a personal civil de las Fuerzas Armadas y de Seguridad.
Todo vale en un año de elecciones
La caída en el empleo es una forma de disciplinar las expectativas de la población: ante el riesgo de perder lo que se tiene, se encuentra menor resistencia a un programa de ajuste social como el que vienen preconizando las principales fuerzas políticas a través de sus candidatos (Scioli, Massa, Macri). Mantener casi 5 millones de trabajadores y trabajadoras en condiciones de informalidad –casi un tercio de los ocupados– es un complemento de esta estrategia: con menos derechos garantizados, son carne de cañón para el capital.
Como dijimos, esta estrategia se complementa con la guerra de precios al pueblo. Algunas fracciones, tomando provecho de la voluntad del gobierno, estuvieron negociando sus precios a través del programa “Precios cuidados”. Pero el conjunto del capital continúa incrementándolos y alimentando la inflación, que alcanzó entre un 24% (según el gobierno) y un 35% (según el Congreso). El salario promedio de 2014 rondó aproximadamente los $6000, que penosamente podría cubrir las necesidades de consumo básico. El gobierno apenas atinó a desgravar del impuesto a las ganancias el medio aguinaldo de diciembre, y dejó el logro de bonos compensatorios a la capacidad de negociación de cada sindicato.
Las dificultades de conocer la verdadera inflación –junto a la dirección burocrática de la mayoría de los sindicatos– se traslada a la determinación de los nuevos salarios. Las primeras paritarias del año no son necesariamente pauta para el conjunto de las negociaciones, por los sectores que las protagonizaron (trabajadores de entidades deportivas, mutuales y hoteles sindicales, y trabajadores no docentes de universidades privadas), pero pautaron subas de entre 30% y 38%. Habrá que esperar a negociaciones más representativas –como docentes– para ver cuál será el panorama del año.
De conjunto, el pasado fue un año donde el capital obtuvo ingentes ganancias, de las cuales atesoró una gran parte, trasladando a los y las trabajadoras el costo de sus especulaciones. Las pérdidas de puestos de trabajo y el flagelo de la inflación son la puerta de entrada a este año electoral, donde los candidatos de las principales fuerzas políticas –incluyendo (a la cabeza) al propio gobierno– se esfuerzan por mostrar que comprendieron el mensaje.