Por Lucas Abbruzzese. Un deporte colectivo premia desde 1956 individualidades. El negocio que absorbió al fútbol y a lo lúdico hace, también, que se entreguen premios como el Balón de Oro. Los medios encandilan con una estrella y no analizan.
Once de un lado. Once del otro. ¿Qué podría hacer sólo uno sin sus compañeros? Nada. Absolutamente nada sin la colaboración de, por lo menos, un hombre de su mismo equipo. ¡Si hasta el gol de Diego a los ingleses necesitó de Valdano para usarlo como falso pase en todo momento! El Balón de Oro que se entregó el lunes en Suiza es el retrato del individualismo, el egoísmo y la antítesis del fútbol.
El contraste del juego más bello que creó el hombre alguna vez porque se trata de lo colectivo. El mejor Messi lo fue, en gran parte, porque a su lado tuvo al mejor Barsa. Sin Xavi ni Iniesta, por elegir apenas dos nombres de aquella (qué lastimoso que es hablar del pasado con respecto a eso) sinfónica que tocó como nadie, el 10 argentino hubiera brillado, sí, pero mucho menos. Cristiano Ronaldo mucho es para un equipo como el Real Madrid y nada para Portugal, selección en la que poco interviene y que mal juega.
El negocio necesita de caras publicitarias, de la elegancia, de los trajes, del oro, de las modelos con futbolistas para mostrar perfección (no la es) y un estereotipo de vida que pregonan algunos y que lejos está de la realidad. El negocio, con los medios de comunicación no como críticos sino como cómplices y voceros, impone esta industria del no juego.
Una gala de Balón de Oro, televisada en decenas de países y con mucho movimiento, parece estar a la altura de un partido de fútbol. ¿Habrá llegado el día, momento, época en que los futbolistas estén más preocupados por los premios que por jugar y divertirse? ¿Se estará en la era en la que los protagonistas dentro de una cancha anhelen más el oro que por el rendimiento de sus equipos? El individualismo ante lo colectivo. El negocio ante el juego. El dinero y la fama ante la educación y los valores.
Hoy en día vende tanto un gol como el Balón de Oro, se televisa por igual un cotejo trascendente como el premio “al mejor jugador del año”. ¿Mejor jugador? ¿Mejor entrenador? Es tanto el negocio que hasta los DT reciben, quienes dependen completamente de lo que hagan los jugadores en el verde césped. ¿Y qué tomarán en cuenta, desde 1956, año desde el que se entrega el galardón, para votar a quien se vota? Logros. Seguramente el final de un camino. Es decir, resultadismo, la otra consecuencia de una sociedad que consume glorias y no valores.
¿Es de iluso pensar en alguien que se rebele y no acepte un premio? Cuando la esencia de este juego es que lo colectivo predomine por sobre lo individual, sería descabellado. ¿Se imaginan a las empresas y marcas que manejan a los futbolistas si tuviesen que convivir con la mala reputación de sus patrocinadores? Dónde quedaría el negocio, ¿no?