Por Nadia Fink. Que Argentinos Juniors volvió a Primera es un hecho. Que asciendan nueve equipos más en este próximo campeonato ampliado es un detalle. Que Riquelme haya vuelto al club que lo vio nacer, era un desafío, casi una provocación. Y que le haya salido así de bien es un disparador para esta nota…
Es cierto, no existen los hombres solos que ganan partidos, campeonatos o ascensos (tal vez, esto último, lo más festejado en los últimos años del fútbol argentino); no vamos a contradecir en estas líneas el deseo del juego en equipo, las virtudes del juego colectivo. Pero también es cierto que hay algunos hombres que hacen que todo sea, al menos, un poco más fácil.
“La peor buena noticia que me podrían haber dado”, dijo un amigo emulando a Mafalda, hincha de Argentinos él, cuando el 9 de agosto Juan Román Riquelme pisó el campo de juego paternalense. Y es que ese día, los hinchas eran pura ilusión, expectativa… y casi duda. ¿Correrá? ¿Le dará el físico? ¿Habrá quilombo con el plantel?, ¿con la dirigencia?
Cuatro meses después, las dudas eran ya festejo en estado puro, ovaciones y un solo grito. Con una fórmula que parece ser el tranco largo del Bichito, la combinación de pibes (Gaspar Iñíguez, Lautaro Rinaldi, Ezequiel Ham, Lucas Cano…) con un puñado de jugadores con experiencia (Cristian Ledesma, Matías Caruzzo y el propio Riquelme), donde los primeros meten garra, corren y se arriman al arco, los segundos paran la pelota, piensan, ordenan… y todos juegan. Un Argentinos que oscila entre el intento permanente por renovar el cántico ochentoso “son los bichitos, fútbol y toque… los Globertroters de la Patenal” y la sombra de Luis Segura, con licencia en su cargo, el actual presidente de la AFA y tan cercano al represor Carlos Suárez Mason.
Pero la apuesta de la dirigencia había sido que Juan Román volviera. Que el hijo pródigo que se fue de casa para deslumbrar en otras canchas, llegara para dar una mano en un momento difícil. Para que la gente volviera a creer. Pero cuando faltaban siete fechas, Argentinos estaba a siete puntos del ascenso, el Bichi Borghi dejaba su puesto y la “A” parecía alejarse en perspectiva. Con la llegada de Pipo Gorosito como técnico, se sumaron 16 de los 21 puntos disputados. En ese primer partido con el nuevo técnico, contra Boca Unidos de Corrientes, Riquelme y Rinaldi (esa combinación de la que hablábamos) se pusieron el equipo al hombro y empezaron a andar distinto. Pero dicen los hinchas, los rumores de tribunas, las crónicas del día después, que el mejor partido de Román fue el de hace tres fechas atrás. Un lunes a la noche, en la Paternal, en el que venció 1 a 0 a San Martín de San Juan (que ascendía si ganaba) el bichito volvía a creer. Y para quienes estuvimos, por esas causalidades del destino, detrás del alambrado, fue una noche para volver a creer en el fútbol…
Riquelme desplegó todo lo que sabe hacer, con su sello propio: corrió los primero veinte minutos, habilitó con jugadas clarísimas de gol a sus compañeros (quienes no pudieron convertir la mayoría de las veces), arrastró marca “a lo pavote” (desde la tribuna preguntaba un pibe a su papá: “¿por qué se la devuelven si lo están rodeando muchos?”, describiendo con inocencia que la pelota quemaba en los pies de los pibes de Argentinos. Y otra vez Román y la pausa justa, la jugada de ajedrez estudiada aún antes de la movida de la reina, la pelota limpia al área, el centro atrás para los que llegaban a toda carrera. Así estuvimos de presenciar un gol olímpico aquella noche, que terminó en victoria porque el pibe Lucas Cano entró y lo entendió mejor que ninguno al “viejito” que la descosía esa noche.
Después del empate con Douglas Haig el pasado 7 de diciembre (justo un día antes de que se cumplieran 29 años de aquel partido contra la Juventus por la Intercontinental. Uno de los mejores que se hayan visto en esa instancia, en el que después de un 2 a 2 Argentinos lo perdía por penales), llegaron los festejos y los micrófonos. Y para Riquelme, todos. “Conseguimos lo que queríamos… he tenido la suerte de devolverle a Argentinos todo lo que me enseñó de chico. Ahora estamos a mano”, contestó el jugador que, quizá, sea uno de los que mejores maneja la mediatización del fútbol. Fiel a su costumbre de abrir puertas y aumentar incógnitas, aclaró varias veces que era hincha de Boca y que, respecto de su futuro “ahora voy a tomar mate y a comer asado con mis amigos”.
Pipo Gorosito, mientras tanto, afirmaba que “los milagros no existen”, para dar por tierra argumentos navideños y fórmulas mágicas en el fútbol… Y es verdad. El trabajo cotidiano, la corrección sobre la marcha, el aporte de jugadores con experiencia (basta ver la influencia, por poner sólo un par de ejemplos de Diego Milito en la avanzada de Racing, de Lucas Bernardi en Ñuls, Montenegro en Independiente), la paciencia para bancar a que los pibes se equivoquen una y otra vez, las pinceladas de un jugador que, aún parado sobre el lateral izquierdo, da cuenta de la belleza del fútbol.
En una disputa por los ascensos a pura emoción, ya están confirmados siete equipos, entre los que se destaca el retorno del clásico santafesino a primera con Unión y Colón ascendidos, también el de San Martín de San Juan, que prolongó el suspenso pero lo consiguió. Sigue la espera aún por los tres puestos que quedan: el triangular que deberán jugar Nueva Chicago, Aldosivi de Mar del Plata y Gimnasia de Jujuy, y el partido entre Huracán –con su flamante título de la copa Argentina en la vitrina– y Atlético de Tucumán (quien cuenta con su joya, la Pulguita Rodríguez, a quien el propio árbitro felicitó después de su actuación la fecha pasada y le pidió los botines… “Están caros, por eso no se los di”, contestó sincero el jugador).
Con ese panorama, en Paternal queda el eco de los festejos… esas voces tan distintas y tan parecidas a las que cantaban años atrás, en 1981, mientras mandaban al descenso al Ciclón y permanecían en Primera, aquello de “llora el Gordito Muñoz, llora también ta, ta, ta… porque Paternal se queda en la A”.