Por Noelia Leiva. La cantautora, actriz y activista trans dialogó con Marcha sobre las características de su primer disco, “Buena Vida y poca vergüenza”, su vínculo iniciático con el teatro y la búsqueda de regresar a los ritos de encuentro con el otro o la otra a través del arte.
La poesía sube por los poros de la historia y se hace canción, se hace piel para salir al ruedo. Una piel construida, no una comprada en repetidas vidrieras del sistema. La música y la palabra cantada de Susy Shock traen la experiencia de quien se atrevió a salirse de los límites tácitos del patriarcado. Así se muestran en su primer trabajo discográfico, “Buena vida y poca vergüenza”, que recolecta lo dicho en los escenarios, las peñas, los patios y las intimidades de una vida que se transformó hasta convertirse en quien soñaba ser.
A los 14 años, su futuro empezó a responderse algunas preguntas. Descubrió el teatro y, al mismo tiempo que el montón de inquietudes de la adolescencia se despertaba, ella sabía que había conseguido un lugar en el mundo. Allí se acomodó, se empoderó para ser una voz con status para decir, aunque luego los tacos y el maquillaje cuestionaran la “normalidad” y tuviera que responderle a esa violencia cotidiana que busca adoctrinar a las personas trans o con identidad autodefinida. Susy empezó a actuar, a leer teatro, a escribir teatro, a cantar teatro. A armarse desde el arte y hacia el mundo. Y no dejó de hacerlo jamás.
En su disco -que lleva el título de una frase que su abuela le repetía como empujón hacia la vida- hay bagualas, tangos, chacareras, algo de acústico y algo de enchufado, con muchas voces invitadas. Con Pepi Dilon y Sole Penelas canta “Promuevo barricadas”, con Soema Montenegro rescata sonidos de la tierra en “Canción de cuna chiquita”, con Miss Bolivia, Valeria Cini y Diana Sacayán interpreta “Lagrimitas”. “Siento que en este material rescato la entidad de otras provincias, otros paisajes que creo que tienen que ver conmigo”, definió la cantautora y actriz, en diálogo con Marcha.
-¿Por qué te resulta importante la representación de distintas geografías del país en tu disco?
-Porque hay algo del folklore que me parece muy interesante y es que está asociado a los pequeños pueblos. Incluso a mi hermana y a mí, que nacimos en Buenos Aires, mi mamá tucumana y mi papá pampeano nos criaron de manera provinciana, y gracias a esas lógicas puedo sobrevivir en esta ciudad. Pero me hace bien salir a las provincias. El subtítulo de este CD es “Folklore por Susy Shock” porque es la mirada de una persona que se apropió del folklore por esta historia que tengo. Me cruza por las venas porque lo bailé desde chiquita, me pasó por el cuerpo toda la danza y sus ritmos. Si bien soy una cantora que no puede definirse sólo como folklorista, hay algo que me pasa cuando me deposito en una chacarera, una zamba, una baguala.
-¿Cómo fue la selección de los ritmos que incluiste?
–Lo que más me gustó de hacerlo es que logramos un formato que respeta lo que sucede en el vivo, no lo estafa. Está cuidado el clima, ese decir, ese silencio que muchas veces es anti- mercado porque se supone que una tiene que llenar de cosas cuando graba. Hay una guaraña de mi hermana, Andrea Bazán; hay una baguala electrónica, una cumbia, un canto colectivo con más de veinte amigues que aportaron sus voces en el coro. Está el tanguito puto, hay vidalas, una canción de cuna hermosa que tiene mucho silencio, porque qué más hay que hacer cuando se acuna a una crianza. Me encanta lo que se logró gracias al aporte de músicos y músicas que pusieron todo.
-¿Cuál es el peso de la palabra en este trabajo?
-Todo lo que hago se debe a que me lo enseñó el teatro, que me mostró la posibilidad de un montón de cosas. Empecé a escribir por eso, porque entré en grupos que tenían una búsqueda muy fuerte de lo poético; no siempre apostaban a lo real sino más bien a lo metafísico. Eso fue interesante porque me dio la posibilidad de leer a (Juan) Gelman, a (Raúl González) Tuñón, que me rompieron la cabeza, que me dieron la sensación que estaba todo escrito. Cuando empecé a escribir, estaba atravesada por la palabra bella. Aunque describiera a dos personas sentadas en un bar, tenía que ser un hecho poético. Eso es lo que me pasa con el arte: cuando se enciende la luz, me gusta que lo que suceda tenga más que ver con lo que debería ser que con lo que es. Y si tengo que hacer una crítica de lo que es, que también sea poética.
-¿Cuál fue el origen de esa búsqueda?
–Tuvo que ver con mi maestro del arte y de la vida, que fue Héctor Propato. Si estudiabas con él, no podías hacer nada si no leías la obra. Si tocaba (Luigi) Pirandello, lo tenía que leer hasta el iluminador porque así creía que iba a poder identificar cuál era la energía que la obra demandaba. Agradezco esa disciplina porque en esto tan anárquico de moverse sola es importante esta organización, esa cuestión del respeto, de llegar temprano a la función. Me gusta esa ritualidad, ese respeto por el espacio sagrado, por el otro o la otra. Hay algo de eso que todavía quiero proponer, ese sentir que estamos juntos o juntas ahí, con esa concentración del aquí y el ahora que no se repite.
-Mencionabas tu dedicación a lo bello, ¿hay una resignificación de ese concepto en tu recorrido?
-Sí, no sé si me lo pregunté, pero voy detrás de la belleza en muchos enormes sentidos. Yo desconfío de la lindura pero no de la belleza, que es eso que te hace ver un cuadro o escuchar una pieza musical o el movimiento de alguien bailando. Eso que replica la naturaleza, ese mover de las hojas. O sentir esa necesidad urgente de cantar, volver al canto en honor a los dioses o para que las bendiciones caigan sobre la aldea. Lo bello es todo lo que tengo que hacer para alcanzar eso bello. En el capitalismo todo está desacralizado; incluso la lógica de un autor o un director está atravesada por el mercado. Habría que volver a ese sentido primario de asombro de la infancia. Intento eso con mi música.
-En las presentaciones y entrevistas que realizás, soles señalar a tus 14 años como un quiebre, ¿por qué?
-Porque empecé teatro. Fue encontrarme con mi voz. Era muy tímida -todavía se me nota que sigo siéndolo- y tener voz era todo un tema. Bailé para la fiesta del 9 de Julio en mi escuela y cuando terminé mi profesora, que era de inglés y organizaba el curso de teatro, me dijo que me quedara. Me acuerdo que hicimos “Prohibido suicidarse en primavera” (de Alejandro Casona) y me dio el papel que más texto tenía. Era la primera vez de ese ensueño. No me acuerdo de nada, pero sí de la sensación de que había pasado algo de lo que no me quería bajar más. En mi adolescencia, con todas mis búsquedas, todos mis cambios, yo pude ser alguien en un lugar tan violento como es la escuela secundaria. Fui muy querida y respetada porque tenía el lugar que me había dado el teatro.