Por Federico Chiarini. El Gasolero volvió a Primera después de 27 años, luego de pasar mil pesadillas, incluidas una quiebra, el pedido de remate de sus bienes y dos años sin jugar por una decisión judicial. Conocé la increíble historia de Temperley, un club resucitado por sus hinchas.
Veintisiete años después, Temperley volvió a Primera. Quizá a quien le sea ajena su historia, esta afirmación le parezca una simple nota de color. Pero no. Para arribar a este presente, la institución del sur del Gran Buenos Aires, fundada el 1º de Noviembre de 1912, atravesó todos los infiernos que un hincha de fútbol jamás quisiera vivir. Pésimas administraciones, quiebra, orden de remate y descensos. Un combo que dejó al club con respirador artificial pero que transformó los corazones de su gente en máquinas a prueba de toda adversidad.
Corría mayo de 1987 y la multitud que reventó el estadio de Huracán para presenciar el desempate por la permanencia en la elite del fútbol argentino frente a Platense difícilmente haya podido imaginar el calvario que vendría. Fue derrota frente al Calamar por 2 a 0 y el comienzo del periplo por las canchas del “under” de la pelota. Durante este último certamen, comenzaron a salir a la luz los problemas financieros del Gasolero (apodo que obtuvo en la década del ‘70 luego de realizar una campaña admirable en el viejo Torneo Nacional con un presupuesto escueto), que había contratado prácticamente un equipo completo para mantener la categoría y a mediados del certamen dejó en libertad de acción a once futbolistas por falta de pago.
Durante 1989, la situación económica y futbolística continuaba en picada. Prácticamente a la par de una nueva pérdida de categoría, el juez Durañona decretó la quiebra del club por la deuda con los jugadores. Pero junio de 1991 tenía reservada la página más amarga: el magistrado que entendía en la causa determinó el desmembramiento del plantel competitivo y las inferiores, el cierre del club y el remate de todos sus bienes por una deuda que rondaba los 600 mil dólares. En otras palabras, lo sentenció a muerte. Y ahí comienza la lucha de los socios e hinchas Celestes, que no descansaron hasta lograr la reapertura en noviembre de ese mismo año.
Todavía por las calles del partido de Lomas de Zamora se recuerda a ese grupo de locos de amor que se paseaban con alcancías por la ciudad, organizaban partidos de básquet en la calle, cenas, bingos y reclamaban con constancia en Tribunales. Este sacrificado esfuerzo que le permitió sobrevivir fue insuficiente para Durañona, que hizo lugar al pedido de Futbolistas Argentinos Agremiados e impidió la práctica del fútbol profesional en los torneos de AFA, principal fuente de ingresos, e hizo de Temperley el único equipo del país en dejar de jugar por una decisión judicial.
El 21 de julio de 1993, la noticia comenzó a esparcirse por todos los rincones del barrio. El juez de feria había aceptado la propuesta de los abogados del club de ofrecer en garantía las casas de cinco familias para la vuelta. Desde ese momento, los apellidos Allende, Colas, Romano, Pecorelli y Ahuali son sinónimo de orgullo de la institución, a la altura de las grandes figuras deportivas. Así fue que el 24 de julio de aquel histórico año, miles de almas colmaron su segundo hogar, el Estadio Alfredo Beranger, para volver a ver en un campo de juego a su equipo después de dos años, tres meses y 11 días.
Fue en la Primera C, cuarta categoría, por disposición del ente desorganizador de la pasión futbolera y ante Tristán Suarez. El gol de Walter Céspedes que selló el 1 a 0 a favor aún retumba en los oídos de cada uno de los que estuvieron aquella tarde y traspasó las generaciones de almas Celestes.
A partir de allí comenzó el camino hacia la reconstrucción. Campeón en el ‘95 con una campaña arrolladora dentro de la cancha y en las tribunas, donde se batieron récords de recaudación para la divisional. Un año más tarde una promoción a la B Nacional por la buena ubicación en las posiciones, producto de uno de los reordenamientos en los campeonatos, seguido por un inmediato descenso. La obtención del octogonal de 1999 fue la última gran alegría para el Gasolero, que luego de una corta experiencia de una temporada, volvería a la B Metro. Esta categoría parecía ser su nuevo ámbito natural y pasó allí largos años de un mediocre letargo futbolístico e institucional, que sólo se vio atravesado por un haz de satisfacción al levantar la quiebra en 2001, al mando de Ubaldo Silva.
Llegó el 2011 y Mauro Morrone tomó el poder tras ganar las elecciones con promesas que jamás cumpliría. Por el contrario, los desmanejos eran moneda corriente y el club nuevamente quedó al borde del abismo. Fue entonces que durante el 2012, año del Centenario, volvió a hacer su aparición el cariño del socio e hincha Celeste para impedir un nuevo calvario. La presión de la gente fue insostenible para Morrone que debió renunciar luego de la difusión de una cámara oculta en la cual su padre (Antonio), ex presidente y líder en las sombras, enviaba a apretar a dirigentes de la oposición. Un enorme mal que desembocaría en la unión de todos los sectores del club.
Desde entonces, el camino sólo supo de satisfacciones. Liderados por el presidente Hernán Lewin y acompañado por decenas de anónimos que dejaron la piel una vez más por amor, las finanzas se equilibraron, la masa societaria incrementó a casi 10 mil socios, las instalaciones se han reformado con notoriedad y de la mano de esto, los logros deportivos llegaron como consecuencia.
Este año, tras 14 en la B Metropolitana, en una agónica definición por penales (nuevamente) contra Platense, retornó a la B Nacional. Casi sin detener la marcha, el Gasolero supo estar a la altura de la circunstancia, aprovechó la reestructuración y se ganó con total justicia -e irónicamente sin sufrimiento- una plaza en Primera División tras vencer a All Boys por 3 a 1 en el Beranger, que no pudo contener semejante alegría.
Temperley se ganó un lugar en la A después de 27 años con el presupuesto más bajo de la categoría. Conducido en ambas ocasiones desde el banco por Ricardo Rezza, representado en el césped por jugadores que son analogía de garra y, por sobre todos los factores, por su propia gente, ejemplo y sinónimo de abnegada pasión.