Por Lucas Abbruzzese. Entradas caras, más cantidad de palcos vip, sin lugar en las decisiones de los clubes y un capitalismo que entró de lleno en el fútbol, son causas de un deporte que cada vez sea acerca más a la clase alta y se aleja de lo masivo en cuanto, de los sectores populares.
Nació como una diversión para ricos que se jugaba en colegios privados donde iban las elites. De a poco, el mejor juego creado alguna vez por el hombre se fue apoderando de los sectores de menos recursos, de donde salieron, salen y saldrán los grandes futbolistas, esos que mamaron desde sus inicios el potrero. Su amistad con la calle, el superar pruebas cotidianamente y hasta, por qué no, robar una manzana para comer algo, entrenaban el instinto de esos chicos que luego se convirtieron en estrellas televisadas o avivadas por las hinchadas. Esas que dejaron de jugar para preocuparse.
Una vez reflexionó Eduardo Galeano: “el fútbol profesional aniquila ese placer de jugar y lo sustituye por el deber de ganar. Y el deber de ganar es implacable: lo atrofia todo. La alegría, la espontaneidad, la libertad”.
El negocio fue creciendo. La televisión se apoderó de todo: de cuándo se juega, los horarios y del reparto, casi nunca equitativo, de las ganancias. Los hinchas quedan a un costado. Cada vez se fomenta más el hecho de quedarse a mirarlo por la TV antes que concurrir a un estadio y gozar de tener a los futbolistas “ahí nomás”, ver movimientos que no se ve por la pantalla chica.
El primer motivo, el no hacer nada con la violencia y los horarios inauditos para muchos cotejos. El otro, el costo de ir a una cancha: entradas carísimas, cuotas sociales que aumentan sin razón y el aprovechamiento dirigencial en situaciones en que sus equipos están definiendo importantes asuntos. Es decir, un retoque (más que retoque, abuso y robo) en el valor de los tickets. Sucede en finales, en superclásicos, en instancias decisivas: más demanda, más caro todo. Eso se llama aprovechamiento. Eso es lucrar con la pasión.
“Desde hace mucho tiempo el fútbol se lo han quitado a la gente y se lo han dado al negocio. El capitalismo se ha apoderado del fútbol y le ha impuesto sus valores. A la gente se la ha echado de los estadios con precios de entradas prohibitivos y con el pago en la televisión. Ahora el fútbol, que nació en los barrios porque es el deporte más barato que existe, se ha convertido en un juego, ya no un deporte, de élites que para la gente sigue siendo su pasión, su sentimiento”, expresó Ángel Cappa en una entrevista.
El mundo del revés: en vez de facilitar los costos, los aumentan. Desde este punto, como de tantos otros, bien vale preguntarnos y plantearnos: ¿qué tan popular es el fútbol?, ¿cómo hace una persona de bajos recursos para pagar, en Argentina, una popular que cuesta 150 pesos?, ¿dónde quedó ese mote de “popular”? Si se tiene en cuenta la masividad y que miles de millones de seres humanos lo ven, juegan y practican, la respuesta es afirmativa. Sin embargo, la realidad es que está cada vez más lejos de lo popular.
La Premier League de Inglaterra tiene como una de las características más salientes el lleno de sus estadios. Todo empezó a principios de la década de los noventa, cuando la política venció a los barras bravas, conocidas como Hooligans. ¿La consecuencia? Aumento sideral de los precios de las entradas y exclusión de los estadios a la clase baja. ¿Dónde está aquí lo popular? El caso contrario es la Bundesliga alemana, certamen que posee uno de los mayores ingresos de gente a las canchas y con costos bajos, razonables al fútbol, ese movimiento masivo y cada vez menos democrático.
El fútbol es cada vez menos de los pueblos. Es cada vez más de los delincuentes de saco y corbata y de la pasividad de los espectadores. La entrada más barata para el último Mundial, oficialmente, costaba 90 dólares. Es decir, alrededor de 900 pesos argentinos. Nuevamente, ¿dónde quedó lo popular aquí?, ¿en qué momento se piensa en los sectores relegados por las sociedades? No hay nada popular si no existe lo democrático.
Entonces nada es justo si para asistir a los mejores sectores de la cancha hay que pagar cantidades inentendibles para ver un simple partido de fútbol. Tampoco lo es si el Barcelona y el Real Madrid se quedan con la mayor parte del reparto de la plata y el resto de los 18 equipos con dos pesos, menos lo es si los que siguen tomando las decisiones del fútbol son tipos que nunca patearon una pelota.
Cada vez más empresas, más publicidad, más dinero en juego. El fútbol, siempre con excepciones, ha dejado de ser ese lugar de enseñanza, de divertimento, didáctico y educacional para pasar a ser una selva del ganar como sea, de empresarios que juegan en vez de descamisados despreocupados por lo material. El fútbol es cada vez menos popular.