Por Demian Kofino. El problema habitacional en la Villa de Retiro no es nuevo. Entre los intentos por armar un barrio con viviendas dignas y populares se encuentra la de Ernesto Pastrana, sociólogo y militante chileno exiliado a Argentina en 1973. Una experiencia de planificación y autogestión parida desde el barro.
El avión se apoyaba en el suelo de Ezeiza, dejando atrás la inmensidad de sus días más felices. El 25 de septiembre de 1973 el sociólogo Ernesto Pastrana regresaba al país, tras intensos años en los que vivió la efervescencia política que derivó en el triunfo de la Unidad Popular y la vía chilena al Socialismo; en los que fue protagonista de los procesos organizados de tomas de tierras; en los que acompañó, desde sus primeros pasos científicos –sino militantes– al gobierno de Salvador Allende; en los que sufrió su letanía, hasta la destitución, de un camino real al mañana de todos.
Hacía dos semanas se acababa de salvar, apenas por una ráfaga de fortuna, de no caer en las garras de los cancerberos de Pinochet, el mismo día que Salvador Allende y Víctor Jara. Vapuleado, volvía de un territorio arrasado por el cinismo hacia otro, de futuro incierto e inevitablemente triste.
Llegaba al país del coleccionista de corbatas, del yerno de Lopecito, de Raúl Lastiri. En su mochila, además del desconsuelo, traía la vivencia de los “campamentos”, de aquellas tomas colectivas de tierras que aportaron organización y lucha por la vivienda digna al prólogo de la Unidad Popular, llegando a representar el 10 % de la población de Santiago en el año ´70.
Regresaba con una acumulación sociológica encomiable para desarrollarla en el ámbito académico. Pero él que había descubierto en Chile aquella máxima leninista de preferir mil veces participar de la experiencia de la Revolución a escribir sobre ella, sufría el hecho de percibir la inexorabilidad de una praxis inconclusa, cuando aún no se acertaba a tomar el cielo por asalto.
Sin embargo, a los pocos días de su arribo, un compañero le acercó una bocanada de aire limpio: un contacto para aportar su conocimiento a un proyecto urbanístico para la villa de Retiro. Cuando se reunieron, el arquitecto Carlos Levinton le confirmó que estaba terminando las bases de una propuesta de desarrollo de viviendas populares para toda la población villera en los propios terrenos de la villa de Retiro, pero que necesitaba incorporar un censo demográfico para saber quiénes serían los beneficiarios, calcular la cantidad aproximada de soluciones habitacionales nuevas a construir y robustecer el estudio y su factibilidad. Pastrana sintió que le volvía el alma militante al cuerpo político. Podría aplicar su pericia para mejorar la vida de miles de personas.
A casi 41 años del contexto descripto, Ernesto Pastrana me cuenta que el objetivo era “presentarle el proyecto a Perón”. El viejo General ya era presidente desde el 12 de octubre del ´73, y en él estaban depositadas las esperanzas de los villeros.
Pastrana preparó las planillas, adiestró a los pobladores para formular las preguntas y anotar las respuestas, llenando de información la esperanza irredenta. El censo se llevó a cabo de modo autogestión, durante los fines de semana de los últimos meses de ese año bisagra de la historia nacional, con la participación masiva de los vecinos como censistas y censados, captando los datos, numerando las casas, alimentando un sueño: la vivienda digna en el lugar.
Procesada parcialmente la información, con la tinta aún fresca cerrando los últimos trazos del proyecto urbanístico, el 23 de enero del ´74 los dirigentes de Villa 31 le llevaron la propuesta a Perón. Antes, por la mañana, Pastrana y Levinton habían repasado las ventajas del proyecto, sus puntos fuertes, sus ejes persuasivos, junto a los villeros, para demostrarle al presidente la conveniencia de la urbanización.
“Yo me acuerdo cuando volvieron”, susurra Pastrana, quien se había quedado a esperarlos junto con Levinton. Deja picando unos puntos suspensivos repletos de angustia. “No. Perón nos dijo que no”. No obstante el esfuerzo, el General había afirmado con rodeos, la necesidad de relocalizar la villa de Retiro, ante la incredulidad de los villeros, quienes habían sido partícipes necesarios del retorno del viejo líder.
Respira el sociólogo y deja hablar a su remembranza: “Me acuerdo del dirigente villero José Valenzuela, la cara de José Valenzuela. `Perón nos dijo que no´, que había que pensar en las áreas verdes, que había que hacer una zona de deportes, que era necesario un pulmón para la ciudad”. Luego, describe los planos y los estudios técnicos sin rumbo tras la verba engalanada de Perón, cómo fueron a parar a la guarida de López Rega y al deceso del anhelo.
“Volvieron muy tirados. Era una decepción muy grande y también una aceptación, por lo menos para José Valenzuela fue `Perón nos dijo que no´, no dijo ni `Hijo de Puta´, ni `Se dejó convencer por López Rega´, no le dio ningún epíteto a la decisión de Perón”. A partir de allí, sin la venia de Juan Perón y con el viento golpeando contra las fauces populares, la división del Movimiento Villero apareció a la vuelta del pasillo, junto con su debilitamiento. Los menos siguieron sosteniendo la bandera histórica de la vivienda en el lugar. El resto solo pudo aspirar a participar en la construcción de las nuevas viviendas en Ciudadela y Soldati, donde se relocalizarían los vecinos erradicados.
Pastrana, a los pocos meses, se desvinculó de aquella reivindicación urbanizadora, a la que aportó sueños, pasión, estudio y entrañables horas de sudor y expectativa. A partir de allí, fraccionó su tiempo entre la sociología aplicada al campo sindical y la sistematización de su experiencia villera.
Aquel pionero proyecto urbanizador fue invisibilizado. Aunque, de ese tiempo de ilusiones sulfatadas data su investigación sobre la villa de Retiro titulada “Historia de una villa miseria de la ciudad de Buenos Aires (1948-1973)”, que fuera publicada en plena dictadura militar en un única edición de la Revista Interamericana de Planificación en México, mientras él seguía viviendo entre las tinieblas de Buenos Aires.
Dicha obra fue parida en el barro. En el lodo del intelectual sartreano. Quizás por ello sea de lectura obligada para todos aquellos cronistas o investigadores que estudiamos la Historia de las villas. Tal vez, porque –ahora lo sabemos– la ciencia social tiene mil flores más sentido si se la intenta con el cuerpo, antes, durante o después de teorizarla.