Por Juana Sapire. La esposa de Raymundo Gleyzer recuerda al cineasta Humberto Ríos, su amigo recientemente fallecido. Sapire contó a Marcha cómo fue el camino que los llevo al rodaje de México la Revolución Congelada.
Humberto Ríos fue nuestro amigo y compañero de proyectos y trabajos de toda la vida. Fue maestro de Ray (Raymundo Gleyzer) y cuando nos aprestábamos a filmar México la Revolución Congelada dejó todo y viajó a México con su mujer, Pila, a reunirse a este proyecto. No teníamos mucho, nadie exigía nada, el amor por el cine y la investigación que realizamos durante cuatro meses en ese lugar nos permitió lanzarnos a esta aventura.
Humberto en la cámara, yo en el sonido y Ray en la dirección. En México las condiciones para filmar eran: o nos acompañaba una persona durante todo el rodaje, para vigilar lo que hacíamos, o debíamos mostrar todo el material antes de salir del país.
Por supuesto Raymundo no hizo nada de esto, sacaba con una amiga azafata los rollos filmados a New York, a Bill Susman, y el decía si estaba todo bien, y seguíamos. Explicación para los jóvenes: la película en 16mm fílmico hay que revelarla en un laboratorio, recién entonces se puede ver lo que hacés, luego compaginar el inter-negativo, entre otras cuestiones. Tarda un poco pero tiene el valor de lo perdurable, si es valedero.
También Ray y Humberto tenían que cargar los rollos en las bobinas, dentro de la bolsa negra, cuidando que el “rulo” sea perfecto, todo tanteando con las manos, para que no entre la luz.
En Chiapas, el desierto donde crece el henequén es muy caluroso y no hay ni un arbolito, ni sombra, ni tampoco comida, lo nuestro era lo mismo que lo de los campesinos: tortilla de maíz con… ¡nada! A Raymundo, a Humberto y a mí, nada nos frenaba. Estábamos enamorados del cine y de la vida… y juntos, ¿qué mas?
Entonces lo miro al Negro y lo veo caerse al suelo desmayado, la cámara de punta al piso, ¡nos quedamos helados! El Negro se recuperó y decía “me voy a Buenos Aires, Ray, disculpame” y Ray lo calmaba y le decía “Negro, ¿encima que cagaste la cámara te vas a ir? Calmate, lo arreglo”.
Volvimos a nuestra casita, cada uno se fue a su cuarto, con la desesperación de saber que nuestra única cámara rota nos arruinaría el proyecto. Raymundo se sentó a la mesa en el patio, bajo el sol calcinante. Desarmó su cámara y dibujó el lugar donde iba cada cosita, luego agarro un martillo y empezó a darle al lente. Cada golpe nos dolía en el alma, pero como era su cámara, no se le podía decir nada. Consiguió armarla de nuevo y parecía que no entraba luz por el lente, (que es el que se había abollado). Seguimos filmando. Recién cuando Bill Susman nos dijo que estaba todo bien, respiramos aliviados, y seguimos.
Lo mejor de mi vida fue y es haber trabajado y vivido con hombres como estos, y el dolor de no tenerlos es inmenso, espero que esto les sirva para comprender y valorar lo que han hecho.