Por Ricardo Frascara. Un equipo azul y oro desteñido tropezó una vez más con su propia sombra (por partida doble, ya que cayó ante San Lorenzo) y aquí se intenta explicarlo recurriendo a hombres del fútbol, del pasado y del presente.
Un viejo amigo de las redacciones, el dibujante Landrú, había impuesto un dicho que en ese momento nos hizo gracia y después nos obligó a pensar: “Cero mata a Cero, y Cero no quiere morir”. Surgía en medio de discusiones en las que todos sabíamos que no se iba a definir nada. Inolvidable. ¿Qué era lo que proponía el humorista? ¿Cuál era el origen de la máxima? ¿acaso matemática, filosofía, semántica, teología? Con el correr del tiempo algunos pensamos que Landrú nos había legado una definición de lo absoluto. La fórmula de la Nada. El motivo; el punto en el que Todo y Nada se conjugan. ¿Por qué hoy se presentó rutilante ante mí esta sentencia? “Cero mata a Cero, y Cero no quiere morir”. La vi brillar ante mis ojos inmediatamente después de haber leído la declaración del DT de Boca, Rodolfo Arruabarrena (39), analizando la actuación de su equipo ante su verdugo San Lorenzo: “Nos faltó intensidad, movilidad y profundidad”. O sea, no quedó nada, porque de fútbol ni hablemos. Fuimos un asco, quiso expresar el Vasco. ¡Y tuvo razón!
No tengo la imaginación suficiente como para analizar esta situación en la que el conductor de la estrategia y la táctica de un equipo parece dialogar con el diablo que le carcome las entrañas. Fue un grito desesperado de Arruabarrena. Entonces, como no tengo lo que no tengo, recurriré a los que saben, como lo hice siempre. Dante Panzeri, en su libro Dinámica de lo impensado, dice: “Siendo el fútbol un arte de la espontaneidad y el imprevisto, es posible afirmar que ni los propios jugadores protagonistas de un partido son totalmente rectores de lo que sucede en la cancha. Los sistemas o tácticas de juego son siempre un fruto de las circunstancias. Y las circunstancias y sistemas son dos cosas muy efímeras, de brevísima vigencia, en el curso de un partido. Lo que en un momento sirve, al momento no sirve”.
En el mismo libro, el Dante transcribe a un maestro, Carlos Peucelle, entrenador de La Máquina: “¿Fútbol moderno? ¿Y cuál es el antiguo?… Porque los libros que tengo de táctica y estrategia del fútbol, son de 1929, 1935, 1940, 1945, 1955, 1960 ¡y todos dicen lo mismo! , todos se adjudican el rótulo de “fútbol moderno”. Por eso pregunto: ¿cuál es el antiguo?
Sospecho que eso demuestra que fútbol hay uno sólo: bien jugado o mal jugado; con buenos jugadores o malos jugadores; nada más”. Y, acabo de leer el libro Herr Pep, donde tras vivir un año junto a Pep Guardiola en Munich, Martí Perarnau dice: “Como hemos visto a lo largo de la temporada, un equipo es un ser vivo y no una foto fija. Fluye, crece, retrocede, avanza… Un equipo son momentos. Un equipo es muchísimo más que un estado de ánimo, pero también es un estado de ánimo. Un equipo es táctica y trabajo, pero también talento y eficiencia. Es entrenamiento e ideas claras, pero también es emoción y sentimiento. Un equipo es un camino, a veces novedoso, inédito y lleno de aventuras. En otras es un camino conocido, repleto de rutinas necesarias. El camino del fútbol siempre vuelve a empezar, porque no tiene final”.
Para mí hay una sola cosa ineludible y definitiva; un equipo, como un plato exquisito del mejor chef, necesita una receta de combinación perfecta y su tiempo de cocimiento. Sin este tiempo, ni los componentes ni el arquitecto podrán elaborar nada virtuoso. Será Cero al infinito.