Por Cezary Novek. Segunda parte de la entrevista a a la poetisa Carina Radilov Chirov. Sus personajes, influencias y su forma de mirar el mundo.
-¿Es posible que los personajes busquen salvarse evitando poner en palabras lo que los arrincona y aflige?
No creo que los personajes eviten poner en palabras lo que los angustia. Creo que llegaron a un lugar donde las palabras no sirvieron para salvarlos, y sólo les queda actuar, aun cuando el movimiento los devuelva al punto de partida. (Acá pienso en la protagonista de Muñeca rota, por ejemplo). Está presente la idea de la huida, es un tema que me obsesiona: cómo se permanece sin huir y cómo se pergeña un escape. El libro podría haberse llamado La ciénaga, también, ¡pero se iba a confundir con la película! Las películas de Lucrecia Martel trabajan con un clima que a mí me interesó crear en los cuentos. Esa asfixia, esa concentración de los deseos, cuando todo está casi por explotar.
-¿Cómo fue la transición de la poesía al relato?
Tal vez no hubo transición. No he vuelto a sentirme “fluida” con la poesía desde que empecé a laburar con la narrativa. Son dos caras de mi personaje literario que no han logrado conectar hasta el momento. Y sin embargo, persiste el deseo de la escritura de poesía.
-¿En qué estás trabajando ahora?
Continúo escribiendo narrativa, estoy ahondando en el filón del miedo, a ver hasta dónde me llega el carretel. La novela está en el horizonte, como la trillada frase sobre la utopía.
-¿Tenés algún tipo de ritual para ponerte a trabajar?
Tengo más bien la fantasía de un ritual posible. Quisiera decir que me siento cada mañana y no me levanto hasta haber escrito diez páginas o mil palabras, como King, pero no es así. Escribo cuando puedo. Necesito el aislamiento y el silencio, pero puedo escribir en un contexto más agitado, si me urge hacerlo. Estuve leyendo los Diarios de Katherine Mansfield y siento empatía con su sensación de pereza y de culpa por no estar escribiendo, a la vez que la agobia el deseo, la pulsión de la escritura. Mi único objetivo, en todo caso, es seguir escribiendo a como dé lugar la vida.
Tu apellido denota un origen eslavo. ¿Esa impronta condicionó de alguna manera tu forma de mirar el mundo y tu escritura?
Mi abuelo era rumano, emigró a los 14 años en período de entreguerras. Siento el condicionamiento ancestral por vía paterna. Creo que el silencio, el mutismo de mi padre y de mi abuelo obraron como un catalizador para la escritura. A mi abuelo no lo conocí pero es antológica su cerrazón ante su familia e hijos, era un tipo que se dedicaba a levantar casas y a guardar dinero en el banco sin que lo supiera su mujer. Mi padre compartía ese aislamiento que para mí les viene de una condición existencial, de una necesidad de silencio que nunca logré explicarme pero que comparto. Creo que escribo para compensar tanto silencio. Ahora que lo pienso, mi abuelo sería exactamente como un personaje de mi libro: alguien que no tuvo palabras y se dedicó a accionar. (Juan) Terranova había escrito algo en un artículo de Paco sobre la idiosincrasia rumana que me había parecido interesante, algo como de la angustia existencial de la gente del este. Son gente muy, muy discreta, desconfían de la exhibición pública y (mis parientes, por ejemplo) detestan estar en boca de otros. Últimamente estoy pensando en hacer un registro oral de los relatos familiares porque toda la familia está envejeciendo. El tema del silencio es algo que siempre pensé mientras esperaba que mi padre me hablara: me va a decir algo trascendental, es un genio callado. No pasó nada de eso, pero yo agarré la posta de hablar.
Relación con la literatura
Vengo de un hogar donde no había libros ni se leía. He pensado bastante en quién pudo haber influido en mi primera infancia, quizás. Creo que lo que me permitieron mis padres fue el espacio de libertad, básicamente porque nadie miraba qué estaba haciendo. Era una niña tan confiable y responsable que me dejaron sola con los libros. Fue una bendición para mí, porque si hubiera tenido padres que hubieran esperado de mí logros deportivos, por ejemplo, todos hubiéramos terminado con frustraciones. En el orden de la elección, optamos por aquello que nos hace sentir más felices. La sensación de absoluta felicidad que siento cuando estoy por comenzar a leer un libro o mientras estoy sumergida en un mundo ficticio sigue siendo la misma de la infancia. Tuve acceso a bibliotecas públicas, paraísos de mi niñez y adolescencia. Empecé a comprar libros cuando pude pagármelos.
Estudié el Profesorado de Lengua y Literatura, ejerzo como docente. El aula me retroalimenta explorando las lecturas. Es lo más interesante que se me ocurre hacer: leer, confrontar a los chicos con los mundos ficticios. Y convocar la escritura también. No profeso religión alguna, pero creo en el poder de la literatura que, por supuesto, como toda fe, requiere creyentes. El diálogo sobre las lecturas en el aula también es un espacio donde me gusta estar. Como a mí la ficción y la palabra me han salvado, espero mostrarle a alguien más esa vía. Por supuesto que el aula hoy es un territorio permanente de conflictos, estoy relatando el tope de gama de la experiencia docente. Pero cuando les leés una buena historia que a vos te apasiona y lo hacés bien, los chicos se enganchan. En este sentido, el poder hipnótico del relato funciona como en las cavernas.
Lecturas
Mantuve siempre una escritura privada, íntima, que a veces decantaba en poesía. Hasta que no empecé a leer en público esa poesía no supe que era posible pensarme a mí misma como “alguien que escribe”. La lista de escritores que me movilizan sería extensísima. Busco leer, con toda intencionalidad, a mujeres. Las escritoras del sur de EEUU: Flannery O’Connor, Carson McCullers, otras norteamericanas como Lorrie Moore y Joyce Carol Oates. En Argentina, desde Silvina Ocampo y Alfonsina Storni pasando por Sara Gallardo hasta Hebe Uhart. Y las contemporáneas: Selva Almada, Gabriela Cabezón Cámara, Mariana Enríquez, Analía Giordanino, que es como mi hermana literaria en esa familia de la que hablábamos antes. Me interesa lo que tienen para decir las mujeres y cómo lo dicen quizás porque en la formación del profesorado primaron los varones. Igualmente leo literatura escrita por hombres, no hay una cuestión de género en sentido negativo. Amo a Stephen King, leo a Murakami, a Levrero. De los más contemporáneos y coterráneos, bueno, ya hablé de Lamberti, pero también en poesía están Fernando Callero, Daniel Durand. Y Carlos Godoy, Federico Falco,Julián López. Peco de omisión, porque mi espectro de lecturas es muy variado y amplio. El catálogo de Nudista, como el de otras editoriales independientes (Mar Dulce, Erizo, Entropía y tantas otras) están configurando el mapa de la literatura contemporánea.