Por Maru Correa. Un taller recuperó las prioridades de las hermanas indígenas. La fuerza de la Pacha estaba dentro de ellas en su lucha contra los proyectos extractivistas y la colonización. “Ya ni un paso más, ya ni un pedazo de tierra menos”, convocaron.
Territorio. Ésa fue la palabra que como una llave abrió las puertas del debate en el taller de Mujeres y Pueblos Originarios, que se realizó entre el sábado y el domingo pasados en la capital salteña, durante el 29° Encuentro Nacional de Mujeres (ENM). Con la bandera de su género y de su tierra, se proclamaron fuertes para continuar la lucha.
En el gimnasio techado de una escuela céntrica, unas trescientas ‘lamngen’ (‘hermanas’, en lengua mapuche) se reunieron en ronda para confiarle a la Pachamama sus preocupaciones y la situación que las comunidades indígenas de nuestro país y de naciones vecinas viven como consecuencia de los megaemprendimientos privados y sus complicidades estatales.
Ellas volvieron a alzar la voz, y también lloraron. Se expresaron sin altoparlante, pero con conocida firmeza. Porque están cansadas de que sus pares, sus ancianos, sus hombres y sus hijos tengan que centrar sus vidas en la pelea constante contra proyectos extractivistas. Andan inquietas porque esas luchas muchas veces se pagan muriendo. De hecho, recordaron al diaguita Javier Chocobar, asesinado a sangre fría el 12 de octubre de 2009 por el terrateniente Darío Amín y dos expolicías.
Sus pueblos se están quedando sin agua, sin territorio fértil donde sembrar, sin medicinas para curarse, sin la posibilidad de mantener viva la cultura ancestral y sin jóvenes, que huyen a las ciudades en busca de un presente mejor, pero donde son nuevamente discriminados y arrojados a la precariedad laboral. Más duro todavía es que por falta de esperanzas gran parte de esa juventud, si no se va, acude a la droga, el alcohol o el suicidio, según detallaron.
La soja, la megaminería a cielo abierto, el método del fracking para la extracción de petróleo y la falta de agua son los principales responsables del padecimiento indígena actual. Pero especialmente lo son los empresarios que prometen trabajo y bienestar y los gobernantes y organismos que deberían velar por los derechos humanos.
Precisamente, las mujeres aseguraron que ya no confían en el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas: “El INAI no nos representa”, indicaron, y resaltaron la necesidad de redactar en conjunto un documento en repudio al organismo, que mira para otro lado cada vez que un trozo de tierra es usurpado.
Los problemas medioambientales y sanitarios saltan a la vista todos los días en las comunidades originarias, porque están asentadas en tierras ya contaminadas. “Tenemos el agua con arsénico, por eso se nos caen los dientes, los dientes están amarillos. No lo resiste ni el maestro criollo que va para el norte. Tenemos problemas de riñones, tenemos muchos problemas de salud”, denunciaron las muchachas.
Sabemos cómo hacerlo
Hay una frase anónima que circula mucho por las redes sociales, en pancartas de marchas y de boca en boca: “América no fue descubierta, fue invadida y saqueada. En América ya existían civilizaciones”. Es muy común leerla especialmente en octubre, mes aniversario de la llegada de los barcos europeos a estas tierras.
Éste fue también un punto vertebral del debate, porque las mujeres que intervinieron manifestaron su malestar ante las imposiciones educativas y culturales del mundo occidental, capitalista y patriarcal, que puso su mano de hierro sobre hombres y mujeres nativos que ya sabían cómo producir, cómo trabajar la tierra, cómo criar a los hijos, cómo relacionarse con la luna para prevenir un embarazo, qué idioma hablar, cómo vivir bien. “A nosotras no nos van a decir cómo hacerlo porque ya lo hacíamos desde hace mucho tiempo”, sentenciaron.
Mientras, otras rodeaban al genocida
La jornada del sábado se desarrolló en simultáneo con el llamamiento que otras mujeres indígenas de todo el país realizaron al pie del monumento al genocida Julio Argentino Roca emplazado en el centro de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
La concentración tuvo el propósito de convocar a toda la sociedad a la Primera Marcha de Mujeres Originarias por el Buen Vivir, que se realizará el 21 de abril próximo y que partirá desde ese mismo lugar hasta el Congreso de la Nación. La idea es cambiar la estatua del cabecilla de la Campaña del Desierto por el monumento a la Mujer Originaria y presentar un proyecto de ley que buscará cubrir vacíos legales tanto para ellas como para todos los habitantes indígenas.
Estas otras luchadoras contaron con el acompañamiento del periodista y escritor Osvaldo Bayer y la incondicional madre de Plaza de Mayo Norita Cortiñas.
Somos Abya Yala
Hubo durante el debate algunas tensiones porque de a ratos las mujeres originarias interpelaban a las blancas o criollas por participar de una comisión sin pertenecer a una comunidad indígena. Sin embargo, entre relatos de experiencias, opiniones, pareceres y discusiones, llegaron a una meta: estar ahí tenía que servir para no generar más fraccionamientos en la sociedad.
“La verdadera identidad americana es el territorio, hay que denunciar en conjunto todos los fraccionamientos”, dijo una de las participantes, y las demás dijeron “sí” con la cabeza y los aplausos. Hablaban del “Abya Yala”, nombre que un pueblo indígena de Colombia dio al continente americano antes de la colonización. Es decir, cuando América era todavía una sola.
En ese marco, propusieron usar la tecnología comunicacional para formar una red de mujeres de todos los colores con el fin de defender los derechos de las poblaciones indígenas. “Para que nos sintamos integradas a una nación grande, porque la nación nuestra, la de los pueblos, no la termina la línea fronteriza ni la bandera nacional. Más allá de eso, todos somos hermanos, como la hermana que está acá de Bolivia. Nos reconocemos sin fronteras”, proclamaron al final de la primera jornada de charla, y agregaron: “Nuestra nación es la Tierra misma, todos y todas pertenecemos a ella. No importa el color de la piel”.
La consigna fue que quien nace en suelo latinoamericano es reconocida hermana o hermano. Como testigos, varias whipalas envolvían las espaldas de las compañeras y los mates llegaban a cualquiera que esté al alcance de la cebadora. Reconocieron así que “el sistema capitalista y la tecnocracia quiebran el sentido comunitario y deshumaniza”.
Pero entre tantos males, las interventoras se mostraron orgullosas por algunos logros que protagonizaron a lo largo de estos años en sus comunas: frenaron topadoras, desalambraron y siguen sumando solidaridades para visibilizar asuntos tan ajenos todavía a los intereses de las urbes.
Con ese espíritu, arengaron: “Tenemos la fuerza porque somos mujeres. Ya dejemos de llorar, de lamentarnos. Ya ni un paso más, ya ni un pedazo de tierra menos”.