Por Emiliano Scaricacciatoli. Cuatro payasos muertos, banda nacida en el barrio porteño de Almagro, propone un viaje vertiginoso por el funk, el folclore, el rock y la militancia. Un arte de la disidencia.
Difícilmente en la post historia de eso que llamamos en algún momento “rock nacional” (con afán de homologar un conjunto de prácticas que respondan a un idioma común) uno pueda encasillar a Cuatro payasos muertos en algún género. Sí, ya sabemos que se puede cantar, escribir, manifestarse como músicos en castellano.
Los últimos once años de kirchnerismo dejaron, en el ámbito de la música, interesantes experiencias desde la asociación gremial, la autogestión y un debate abierto en torno al lugar del rock como poética de la resistencia. Sin duda que ya no hablamos-inmersos en siglo XXI- de una sola poética, sino de una hibridación, un juego de tradiciones (musicales y líricas). Sin duda, asimismo, que no hablamos de una forma de la resistencia, sino de estrategias. Sin duda, cuando hablamos de rock y de resistencia dibujamos un signo de interrogación.
Es el caso de los payasos. Y que estén muertos no es solo un gesto, ni una propuesta bizarra, clase Z, ni mucho menos una resignación. Generacionalmente, Adrián y Mariano Ferreyra, gestores de esta banda, hijos de desparecidos, nos ayudan a repensar la muerte como un acto de disidencia. Morir es la condición para colectivizar el deseo. Y pese a que en un tema como “E.A.F” (siglas de su padre desaparecido, Enrique Agustín Ferreyra) se recupere al sujeto afectivo por sobre al legado político, siempre, los payasos, cuestionan-en sus letras- las filiaciones identitarias acríticas que defienden la propiedad privada. Aun en su web (cuatropayasos.com.ar), uno se encuentra con la consigna “Hoy todos tenemos que ser ANONYMOUS”, militando por la licencia CC.
¿Cómo devenir en un colectivo que reaccione ante el inmanentismo y el aislamiento que dejaron los ’90, sin recaer en el lugar común? Un huayno deja de ser un huayno en “Huayno de los pasos perdidos”. “La arenosa” pierde el aura celestial de la Negra Sosa (¿o solo es “La arenosa” en su voz?). “Los Nadies” despeja la voz cansina e inconfundible de Galeano. “Camisong” lleva el aire norteño al cemento inconfundible porteño. “La miel y el veneno” nos recuerda a los Red Hot Chili Peppers pero en una esquina nada californiana. “Pollo con gripe” (escuchen los primeros 10 segundos) te remonta a “Cuando pase el temblor” de Soda Stereo pero llega la disrupción y un sonido hardcore-más cercano a Rage Against The Machine o a Las Manos de Filippi- provoca una disrupción, una desidentificación. Correrse del lugar común, del homenaje vaciado a los próceres de nuestra música nacional, a los desaparecidos, a los trabajadores.
Y correrse del lugar común, implica, entre otras cosas, extremar la figura del payaso como clown. No solo ellos cuatro se despersonalizan y conforman un cuerpo ficcional (en escena: Pablete, Arlecchino, Pierrot y Guissepe animan el espíritu del auditorio), sino que además se visten como tales. El disfraz y la máscara ya no son un barroquismo, un puro elemento estético, un impacto comercial (¿boludos grandes vestidos de payasos? Claro que no…con la Bersuit tampoco funcionaba así. El piyama desrepresentaba y extrañaba la mirada de lo que, se suponía, era un músico). El payaso usa overol, hay marcas de trabajo, de planificación. Un arte de la disidencia.
En vivo y en estudio, Cuatro payasos muertos se permiten jugar con la frase de Jacques Lecoq (creador de la escuela clown): “Uno no actúa un clown, uno lo es”. Por ello, recuerdo lo que los sufrió Shakespeare. En el teatro de regulación isabelino, el clown se había despojado de ser solo una herramienta física y ocupaba un espacio de crítica social y política. La muerte, en Hamlet, tiene la cara de sepulturero (de dos sepultureros) pero eran Clowns, cavando para depositar el cuerpo de Ofelia. En este sentido, la banda de los hermanos Ferreyra reutiliza la muerte como espacio de concientización y de intimidad. Por ejemplo, en “E.A.F” la operación es muy similar a lo que Albertina Carri hace en Los Rubios (2003), cuando hablan de “desaparecido y papá”. Punto de vista (la tripa gorda de Sarlo) había demolido a la película en la crítica de Martín Kohan. ¿Dónde ha quedado la discusión: en el testimonio o en los documentos? Carri piensa en sus padres, y luego en el legado político que han dejado. Y ese movimiento artístico molesta. Y los payasos (y más aun muertos) molestan. Y está bien que el arte moleste, incomode, cuestione y se permita devolverle la pelota al auditorio e interrogar lo sagrado.