Por RIcardo Frascara. Parecía que este diario nunca iba a publicar nada sobre los Pumas. Parecía que no sabíamos siquiera escribir la palabra rugby, pero no era así. Todo llega. Tarde pero llega. Aquí, una nueva pinturita.
A nadie, ni a los esquimales, sorprendió el triunfo de los All Blacks sobre los Pumas. En medio de las lluvias de estos días el viento negro sopló por La Plata. El estadio Único fue un eslabón más en la cadena de conquistas de terrenos de todo el mundo desarrollada por el team de Nueva Zelanda, que perdió su último match en 2012, ante Inglaterra. Los fanas del fútbol se preguntan: ¿Por qué mierda los hinchas del rugby van a sufrir a una cancha y encima aplauden al que los vence? Nada que ver. El fútbol se mama y te inunda la sangre; el rugby te lo vierten gota a gota durante la edad de aprendizaje. Por más que se haya popularizado la pelota ovalada desde el nacimiento de los Pumas en la multifacética década de los 60, no es vital como lo es el fútbol por estas tierras. La redonda corre por los potreros, la ovalada salta y vuela en los campus universitarios y colegios paquetes. Que Los Pumas se han hecho querer y se han afianzado en el sentimiento popular es verdad, pero lo grande del rugby, es que la gente va a festejar la calidad del juego más allá del resultado. ¿Por qué se llenó el estadio? Si el triunfo neocelandés era cantado. Porque el público quería fundamentalmente ver carne a carne un partido de rugby de ese nivel, porque el más ratón de los hinchas de rugby admira a los All Blacks, porque el argentino quiere aplaudir a Los Pumas a rabiar, como lo hizo. Pero perdimos. Sí, pero fuera del resultado el seleccionado argentino participa del Championship del hemisferio Sur, entre capos, juega mano a mano contra los dueños de la ovalada, se planta y traba al equipo más creativo de este siglo, y caído, pero no doblegado, sigue ofreciéndonos una esperanza.
Como lego que soy en el mundo del rugby, no tengo elementos para juzgar a los de negro. Sólo digo que me gusta su juego suelto, su estrategia constante de ataque, su variedad de llegada, su apasionamiento para luchar y su frialdad para herir. Y planto como hito del partido en La Plata, la jugada que los campeones desarrollaron para poner el resultado 18-3. Israel Dagg tomó del aire una pelota que había sido colocada con tal efecto, que por una fracción de segundo quedó girando detenida en el espacio, entregada al vacío, y cazada diestramente por Dagg para llevarla al destino de try. Una joya negra. Y un podio que ya se abría para la coronación de Nueva Zelanda entre nosotros.