Por Periódico Venceremos, desde Chile*. Las contradicciones que cruzan al gobierno chileno y sus acuerdos con los sectores de derecha que dice combatir. Las movilizaciones estudiantiles siguen encabezando la resistencia al neoliberalismo.
Las reformas propuestas en el programa con el que Michel Bachelet fue elegida como presidenta, ya de por sí muy moderadas en sus alcances, han chocado con la falta de voluntad política de un sector significativo de la Nueva Mayoría, que en lugar de impulsarlas ha hecho frente común con la derecha para bajarles aún más el perfil y desnaturalizarlas.
Se avizora que esta tensión entre voluntad de cambios y obstrucción frente a ellos será una constante. En los gallitos librados hasta ahora ha habido unos ganadores muy claros: quienes pretenden re-editar una Concertación 2.0. Se aduce por parte de los perdedores en estas primeras batallas que ha faltado mayor apoyo por parte del movimiento popular para concretar las reformas. Sin embargo, esta idea no es correcta, o al menos es muy limitada. Precisamente hay una serie de trabas institucionales y legales, herencia de la dictadura (1973-1989), que son un obstáculo objetivo para la recomposición de un movimiento popular unitario, de masas y con capacidad política. Una serie de trabas que juegan a favor de la derecha y con las que la Nueva Mayoría hasta el momento se ha mostrado indolente.
La derecha sigue estando sobre-representada a la hora de tomar decisiones políticas no sólo por un sistema electoral a su medida, sino también porque el bloque mayoritario en el Parlamento, en vez de llegar a acuerdos y legislar con las organizaciones representativas del pueblo, prefiere pactar a puerta cerrada con la derecha más recalcitrante, con esa minoría sobre-representada. ¿Para qué entonces esa amplia mayoría que Bachelet llamó a ganar y que las urnas le dieron? ¿Para dilapidarla en esa clase de acuerdos que no hacen más que darle oxígeno a la derecha? Lógico que el desencanto comience a aflorar, y eso que sólo van unos pocos meses de gobierno.
Y es que no se puede pedir con un lado el apoyo y la comprensión del movimiento popular mientras se le ningunea y se cede a los chantajes de la Unión Demócrata Independiente (UDI), chantajes que hoy por hoy no está en condiciones de hacer cumplir. Las pretendidas “movilizaciones de masas” impulsadas por este sector, como las contrarias a la ley del aborto o la de los apoderados, no han pasado de patéticas demostraciones de debilidad.
El caso más patente de esta política ha sido el de la reforma tributaria. El proyecto, al entrar al Parlamento, era ya de por sí tibio, pues aunque presentaba, frente al escandaloso sistema existente, algunas medidas para aumentar la recaudación y disminuir la elusión, era demasiado progresivo y no contemplaba el principal recurso económico del país y fuente de lucro para los grandes grupos económicos: el cobre.
La UDI inmediatamente puso en marcha una campaña del terror para tratar de convencer a la opinión pública de que se trataba de una medida regresiva y que iría en perjuicio de la clase media, algo completamente falso.
No prendió ni decantó en modo alguno en un desgaste para el gobierno, sin embargo el proyecto acabó en la Comisión de Hacienda del Senado mutilado de cualquier contenido transformador y recibiendo el apoyo de la UDI, apoyo que no era necesario para la aprobación del borrador original.
Difícil, pues, que el gobierno le tema a unas masas movilizadas de la derecha que por el momento han brillado por su ausencia. Por el contrario, quien ha demostrado sobradamente que mantiene la capacidad de movilización son los sectores que exigen cambios estructurales, con el movimiento estudiantil a la cabeza.
Entonces ¿qué es lo que pasa?
En los ‘90 la excusa era que no se podía hacer otra cosa que plegarse al neoliberalismo porque no había quórums y ese era el sentido en el que andaba la historia. Hoy, cuando sí tienen la mayoría necesaria y Latinoamérica avanza en sentido contrario ¿cuál es la excusa?
O dicho de otro modo: ¿a qué le temen los sectores conservadores de la Nueva Mayoría?
Si es a que la prensa los haga tiras, ¿por qué no impulsan una ley de medios que democratice la comunicación y permita la viabilidad de medios que no sean los controlados por los monopolistas Saieh, Edwards o Luksic? ¿Por qué no emiten una línea comunicativa clara?
Si todavía, a pesar de los cambios que se han producido en Latinoamérica y el mundo en estos años, se sigue temiendo a una reacción de las Fuerzas Armadas, ¿por qué no se acomete una reforma de la institución castrense que democratice efectivamente su doctrina, su funcionamiento interno y sus relaciones con el resto de la sociedad, poniéndola a tono con el Chile del siglo XXI?
Si es a los poderes fácticos del dinero, por ahí ya podemos ir hallando algo de verdad. Pero en este caso más que temor hay ideología e intereses en juego.
Y es que por un lado es patente que se mantiene el compromiso con el ideario neoliberal propio de la Concertación, según el cual el capitalista sería la viga maestra del edificio económico y social. Cualquier posibilidad de desarrollo partiría de la confianza del inversor, y para esta confianza lo peor son señales negativas como políticas redistributivas o trabas a la iniciativa privada. Se ha comprobado que la mayoría de dirigentes ex concertacionistas que de buena o mala gana se reciclaron en Nueva Mayoría siguen creyendo en esta religión neoliberal, unos por convencimiento y otros porque les conviene.
El problema es que el obstruccionismo de la derecha y la falta de voluntad política del neoconcertacionismo tienen un mismo origen, y es de clase: los intereses de los que unos y otros son voceros o incluso beneficiarios directos, con suculentos negocios personales en las más diversas áreas de la economía, incluidas la educación, la salud o el agua. Cuando hay personeros de gobierno que tienen participación en los sectores económicos que se busca recuperar para el pueblo de Chile, es evidente que harán todo lo posible para colocar palos en la rueda de ese proceso.
El ADN de la vieja Concertación sigue presente en la Nueva Mayoría de tal manera que a pesar de que la coalición se ha abierto discursivamente hacia las demandas del movimiento popular (y en ello ha jugado un papel la entrada de fuerzas políticas que la tensionan hacia su izquierda) este impulso no ha sido suficiente ni siquiera para avanzar en el cumplimiento del programa.
Los hombres y mujeres más prominentes dentro de la Nueva Mayoría siguen siendo los de la vieja Concertación de los ‘90. Y mucho nos tememos que quienes llevan tantos años ladrando como perros, comiendo como perros, moviendo la cola como perros, que llegaron a creerse perros y en más de un caso se convirtieron en ellos, ahora no les sale ser otra cosa por mucho que lo intenten. Y algunos de ellos lo intentan más bien poco.
Pero Chile ya no se puede gobernar como en los ‘90, ahora hay un pueblo que está comenzando a despertar, que no admite pactos inconfesables con los herederos de la dictadura, que exige cambios de fondo, estructurales, rupturistas, con la nefasta herencia pinochetista. Cuando quienes hoy tienen el pie en el freno se quieran dar cuenta seguramente sea tarde. Si ellos no son capaces de realizarlos, serán otros. Si no es con ellos, será sin ellos y si es necesario contra ellos.
*Editorial del primer número del primer número del periódico chileno Venceremos. Este medio se autodefine por tomar “partido decididamente por quienes se esfuerzan para conseguir mejores condiciones de vida para el pueblo”.