Por Romina Fernández*. El 19 de septiembre de 1968 moría John William Cooke, luchador, pensador, revolucionario y peronista. Fue vocero de las ideas del pueblo y creyó en el socialismo como la apuesta revolucionaria para nuestramérica.
John William Cooke. Con ese nombre de imperio no pareciera que habláramos de un militante de la liberación nacional contrario a toda servidumbre y pensamiento cipayo, de un peronista muy cercano a Juan Domingo Perón que desafió el derechoso rumbo de su líder, de un compañero y combatiente de la Revolución cubana.
Contrariamente a lo que aparenta su nombre, encontramos en Cooke un pensador nacional vocero de las ideas del pueblo, un representante de la izquierda peronista y sobre todo un hombre de acción.
Podemos decir de Cooke que nació un 14 de noviembre de 1919 en La Plata, en el seno de una familia radical de origen irlandés. Fue un militante estudiantil y se recibió de abogado. Era un hombre extraordinariamente inteligente, de contextura física enorme, peinado y bigote prolijos. Fue su padre Juan Isaac Cooke, dirigente del radicalismo, el que lo acercó a Perón. Y fue uno de los tantos que participó de la histórica jornada del 17 de octubre de 1945. Con solo 26 años ocupó una banca como diputado por el bloque justicialista durante la primera presidencia peronista convirtiéndose en un gran orador y defensor de las ideas del movimiento sin dejar de lado su autonomía ideológica.
Usó su arma calibre 45 contra los marinos que bombardearon la Plaza de Mayo. Y después del golpe de Estado que en 1955 sacó del gobierno a Juan Domingo Perón, organizó la Resistencia Peronista y fue nombrado por el líder desde el exilio como su representante e incluso su sucesor, decisión que la derecha del movimiento logró revertir. Pasó a la clandestinidad y fue un preso político que rumbeó por varias cárceles hasta fugarse. Era un excelente bailarín de tango, jugador de póker y chamuyero con las mujeres. Un día, una coqueta poeta y profesora de letras de nombre Alicia Eguren se paró frente a él y le dijo “estoy acá para lo que se necesite”. Así nació una historia de amor, admiración y compañerismo. Con esa mujer, participarían de la victoria de Playa Girón en Cuba que impidió el avance del enemigo yanqui. Al morir donó hasta sus ojos.
Con todos esos datos, asociar su figura solo al Peronismo suena a poco. El Bebe trasciende. Es cabeza, escuela y acción. Se agrupa del lado de los que militaban un Peronismo Revolucionario con sed de Socialismo, destino para el país que finalmente no se encontraba en los planes de Perón.
Cooke interpela las entrañas del movimiento. Cuestiona el método. Pone por encima de todo al pueblo, a quien adjudica la misión irrevocable de liberar la Patria como una tarea nacional. Lejos de todo personalismo, el Peronismo debe nuclear y representar a la clase trabajadora del país, encauzar las rebeldías individuales.
Una lectura lineal de su pensamiento nos encuentra con una transformación constante, sin perder la coherencia. Sus orígenes más yrigoyenistas nutrido del legado familiar, fueron mutando cuando Cooke conoce a Perón y se inserta en ese movimiento de masas y fanatismo que representa el peronismo en sus primeros años. Inicia así una estrecha relación con el General, convirtiéndose en su hombre de confianza aunque las ideas y ambiciones de cada uno con el tiempo se parecían cada vez menos. Pero por algo, sea convicción o estrategia, Perón mantuvo cerca a ese irreverente joven que con claridad política plantaba su enorme figura y se hacía oír. “Su decisión será mi decisión y su palabra la mía” escribía Perón en una carta de 1956 que anuncia al Bebe como su delegado personal.
En su etapa final, cuando Cooke conoció de lleno la Revolución y lucha del pueblo cubano, y se codeó con hombres como Fidel Castro y el Che Guevara, arraiga con más fuerza su ideal revolucionario. Admira la moral del militante rebelde y su entrega total y plena, elemento que considera fundamental para vencer al enemigo en el terreno. En su mente Peronismo y Revolución eran uno y el camino la vía armada con las masas encabezando la caravana; y el imperialismo, la oligarquía y los cipayos del lado de los enemigos. Llevar eso a la realidad se convirtió en tarea titánica que lo fue desplazando de la cúpula del movimiento, y lo enfrentó con Perón. El jefe desde el exilio en la España de Franco, comenzaba de a poquito a tirarse para el otro costado.
Cooke llegó a comprender que sus diferencias no eran solo metodológicas, sino estructurales y entonces irreconciliables. En un cruce de cartas, le advertía sobre el miedo de que el peronismo se vuelva un engranaje más de la oligarquía, invadido por personajes corruptos que solo querían una porción de poder y le reclamaba al viejo que desde su refugio en España estaba desconociendo el proceso revolucionario que vivía Latinoamérica. No era un improvisado, sabía que las condiciones objetivas y subjetivas no estaban dadas aún en el país. Lo supo mejor cuando volvió de Cuba y quiso crear la Acción Revolucionaria Peronista confluyendo con las izquierdas tradicionales y se dió cuenta que eso no era lo que el pueblo buscaba, mucho menos si no era voluntad de Perón.
Así y todo, obstinado el Bebe, siguió con la suya. Medio solo pero siempre al lado de Alicia, la de sonrisa de conejo y coquetería insoportable, como decía. Fogoneaba y conspiraba con la idea de crear tantos hechos revolucionarios hasta que Perón no tuviera más opción que aceptarlos y dirigirlos.
Sus detractores se encargaron de que quede un poquito guardado al fondo de la historia oficial peronista. Pero Cooke dejó, sin dudas, un legado intelectual y político clarificador para los que sí tenemos la consigna de cambiar la estructura de una sociedad desigual y mover los cimientos de la colonización. El ejercicio de leer sus escritos y conocer su ejemplo de lucha debe ser tarea obligatoria de todos lo que se pretenden militantes y constructores del cambio.
John William Cooke. Murió con su nombre de imperio y con su firmeza revolucionaria el 19 de septiembre de 1968, a los 48 años abatido por un cáncer de pulmón. Por suerte no llegó a ver el derrumbe del último gobierno peronista, la traición de su líder a la juventud y el permiso de ingreso a la Triple A de López Rega.
Dio órdenes precisas hasta el último minuto. Ni muerto podía permitirse perder su coherencia, ni doblegar su espíritu rebelde. Nada de ceremonias religiosas, ni velorios. Nada de desperdiciar órganos ni dejarle el cuerpo a los gusanos. Quizás esa fue su forma de sentirse eterno.
*Integrante del Colectivo Alegre Rebeldía.