Por Juan Manuel De Stéfano. Cuando se forja una opinión es difícil sacarla de circulación. Tras el fracaso de Bianchi, se habló de un complot contra él, lo cierto es que Arruabarrena le dio a Boca otro aire.
“Los jugadores son lo más sano del fútbol. Nunca actuarían de manera deshonesta”. Muletilla favorita de jugadores o ex jugadores con la que tratan de justificar lo injustificable luego de partidos o actitudes, por lo menos, dudosas.
No se pretende desde aquí hacerse eco de tal estupidez, al contrario. Ni los jugadores, ni ninguna profesión (al menos en Argentina) gozan de total credibilidad o confianza, incluida la de periodista. Gente que va por carriles que no debe abunda en la Viña del Señor. Lo cierto es que se habló, casi hasta el hartazgo, de la famosa “cama” que los jugadores de Boca le habían hecho a Bianchi.
Falso. Para empezar, el Virrey en su tercer y último paso por Boca hizo casi todo mal y se transformó en su propia antítesis. El entrenador se cansó de realizar mal los cambios, gastar fortunas en refuerzos que no rindieron y en su etapa estuvo signada por desmanejos continuos en cuanto al trato del plantel e, inclusive, hechos que rozaban la falta de ética (nunca se comprendió la titularidad de Bravo, representado por su hijo). Se imponía un cambio de timón que debería haber propiciado el más ganador de todos, no ocurrió y se fue de Boca como no debía: por la puerta de atrás.
Y acá comienza lo llamativo. Y las sospechas en todos y en todo. Se llegó a decir que era sugestivo lo rápido del arreglo entre Boca y Arruabarrena……¿Qué era lo extraño? El Vasco sin trabajo, lo echan a Bianchi y le ofrecen ser el técnico, ¿por dónde debería pasar la duda? Dijo que sí al instante, como era lógico. Y ahí comenzó la “Revolución” del nuevo entrenador. Asumió un viernes y se puso a las órdenes de su nuevo club. Pidió dirigir el domingo y tratar de encauzar el barco. Vélez puntero, nada menos, era el escollo que tenía que sortear. Y el equipo fue otro, ganó, gustó y se vislumbraron otras formas, otro gusto por la tenencia del balón y, fundamentalmente, otra actitud. Se notaba que cada jugador de Boca dejaba el alma en cada pelota dividida, que el mensaje -simple y claro- había sido codificado.
Luego del triunfo se hablaba acerca del cambio de actitud y de la “cama”. Sin fundamentos, por supuesto, la cama y punto. Pero el equipo fue otro, y los nombres también. La disposición táctica mutó y las intensiones fueron bien distintas. Luego de casi dos años se notó una idea de juego. Echeverría, Marín, Colazo, Meli, Erbes de cinco, Acosta y Calleri, fueron algunos de los cambios.
Fueron muy influyentes y marcaron el ritmo del juego. Meli sorprendió por dinámica, personalidad y capacidad organizativa. Colazo la rompe de lateral izquierdo, Marín cumplió por el derecho, Erbes jugó como siempre -bien- pero en su puesto. Y los demás levantaron su nivel: el Cata Díaz y Gago como ejemplos más notorios. Y así los partidos subsiguientes, Central, Olimpo y Racing.
La motivación fue clave, Arruabarrena -se nota- les llega de otra manera a los jugadores. Y acá también hay que incluir el tema generacional. Aclaración: no se pretende afirmar que todo lo viejo hay que tirarlo a la basura, al contrario. Pero sí es cierto que Bianchi estuvo más de ocho años sin dirigir, es mucho tiempo para cualquiera, aun para un enorme entrenador como él. Las cosas cambian, los jóvenes son distintos, tienen a mano otros estímulos y las formas para llegarle deberían ser otras. El respeto por el Virrey era evidente, no así el convencimiento para jugar a algo que nunca entendieron. Hay gente madura que se reinventa a cada instante, que escucha, que está en sintonía con lo nuevo, y hay otros que se basan sólo en lo que fueron y no creen en lo actual. Sus vivencias y su ego no le permiten ver más allá. La manera de conducir es totalmente distinta.
El Virrey se caracterizaba por ser un gran conductor y orientador de su plantel. Miles de problemas se resolvían puertas adentro y nadie se enteraba, salvo raras excepciones. Su reciente paso demuestra un cambio total en ese sentido: muchos problemas puertas adentro y hacía afuera. Jugadores enojados y disconformes con el trato recibido, eso a Bianchi no le sucedía jamás. En algún momento Carlos Ischia fue su ayudante, una persona de conocimientos sólidos y capacidad demostrada a través de sus años en el fútbol. En estos tiempos un ignoto ayudante llamado José María Castro (jefe de prensa de Martín Palermo a finales de los noventa y ex entrenador de Ferro) fue su acompañante…. Insólito, realmente un Bianchi desconocido. Arruabarrena le dio a Boca una tranquilidad y simpleza que no venía teniendo. Su mano se notó al instante, al minuto de juego. Su estilo campechano, de mucha cordialidad, perfil bajo y cero polémica entró rápido en el jugador y el hincha de Boca.
Ahora sí, luego de cada encuentro, se encontrará un análisis verdadero de lo que fue el partido. Bianchi, en cambio, mentía constantemente para no reconocer los malos rendimientos y su responsabilidad manifiesta en el armado del equipo. Arrubarrena luego del triunfo deslucido ante Olimpo asumió la mala actuación: “tuvimos el control pero no inquietamos como queríamos, éramos muy predecibles en el juego y nos apuramos, tenemos que corregir muchísimo”. La realidad indica que ningún anillo se puede caer por reconocer una mala actuación o un paso en falso y el Vasco lo sabe. Comenzó a paso firme y con tranquilidad en un club que exige al máximo. Y sus virtudes las asimiló, las plagió y las tomó de un tal Carlos Bianchi, sí, el mismo al que reemplazo pero distinto: el Virrey que fue de 1998 al 2004, el viejo y enorme Bianchi. El mismo que seguramente volverá a la siesta, que esta vez durará bastante más que la anterior. En su cama, la única que existe en esta historia.