Por Ricardo Frascara. La abuela del cronista decía que “cuando uno no quiere, dos no pelean”. Algo de eso hubo en la pelea del sábado, si se le puede decir pelea.
Floyd Mayweather, a los 37 años, es imbatible en un ring. Obtuvo el sábado, en Las Vegas, capital mundial del juego, su victoria número 48, que lo mantiene en el trono de las categorías intermedias del boxeo. Pese a todo su afán, pese a su autojuramento de corregir errores de su encuentro anterior, pese a una estrategia distinta en cuanto al momento de alcanzar el peso ideal (unos días antes de la pelea), el Chino Maidana no pudo abatirlo. El fallo a favor del campeón fue claro. Ahora, hay que escarbar en los motivos. Como decía mi abuela, a cuya memoria recurro en estos casos inexplicables, “cuando uno no quiere, dos no pelean”. Y así fue nomás.
Money Mayweather no encaró nunca un combate. A veces retrocedió tácticamente… a veces huyó. Pasaban los rounds y el plan del argentino se diluyó hasta quedar en evidencia su impotencia. Fue, como tantos otros boxeadores actuales, un tirasopapos. Pero, por las dudas, el campeón continuó utilizando una sola velocidad: marcha atrás. No vi nada más y la una de la mañana a mí me pesaban los párpados. No había encontrado en Mayweather, que indudablemente no es el mismo de cinco o seis años, la apostura de un campeón mundial. Es, a esta altura, simplemente un campeón de Las Vegas. ¿Es poco eso?
‘Pero ¡es claro!’, me dije de pronto, ‘¿el boxeo a quién le interesa?’. En sus orígenes, a fines del siglo XIX, el boxeo era marginal, sus noticias algunos diarios las publicaban en “policiales”, cuando se reglamentó tomó carácter para aparecer en “deportes” y hoy debía ser clasificado en la sección “juegos con apuestas”. De ahí la razón del escenario: MGM Grand de Las Vegas.
El sábado la mayoría apostó a Money, que por algo porta ese seudónimo. Lo demás es lo de menos. La confianza en apostar a los puños (¿o las piernas?) de Floyd Money Mayweather tiene su resguardo: es uno de los boxeadores más ricos por sus ingresos de este siglo: el 5 de mayo de 2007, también en Las Vegas, conquistó la corona de los superwelter destronando nada menos que al mejor boxeador de los últimos años, el californiano hijo de mexicanos, Óscar de la Hoya.
Ese día se batió el récord mundial de compradores de la señal de TV para ver el gran choque: 2,7 millones de hogares contrataron el servicio, lo que representó un ingreso bruto de 136.853.700 dólares. La bolsa del triunfador Mayweather, fue de 25 millones, y la del hasta entonces campeón, 52 millones. Entonces me pregunto ¿cómo no va a cuidar Money su capital? ¡Qué le peguen a Magoya! Lo cuidaba ya Gene Tunney, campeón mundial pesado, vencedor del famoso Jack Dempsey. En 1926, tras esa victoria, Tunney juró que se retiraría al juntar su primer millón de dólares, cosa que cumplió un par de años después. Se bajó invicto de su trono con ¡un millón de dólares! en el banco.
Afortunadamente, cuando terminó el simulacro de combate, la TV Pública puso en pantalla un documental estupendo: el largo enfrentamiento de cinco años entre los pesados Muhamad Alí y Joe Frazier. Combatieron el 8 de marzo de 1971 (ganó Alí), el 28 de enero de 1974 (ganó Frazier) y el 1º de octubre de 1975, donde al cabo de una lucha feroz, en un combate imposible de ver en un ring de ahora, el Divino Alí se impuso por abandono en el intervalo entre el 14º y el 15º rounds. Lo dramático del caso, más allá de los ojos casi cerrados de Frazier y los cortes e hinchazones de Alí, fue que en el momento en que el segundo de Frazier tiraba la toalla, Alí le estaba pidiendo a su rincón que le cortaran los guantes, que ya no podía seguir. Frazier sólo se anticipó. Ese día se batieron todos los récords de recaudación global, en una de las primeras transmisiones por satélite, desde Manila, en un mediodía con 50 grados de temperatura.
Eso vi anoche. No era una nueva etapa de la historia del boxeo lo que se iniciaba. Con esa pelea, se abría la puerta al nuevo mundo, a la vida más conectada de la historia del hombre. A los movimientos de fortunas siderales en los deportes, los juegos, los espectáculos. ¿Qué podía hacer este chico Marcos Maidana, de Margarita, Santa Fe, en todo ese marco?