Por Pablo Potenza. Músicos surgidos de las calles porteñas, los Hermanos Bragán presentaron su primer disco el pasado fin de semana, titulado Mayor y Menor. La vigencia de la música popular rioplatense y el emergente de un proceso cada vez más rico.
Son incontables los músicos que pueblan y enriquecen con su arte la ciudad de Buenos Aires, desde los más populares y masivos hasta los que alimentan momentos de alivio en los transportes públicos. De esa fronda irregular y despareja se distingue un colectivo informal, que a fuerza de amistad, convivencia, búsqueda estética coincidente, admiración mutua, sensibilidad constante, aprendizaje en iguales raíces, renovación original, composiciones propias y esas ganas incontenibles de tocar y tocar, forman una constelación que no se sabe dónde comienza ni dónde termina, pero desborda coherencia y talento.
De los cruces, cambios, colaboraciones y reemplazos dentro de la constelación, surgieron los grupos: Gallo pinto, Diez de centolla, Trina La Diuca, Los criollos, Dúo Eguía-Romero, Los hermanos Bragán. Esta lista se completa en su expresión mínima con desarrollos solistas y en la máxima con raros experimentos colectivos, como la orquesta de guitarras El Guitarrazo o la orquesta Todopoderoso Popular Marcial. De esa comunidad se distinguieron el pasado fin de semana Los hermanos Bragán, quienes presentaron el viernes 5 de septiembre su disco Mayor y menor en el Espacio Tucumán -Suipacha 140, C.A.B.A.-.
Los Bragán son dos, Lucas y Pedro; el primero toca la guitarra y el segundo el piano; el primero es mayor, el segundo menor, aunque eso ni se nota. No es lo mismo un dúo de amigos que un dúo de hermanos, porque al funcionamiento dinámico que enlaza frases y cadencias en una alternancia pareja, que nunca pretende sobredimensionar protagonismos individuales que podrían romper el equilibrio, hay que sumarle la complicidad, el juego, los desafíos, las corridas y la provocación.
Como en aquellos duelos a cuchillo que jugaban los gauchos en el siglo XIX, donde el objetivo era marcar al otro, herirlo sin dañarlo, siempre en el límite de la ley y en el riesgo del desborde, Los Hermanos Bragán también vistean cuando tocan, cuando se miran, cuando hablan: se sacan chispas, se provocan, se sorprenden y se respetan. El condimento es parte del show y el público con sus risas lo agradece, pero también es parte de la música que componen y ejecutan: el desafío se escucha. Y es que esta dupla -como también la constelación que integran- pertenece a una generación que creció con un rock bien establecido y asentado, pero, teniendo siempre como horizonte a la canción, buscó por otro lado y encontró sus posibilidades de expresión en los géneros rioplatenses y las diversidades folklóricas.
Una multiplicidad de ritmos puebla el show de los Bragán mientras recorren una a una las canciones que integran su hermoso disco. Salvo el tema “Nene patudo”, de Alfredo Zitarrosa, todas las composiciones les pertenecen. No son Lennon-McCartney; más bien componen en soledad y luego comparten los arreglos. La necesidad los empuja fuera de los límites obvios de la zamba y chacarera -que también hay- y así se zambullen y nadan entre rasguido doble, chaya, milonga, milongón, elegía, chacarera doble, chacarera trunca, triunfo y vals/landó.
Si bien, como decíamos, existe una picardía interpretativa entre ellos, las composiciones no son violentas ni pretenciosas o inaccesibles. Se trata de canciones amables y sin estridencias en las que el virtuosismo no está en la acumulación de notas o en la improvisación desatada, ni en los registros extremos, sino en la riqueza de recursos técnicos utilizados para abordar un instrumento -lo cual se aprecia, claramente, en el concierto-. Esto desemboca en la factura de melodías que, sin inclinarse al estribillo fácil, invitan a la imaginación a adjuntar imágenes, haciendo que la música trascienda la pura sensación de la escucha y transporte las percepciones hacia el desarrollo de los otros sentidos.
Para eso están las palabras que dirigen la atención desde los títulos. En un recorrido salteado, se destaca “La entradora”, apta para inaugurar una temática de tranquilidad y satisfacción, a partir de un fraseo pianístico quebrado que empuja a la danza: pañuelos, sol y tierra. “De espaldas al río”, con su cadencia agradable nos hace contemplar los sonidos que se presumen por detrás, el oleaje, la brisa, primavera y chapoteo. Después, “El ansiosito” empuja angustias, apura deseos con esa estructura rítmica que arranca, se desvanece, golpea con aires de candombe y se queda en la milonga, mientras juega con el traslado de la melodía entre el piano y la guitarra. “Desierto” es tensa y abismal, invita al galope cuando se hace rítmica, o nos pierde en el infinito cuando la melodía descansa.
Es que en los matices está la música y tanto el show como el disco Mayor y menor son un mundo de subidas y bajadas, arrebatos, apuros y detenciones, silencios, cortes y volúmenes, comienzos, desenlaces, pausas, caminos y respiros. Todas las composiciones son instrumentales, salvo el triunfo “El merecido” que, dedicado a Roberto Fontanarrosa, incorpora una breve copla cantada en un juego de voces que recuerda a las del trío Juárez, Quiroga, Ríos -el dúo de guitarras y voz que se completaba con el piano de Eduardo Lagos-, y dice: “Negrito rosarino/ éste es tu triunfo/ bien merecido”. La riqueza está en la doble significación: el triunfo es el ritmo que se dedica, pero también el señalamiento de los efectos de una trayectoria: hacerse canción.
También hay espacio para una suite dedicada a los objetos amados y compartidos: las bicicletas. Comienza con la melancolía del vals “La Adelita”, sigue con el dramatismo y la desazón de “La Roselli”, y termina con el tono festivo de “La Frejus”, anunciada como aquella querida bicicleta de la infancia usada por toda la familia. La unidad temática de la suite es cohesiva y el viaje en el rodado se percibe. Ese objeto expresa de manera exacta el clima de esta música: libertad, acción y contemplación.
Después de varios bises el concierto finaliza con “La Sencillita”, de José Carbajal (El Sabalero), como para recordar viejos tiempos de inicios de este dúo cuando todavía eran músicos callejeros: entonces se animan a cantar más y los amigos los acompañan. La entrega fue grande y el placer es compartido. Se trató de un capítulo más dentro del libro de esta constelación de músicos que veremos si se transforma en un movimiento. Es el deseo.
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