Por Mariano Negro. A pocas semanas de su estreno, la última película de Damián Szifrón ya superó el millón de espectadores. Llegar a la masividad de la mano de las violencias, de eso se trata Relatos Salvajes.
La película es una antología conformada por seis historias que están atadas por un mismo hilo: la violencia. Esa práctica tan cotidiana como imperceptible que, cuando las cosas llegan a su límite, aparece con todo su repertorio. Y es así nomás, cuando los conflictos ya no encuentran en las palabras su forma de resolución, se produce lo que nuestros amigos psicoanalistas llaman “el pase al acto”.
Los cortos cinematográficos que conforman el film son interpretados por pesos pesados del cine nacional. Basta nombrar a Ricardo Darín, Darío Grandinetti, Leonardo Sbaraglia, Oscar Martínez y Érica Rivas, y decir que la música la compuso Gustavo Santaolalla, para ir al cine con cierta seguridad de que la película no nos va a defraudar; o al contrario, para llegar con cierto prejuicio under de que va a ser un film comercial que no nos va a sorprender y que va a caer en lugares comunes.
Y la verdad es que la película sorprende. Szifrón logra, contra todas las definiciones cinéfilas, una correcta fusión entre una (o varias en este caso) historias creativas y con mirada crítica, con la tan odiada masividad comercial. Ahora bien, lo que sucede en la película nos dispara varias preguntas para su análisis: ¿Por qué seis historias que hablan sobre la violencia logran tanta masividad? ¿Existe un reflejo entre las historias y el transcurrir social de nuestras vidas? ¿Qué se esconde detrás de cada relato salvaje?
Fuera de la Ley
Sigmund Freud señalaba, en Tótem y Tabú que los miembros de la horda primitiva asesinaban al Jefe para obtener el acceso sexual a las mujeres que eran monopolizadas por él. Así, la culpa que producía este crimen permitía que se instaurara la Ley y que fueran los propios hermanos los que se vedaban el acceso a lo prohibido. La violencia es condición fundamental para que surja la Ley, y la forma que ésta asuma está marcada por ese hecho violento que le dio origen.
Hay un instante, en cada uno de los relatos, donde los personajes pierden la culpa y quedan atrás las barreras morales que impiden desatar los impulsos más primarios. Momentos donde la Ley que todos tenemos internalizada desaparece, y el miedo a las consecuencias de los actos pierde valor. Pero esto no significa el retorno a un estado natural donde el hombre es malo por naturaleza y saca a flote sus pasiones, sino que es el regreso a un conflicto que se encuentra “encauzado” por la cultura, una cultura violenta también.
La historia de Sbaraglia, así como la de Érica Rivas y la de Grandinetti, nos marcan esos momentos en los cuales el diálogo como método para resolver el conflicto desaparece. A diferencia, tal vez, de lo que haríamos nosotros en nuestra vida cotidiana, los personajes deciden superar el límite e ir por más. No hay vuelta atrás en sus historias aceptando la calamidad, solo queda ir hacia adelante y eso significa avanzar hacia un enfrentamiento radical con el otro, que se torna un contrincante inevitable. Porque, cuando la Ley se rompe, ese pacto que hace funcionar el lazo social de desintegra, reaparece nuevamente un conflicto hasta que una nueva Ley se vuelve a instaurar (o no).
Las instituciones violentas
Años más tarde, Michael Foucault va a invertir la famosa frase de Von Clausewitz (“la guerra es la continuación de la política”) al afirmar que “la política es la continuación de la guerra por otros medios”. El conflicto es fundante de la sociedad política, cuyas instituciones y estructura jurídica van a ser la forma que van a tener los vencedores para asegurar y legitimar la “paz”. Esto quiere decir que toda estructura social se constituye a imagen y semejanza de los ganadores del conflicto, pero en constante tensión con los perdedores que no se resignan.
De esta forma, los otros relatos expresan momentos donde las instituciones no son aptas para resolver un conflicto. O lo que es peor: nos van a mostrar también cómo se utilizan las normas sociales, desde una posición de clase, para salir airoso de un problema.
Ricardo Darín en su pelea contra las grúas, y Rita Cortese buscando justicia por mano propia allí donde el sistema no llega, son personajes que asumen que la justicia es parte del problema. No les queda otra, dado que todo el sistema está viciado, que resolver ellos mismos el conflicto. A Darín se le agotan las palabras frente a los empleados públicos, y Cortese ya sabe de antemano que el hablar no resuelve las cosas, que es mejor hacer que hablar para resolver.
Por otro lado, la historia que interpreta Oscar Martínez, quien pertenece a una clase bien acomodada, se vale del dinero que tiene junto con todas las herramientas jurídicas y legales que le proporciona el sistema, para salvar a su hijo de la desgracia. La Justicia por mano propia puede adoptar formas variadas, y queda bien claro que hay quienes disponen de recursos para evitar ensuciarse.
En Relatos Salvajes aparece la violencia en sus más variados repertorios, desde la física hasta la simbólica. Cuando el diálogo llega a su límite surge lo más feroz del ser humano. Porque, como dijo Beltolt Brecht, las revoluciones se producen en los callejones sin salida.
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