Por Vanessa Rivera de la Fuente. En Chile un grupo de mujeres creó un espacio de reflexión antipatriarcal. Abierto a practicantes de todas las religiones y agnósticas. Cuestionan la falocracia y la desvalorización del rol de ellas en espacios formales de las iglesias.
Desde hace algunos meses, en la ciudad de Concepción, en Chile, funciona el proyecto “Mezquita de Mujeres”, una iniciativa con perspectiva de género que tiene por objetivo ser un espacio de encuentro para las mujeres y su espiritualidad. Este proyecto comenzó en abril y es parte de las actividades del colectivo Imaan: Diálogo Islam- Sociedad, organización civil sin fines de lucro que tiene por objetivo promover el diálogo entre el Islam y la sociedad chilena desde una perspectiva incluyente y de derechos humanos, así como fomentar la participación, visibilidad y liderazgo de las mujeres en los espacios religiosos e inter-religiosos.
La idea surgió luego de una charla sobre Islam y diálogo entre representantes de distintas religiones a la que asistieron mujeres de diversas confesiones. En un momento, ellas me preguntaron sobre la segregación sexual en las mezquitas, lo que nos llevó a una reflexión más amplia sobre la posición de la mujer en el espacio religioso, tanto material como simbólico y si nos sentíamos cómodas con eso. Nos dimos cuenta de que, de distintas formas, los lugares de culto desplazan a las mujeres, ya sea que para relegarnos a habitaciones separadas, no nos permiten tomar la palabra o condicionan nuestra participación a los temas “estrictamente femeninos” como la maternidad, el cuidado de otros y el rol de esposa, siempre desde una perspectiva “canónica” patriarcal.
Entonces, decidimos reunirnos y en ese primer encuentro constatamos tres cosas: que, a pesar de las diferencias religiosas, todas nos enunciábamos feministas o reconocíamos sostener una visión muy crítica de las narrativas sobre lo femenino y lo sagrado de parte de las élites de nuestras religiones; que compartimos la convicción de que las revelaciones, así como están anquilosadas en una lectura de opresión, admiten y necesitan una re-lectura de liberación y esta debe y puede ser llevada a cabo por las mujeres, de manera transversal, desde una óptica des-constructiva y cuestionadora del statu-quo religioso. Y que los espacios tradicionales de culto y adoración no nos representan.
No nos sentíamos bienvenidas en nuestras iglesias, oratorios, asambleas o mezquitas: la distribución del espacio, lo que podemos hacer ahí y la conducta que se espera que tengamos, no expresa lo que nosotras queremos ni esperamos de nosotras como sujetos espirituales. “Deseábamos un espacio sin jerarquía, en los cuales juntarnos y compartir experiencias, conocer como otras mujeres viven su Fe”, sostenía María del Carmen, evangélica. “Estaba harta de que sólo nos tomen en cuenta cuando se trata de ir a escuchar, servir café y adornar el salón para el culto”, opinaba Roxana, cristiana pentecostal. Victoria es agnóstica y asiste al espacio con entusiasmo: “Participé en tres encuentros. Yo no soy practicante de ninguna religión, pero creo que la espiritualidad va más allá de eso y aquí puedo conocer y conectarme con mujeres diferentes a mí en un ambiente relajado y sin prejuicios, algo que en otros contextos es muy difícil”.
La “Mezquita de Mujeres” está abierta a todas quienes deseen participar, sin importar su religión o si practican una. Tampoco es necesario tener estudios o afiliación académica a los temas espirituales ni ser parte de una organización. “Es un espacio abierto y eso hace una gran diferencia. En los cultos tradicionales, si no eres practicante no puedes estar”, planteó Mariana, quien se siente cercana a la espiritualidad oriental-budista, y agregó: “Yo creo que toda mujer tiene inquietudes espirituales que no siempre están satisfechas en los sitios formales. Las iglesias no ofrecen la contención o la libertad de expresión que quisiéramos. Si queremos hablar de política, de sexo y placer, de violencia, cuestionar la autoridad, no se puede, hay que seguir un lineamiento. Todo es muy vertical… falocéntrico, literalmente.”
¿Por qué el nombre de Mezquita? Pues, en primer lugar, porque es una iniciativa de personas musulmanas o cercanas espiritualmente al Islam. Segundo, porque nos apropiamos de la idea de la Mezquita como un espacio de encuentro, reflexión y saberes compartidos, como lo era en sus inicios. Tercero, porque de esta forma, recuperamos el papel fundamental que las mujeres tuvieron en la formación, promoción y consolidación de sus comunidades, en los primeros tiempos de la historia, papel que fue desconocido e invisibilizado por el patriarcado en extenso. Cuarto, para desafiar los imaginarios culturales y el androcentrismo imperante en los espacios religiosos sobre las mujeres musulmanas en particular y las mujeres creyentes en general.
Objetivos en el camino
El proyecto rompe con los esquemas, no sólo al ofrecer un espacio de espiritualidad diversa abierto para mujeres, sino que la desventaja de no poseer un local o sede fija le dotó de una dinámica y originalidad que potencia los beneficios. En efecto, en la convicción de que es el mundo la Gran Mezquita, desarrollamos encuentros en todo lugar donde somos bienvenidas, desde la casa de una amiga en los suburbios de la ciudad hasta una reunión en el campo, junto a un cultivo de porotos verdes.
Nos reunimos una vez al mes. Cada mujer trae con ella su idea personal sobre lo sagrado y la manera en que lo vive en los distintos ámbitos de su vida. Los temas sobre los cuales discutimos varían, así como las actividades: hablamos mucho sobre el patriarcado y como su violencia nos afecta en lo físico, lo político, lo económico y lo espiritual. Algunas comparten vivencias de su infancia, otras transmiten sus conocimientos de tejidos, remedios naturales o nos comparten su talento en la danza o el canto. Socializamos nuestras vidas y nos enriquecemos de lo que otras viven. Cerramos con una oración comunitaria, a cargo de quien elija estar a cargo. Rezamos a la manera islámica, con la misma devoción que compartimos una lectura del Bhagavad Gita o una parábola de la Biblia. Lo constante es el valor que damos a la subjetividad de cada una y la perspectiva de género en la reflexión.
La “Mezquita de Mujeres” es una apuesta a construir espiritualidad a partir de los márgenes y en la diferencia, para re-posicionar lo sagrado como una manera de estar en esta vida, de mirar a otras y reconocernos en ellas. Lo “Sagrado” no se encuentra en declaraciones pomposas ni en decretos altisonantes, sino en el diálogo abierto. Yo pienso que Dios se encuentra menos en los juicios y etiquetas y más en los saberes compartidos; está en esas verdades que trascienden nuestro ego: las verdades colectivas que nos quedan por re-significar y des-construir.
Este proyecto impugna el discurso patriarcal de “la Verdad” religiosa como una cuestión fija y monolítica y propone una construcción dialéctica y colectiva de la verdad en lo religioso-espiritual, a partir de las voces y experiencias de las mujeres como sujetas. Porque no debemos sentirnos muy seguras de haber hallado la “Verdad” sobre lo divino, hasta que no encontremos parte de ella en esas personas menos parecidas y más lejanas de nosotras.
La fe en lo trascendente nos tiene que motivar a superar el miedo a disentir, la inseguridad de que la realidad sea más que lo que creemos, el temor a no ver reflejadas nuestras ideas y expectativas en los demás, la desconfianza a mirar a los ojos a quien parece, vive y piensa distinto. Detrás de toda diferencia hay algo trascendental y sagrado que es común: que somos inherentemente dignas, libres, espirituales y diversas.