Por Mariano Negro. Cuando la realidad desborda la ficción: dos carretilleros buscan cambiar sus vidas transportando siete cajas que los van a llevar al límite.
Hace dos años se estrenó en el Paraguay un excelente film que narra y fusiona un thriller policial atrapante, con la vida cotidiana de los laburantes de ese país. Esta semana se cumple un mes de su aparición en la cartelera argentina y, sin promoción ni salas comerciales, la película que en su país logró superar la cantidad de espectadores que tuvo la superproducción Titanic, fue creciendo en notoriedad a partir del boca en boca.
Víctor (Celso Franco) es un carretillero de 17 años que trabaja en el mercado Municipal N° 4 de la ciudad de Asunción, el mercado popular más grande de todo el país. Cada día es un ir y venir como changarín, transportando mercadería para los clientes que allí compran. Pero un día su hermana, un poco mayor que él y que trabaja como cocinera en un restaurant chino, le ofrece venderle el último celular que se consigue en el país y que incluye cámara filmadora. Víctor la flashea: empieza a imaginarse como el protagonista de una novela donde es el galán que termina abatiendo a los malos y quedándose con la chica más linda. Su búsqueda de dinero para conseguir ese celular va a ser el principal motor de la historia. Por el otro lado está Nelson (Víctor Sosa), otro carretillero un poco mayor, cuyo hijo está enfermo. Él no tiene dinero para comprarle los remedios en una derruida salud pública Paraguaya, por lo que será el principal rival de Víctor en esta contienda.
Así, existen dos móviles que mueven a los personajes de esta gran película: Por un lado, el deseo de salir en televisión y ser parte de una sociedad mediática, donde la vida cobra mayor sentido si se logra traspasar el umbral de lo local y de las pequeñas historias. Esa es la principal preocupación de Víctor. No solamente por el hecho de ser famoso, sino porque en el reconocimiento mediático está la posibilidad de salir de la mediocridad del mercado y de ser un sujeto que se corresponde con un estereotipo socialmente instalado. En este sentido, el peso social es tan fuerte que en reiteradas escenas de la película, cuando la situación pareciera complicársele a Víctor de manera fulminante, la idea de aparecer en televisión y tener un celular para filmarse es una especie de biblia sagrada que lo ayuda a seguir convenciéndose de que el cielo existe.
Por otra parte, está la historia de Nelson, que es un más dura aún porque es quien sufre las consecuencias de vivir una vida precarizada ya siendo adulto. Al no tener ningún derecho laboral ni seguridad social por su trabajo, su situación es más jugada: si no consigue el dinero para comprar el medicamento que necesita su hijo, el pequeño morirá. Y esta impotencia se refleja en una escena tan simple como el momento en el que va a la farmacia y la empleada le dice que no le puede fiar; él insiste y ella se vuelve a negar, y así se observa en sus ojos cómo la angustia y la bronca encienden la mecha de una situación que pronto va estallar.
En ese contexto cotidiano, debido a que la policía estaba haciendo requisas en los comercios del mercado, un carnicero lo llama a Víctor de manera urgente para que haga una diligencia que originariamente estaba programada para Nelson: trasladar por la calle, hasta que la situación se tranquilice, 7 cajas cerradas a cambio de 100 dólares. Víctor acepta, no deja de ser la oportunidad ideal para conseguir el ansiado celular. Pero lo que no sabe es que el peso de la historia de las cajas sería demasiado para llevarlo en su carretilla.
Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori, los directores del film, logran entretejer una trama donde las historias de nuestros dos personajes se van mezclando con un dulce humor negro que decora las tragedias que les acontecen; al mismo tiempo que el transitar por las calles de Asunción los va cruzando con los más variados personajes de la noche paraguaya. En este sentido, las historias secundarias que suceden en la película, cuya relación con las figuras principales y el final de la película no dejan ningún cabo suelto, también reflejan parte de una sociedad en la que todos se la rebuscan por hacer una diferencia y donde el favor, como código común de convivencia, rebalsa cualquier intento de formalidad.
El mercado, con sus callecitas y locales abarrotados de gente y de productos, es otro de los grandes protagonistas de la película. No sólo le introduce el ritmo y el tiempo vertiginoso de su andar diario, sino que es el escenario donde todos se cruzan. Pisadas, corridas, gritos, murmullos, timbres de celulares y aromas de carros de comida son la decoración perfecta para una historia vertiginosa que cautiva desde el relato policial a la vez que emociona con las historias de vida de sus protagonistas.