Por Camila Parodi
Una vez más el abuso sexual perpetrado por referentes políticos aparece en la escena de la discusión. La alarma vuelve a sonar en el seno de las prácticas de los movimientos populares e interpela los discursos.
A principio de año, la Colectiva Feminista La Revuelta recibió un correo electrónico en el cual se comunicaba en primera persona una situación de abuso sexual cometido por Pedro Moreyra, un referente indigenista de una biblioteca popular en el Conurbano bonaerense. Inmediatamente se puso en contacto con la Colectiva Rabiosa y el Foro de Género Hurlingam, y comenzó a acompañar la situación. Es otro caso de “abuso VIP” en el que un referente emplea su espacio de poder para vulnerar la integridad de las mujeres, por eso la condena pública no tardó en llegar.
El difícil tránsito al que predispone una experiencia de estas características hizo que recién después de seis meses de abordaje judicial, contención terapéutica, encuentros y reuniones con los diferentes actores, saliera a la luz que fueron dos las víctimas que radicaron la denuncia el día 14 de mayo último en la Comisaría de San Miguel, que se encuentra en la Fiscalía 14 de Delitos contra la Integridad Sexual de ese distrito. Se pone en foco el trabajo colectivo que se realizó de la mano de organizaciones sociales, feministas y de pueblos originarios para afrontar el caso.
No hay nada más parecido a un macho de derecha que uno de izquierda
El abuso y acoso sexual hacia las mujeres es repudiable en todos sus sentidos, ya que representa la invasión sobre la frontera de los cuerpos, decisiones y deseos, y constituye una de las formas más directas de violencia patriarcal hacia las mujeres. Sin embargo, la particularidad que desataba este caso radica en el rol de quien lo ejerce y por eso la forma de abordarlo fue distinta. Se trataba de un “Caso Vip”, tal como saben llamar las Revueltas desde Neuquén a los abusos sexuales ejercidos por referentes políticos.
Esta situación data en los principios del milenio, años revoltosos de efervescencias y organización social en el país cuando, entre cortes de rutas y asambleas, muchos y muchas jóvenes movilizados por la desesperanza generalizada deciden comenzar a recorrer sus primeros pasos de militancia en búsqueda de alternativas. En este contexto, algunas adolescentes de un barrio en el oeste del Conurbano comienzan a participar activamente de una biblioteca donde atravesarán el acoso, abuso e inclusive la violación sistemática (en el caso de una de ellas) por parte de este referente que abría las puertas de su casa-biblioteca tanto al barrio como a militantes de las causas indigenistas de diversas coordenadas, ya que era el rasgo identitario del espacio: la visibilización y el intercambio de los conocimientos ancestrales.
A lo largo de los años, Pedro Moreyra se convirtió en vocero del indigenismo a nivel nacional, con su Biblioteca Indoamericana en el barrio y también con su participación en escuelas y universidades donde trasmitía los conocimientos de los primeros pobladores. Fue reconocido como Ciudadano Ilustre de San Miguel por su incidencia en la lucha por los derechos humanos. También, asumió un importante rol en la lucha por la defensa de la tierra en Punta Querandí, cementerio aborigen amenazado por la especulación inmobiliaria en zona norte.
Pero ahondar en los detalles de este referente en particular o de la situación de abuso denunciada no tendría demasiado sentido, no es la intensión deslegitimar lo construido hasta estos días en la lucha indigenista y menos aun generar una noticia amarillista sobre los hechos atroces que vivieron las víctimas. Lo que se quiere poner en cuestión acá es el rol del referente político y espiritual que abusa también con su poder y conocimiento. Porque no es casualidad que las víctimas sean mujeres, menores de edad y que carguen con historias de vida donde se vulneraron sus derechos. Por eso, el “abuso del conocimiento” se refiere al manejo de la información sobre cómo es y se desarrolla la estructura de poder y opresión, que se basa en la relación clase-edad-género para aprovecharse sacar provecho.
Históricamente, las referencias en nuestros movimientos populares desataron contradicciones, egos y rupturas. Esta problemática pasó a ser parte del debate de las y los militantes que en la práctica colectiva encuentran soluciones, a veces más, otras menos cercanas al proyecto. Las referencias son necesarias para dar un verdadero salto en la construcción desde abajo, las personalidades y conocimientos de los sujetos se ponen en juego permanentemente dando pie a lo nuevo. Sin embargo, este accionar no siempre es genuino, como cualquier lugar de poder el límite entre la decisión colectiva con la motivación personal es muy estrecho y confuso.
En particular, cuando se trata de la opresión patriarcal, esta frontera es aun más difusa ya que interpela en los cuerpos, en las relaciones, en lo cotidiano. Nuestros movimientos reconocieron el lugar de las mujeres, su protagonismo y representación a lo largo de los años, a través de pronunciamientos y definiciones de espacios anti-patriarcales. Inclusive algunos un paso más adelante reconocen en su militancia que “sin feminismo, no hay socialismo”. Aun así, situaciones como la denunciada nos sirven de alerta para no olvidar que la violencia machista también puede ser de izquierda por más que en los discursos quede escondida. Y que cualquier lucha por los derechos humanos como las que encabezaba este referente (al igual que otros) queda anulada cuando no se respetan los derechos de las mujeres; cuando no se las reconoce como iguales; cuando se las menosprecia, inferioriza y relega a las tareas del ámbito de lo privado. Todavía más cuando se aprovechan de su lugar de poder para abusar de sus cuerpos.
Nuestro cuerpo, nuestro territorio
Así, este hecho provocó que nuevos debates se pongan en juego en las organizaciones. A través de encuentros, intercambios y acompañamientos los espacios de mujeres y movimientos indigenistas lograron consensuar pasos a seguir en conjunto. Distintas formas de militancia se encontraron reafirmando que la lucha es una sola, contra un sistema capitalista, patriarcal y colonial y que por ende cualquier violencia que atente contra ella es condenable. El reconocimiento de la autonomía sobre nuestros territorios como cuerpo-tierra permitió que el diálogo y la búsqueda de soluciones sean colectivos.
En este contexto, organizaciones sociales, indigenistas y estudiantiles con quienes Pedro Moreyra trabajaba manifestaron un fuerte apoyo y preocupación ante la situación, y decidieron una vez comunicada la noticia hacia adentro de sus espacios separarlo de todas sus funciones y representación espiritual. Si bien se espera que la justicia sea aplicada en el camino de lo legal, se asume también debe ser social y que el prestigio construido a lo largo de estos años debe ser derrocado. Para ello, se emitieron comunicados y realizaron actividades.
Por su parte, colectivas feministas y organizaciones sociales convocarán a una jornada de escrache y visibilización para el próximo sábado 30 de agosto. Allí se realizarán intervenciones en el barrio con la intención de continuar recopilando información, ya que se cree que puede haber otras situaciones de abuso cometidas por la misma persona. Así mientras se espera que la Justicia formal haga su parte, ante la violencia machista habrá escrache feminista.