Por Lucas Abbruzzese. Con tal de ganar, se deja de lado cualquier forma para conseguirlo. ¿Cuál es la gracia de obtener triunfos en resultados y campeonatos si en el día a día no se jugó bien al fútbol y se dejó una huella? ¿Para qué jugamos? ¿Qué deseamos?
Si gana, sirve. Si vence al rival es porque “hizo un planteo inteligente”. Todos cerrados atrás, despreciando la pelota, pum para arriba cuando se recupera la bocha. Más de 90 minutos que se analizan sólo desde el resultado, y no desde las formas o cómo se transitó para llegar a eso. Hay maneras y maneras de jugar al fútbol, ninguna que te garantice nada, pero ¿qué futbol queremos?
Amarrete. Defensivo. Aburrido. Centrales que tratan a la pelota como si los fuera a morder. Delanteros en soledad. Nada de todo esto se critica si el equipo que lo propuso termina ganando. Cada discusión termina con “pero ganó”. Sí, pudo haber ganado, pero: ¿cuánto disfrutaron esos jugadores? ¿Cuánto gozaron del placer de poseer la pelota, hacerla mover de un lado al otro, crear, pensar constantemente, buscar espacios, meter un pase entre líneas, gambetear? Nada. Más de 90 minutos de “trabajo” y “sacrificio”. Más de 90 minutos de angustia.
Vos podés ganar de esa manera, vencer al Barcelona con diez hombres cerca de tú área, ganar algún campeonato porque fuiste el mejor de los mediocres. ¿Y? ¿De qué te sirve todo eso si en el camino no disfrutaste? ¿De qué te sirve si no le demostraste al público que el fútbol nació para otra cosa, para atacar, para pensar en el arco de enfrente, para hacer más goles?
“`El público pide y exige resultados y nosotros nos debemos al público.´” Es una de las explicaciones que suelen darse para el hecho de haber convertido al juego en un no juego. Yo afirmo que eso es mentira. Quien así habla y así juega, juega así, porque el que quiere resultados es él. Y pretende transferirle la culpa de ello al público”, escribió Dante Panzeri en 1971.
“Lo importante era ganar”. “Ganar y después jugar bien”. La efectividad parece matar a la diversión. Todos atrás, un pelotazo, una falta al nueve, el lanzamiento de pelota parada, cabezazo del central grandote, gol. Así se definen cada vez más partidos. Todo eso, en el caso de Argentina, sumado a que los buenos protagonistas que aparecen se van con algunas fechas encima, causa que el producto, lo que se ve en el verde césped, carezca de emoción. El negocio es cada vez mayor. El negocio nunca piensa en el juego.
No se educa al público. En las canchas, cada vez hay más murmullo cuando se toca la pelota para atrás. ¿Mucha gente se contamina de lo que escucha o es realmente lo que quiere? El Huracán de Pastore y Defederico y el Newell´s de Bernardi y Scocco fueron los últimos exponentes argentinos del buen trato de pelota. Sus simpatizantes se contagiaron y dejaron de lado las derrotas para pagar una entrada y disfrutar.
Predomina la táctica por sobre la técnica. Se prioriza, salvo excepciones, anular al rival en vez de potenciar virtudes propias y atacar. Hay equipos en el fútbol argentino, de la mano de entrenadores jóvenes con ideas más ofensivas, que abren puertas de esperanza.
El futbolista, con sus declaraciones, no está exento de lo bajo que está el fútbol en general, salvo los grandes equipos, con enormes futbolistas. Acata todas las órdenes de los entrenadores, los que al momento de la verdad están de la línea hacia afuera. El concepto de que el fútbol es de los jugadores, es momento, es improvisación está cada vez más olvidado. La consecuencia, los fines de semana de partidos aburridos con equipos sin propuestas de ataque.
¿Ese es realmente el fútbol que queremos? ¿Eso pregonamos? ¿Vale dejar de lado la diversión y el crear con pelota para pasar a ganar de manera angustiosa? Es cierto que para practicar un buen juego se necesita jugadores capaces, con técnica, con entendimiento del deporte. El problema es que eso no se busca. Desde que son chiquitos, a los jugadores se les inculca que lo importante es ganar, se les grita hasta el punto de no dejarlos equivocar o aprender. Un claro ejemplo está en el seleccionado brasileño, el cual antes deleitaba a todo el mundo con arte y toque y que ahora llora hasta por cantar el himno. ¿Eso anhelamos?